Han empezado a salir las palabras, no ha sido fácil. Fuiste tú quien me enseñó a tomar la pluma, quien me leía con fascinación, quien hasta el último momento utilizó las más bellas palabras para describir el más profundo sufrimiento. El de un alma dolorida y un cuerpo agotado que ni por un segundo fueron motivo para perder tu calidez y amor, tu sonrisa y paciencia, tu sentido del humor, tu lucidez, tu brillo.
Platicar contigo siempre fue envolverse en un sinfín de temas a discutir; la teoría de cuerdas, Dios, física cuántica, Cher, Rius, diccionario y enciclopedia…. Nunca encontré algo de lo que no pudieras hablarme, siempre aderezado con un sentido del humor único, elegante en la forma y despiadado en el fondo, fascinante.
Extraño abrazarte, extraño cuando pasabas tu mano en mi frente y todo mi mundo entraba en calma, sin importar los años que tuviera, lo mismo a los cinco que a los treinta, nunca hubieran sido suficientes años para dejar de hacerlo, para dejar de sentirme cobijada por ti. Extraño tu risa incontrolable, tus gestos que repaso involuntariamente. Tu voz. Extraño tus abrazos. Tus manos que me tranquilizaron tantas veces, las mismas que tranquilicé yo también. Te extraño a ti, con esa alegría con la que compartimos días enteros, con la que dimos vueltas en el mar, con la que aprendí a aligerar mi carga, con la alegría de vivir, de elegir vivir.
De ti aprendí de fortaleza, de amor, de confianza.
Aprendí que cada día un SI o un NO puede cambiarlo todo, que el mundo puede sorprenderme con su gracia o llevarme a terribles obscuridades, que será mi decisión… Yo voy con tu teoría, con tu ejemplo, resumida en voluntad, valentía y amor.
“Un fuelle viejo pero batallador”… tal como me lo dijiste.
La vida es diferente ahora que no están, he comprendido el significado real de vivir un día a la vez en momentos en los que no puedo ver más allá de ese instante, en los que me muerde el alma pensar que no podré volver a abrazarlos, a mirarlos…. Cada día se ha vuelto un solo por hoy.
Me cuesta creer eso del cielo… creo que no están tan lejos en realidad. Están en mi risa, en cada momento en el que sé lo que dirían y SONRÍO, en mi fuerza, en mis ganas, en cada uno de mis días. En la tinta de mi piel.
Dejé de creer en Dios, empecé a creer en el amor, en las personas y en mí.
A ti, que has sido el abecedario de mi vida. Te amo Mamá.
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