Todo parecía conservar un tono gris mezclado por el azul que, si bien erase oscuro, se opacó por un negro convertido en plomo.

Con dureza las gotas de agua caían intensamente, lánguido se encontró bajo su sombrilla, se apoyaba sin fuerza, no tenía valor ni entereza, aquellos pasos exhaustos de ese hombre arrastrado, un noble abatido por la lucha extenuante de un sentimiento inexorable, que nombró con sus ojos cansados.

Amor.

El trayecto solitario del cual se desplazó como si fuese un desterrado, sus ojos cansados, no poseía noción de las cosas, no comprendía el ensueño en el que vivió por años, amable e inexperto, lamentable ser que le sedujo engañado y al mismo tiempo el alma destrozó confiado, poca gente a su alrededor con desgana y apatía le observó, por supuesto, no conocían su situación, no pudiese elegir cualquier otra expresión en su semblanza, no escogería la alegría, porque simplemente en esos momentos no la concebía.

El fatigado suspiro de su respiración se entendía como un trance mortal, se prolongó embarazoso el inconsistente estado en el que existía preocupado, asimismo tiritando y nervioso su rostro mostraría por estar consternado, se acercó finalmente a su casa, alzó su vista, sus ojos cansados, todavía maltratados, cayó una lagrima de desolación por corresponder a esa acción desgarradora y atroz, en la ventana vio la fisonomía caucásica y algo pesarosa de la persona a quien adoró, en dianas, desde abajo sobre la calle compungido resultase ser su posición de la que se constituía como humano.

Sus ojos cansados, delante del miramiento fugaz lleno de ardor que a ambos enamoró, no resistían la tentación, entonces se desplomó como si el viento lograse ser duramente sólido y feroz, en el suelo sucio, sus ojos cansados, sorprendidos sin razón, el aire helado se metió dentro de su grueso gabán marrón, cuando el invierno quebró su moral de un modo desleal, circunstancias que simplemente no significaron nada para un individuo que tuviese piedad.

Sus ojos cansados, en ellos salió con furia y enajenado, por rescatar lo que había dejado atrás, lo que decidió desatender y olvidar, le limpió para sentir restauración, confiaba en que no llegase hacer demasiado tarde para realizar ese acto de compasión, no obstante, con sus manos blancas de robustez le sostuvo.

Sus ojos cansados, de tanto sufrimiento descansó encima de su pecho en señal de resguardo, hacía el costado del andén un árbol enrejado de tronco áspero de color café, permanecían con sus ojos cansados, la salvación pudiese valer como un abrazo arrepentido ante un hecho anunciado y desprevenido. Y por medio de la redención forjó el mayor sosiego que quería su corazón, de la esperanza jamás se rehusó, se aferró convencido a su pesar, considerando que a través de sus ojos cansados descubriría su paz.

El perdón brotó de sus labios mojados y le besó apasionado, diluviaba con copiocidad mientras esas dos personas de ojos cansados de tanto suplicar, que se amarían una vez más.


Ojos cansados, Carlos Triviño

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