Después de casi dos días, finalmente despertó.; fue el hedor de la acumulación de estiércol de caballos y los resoplidos de uno de ellos en su cara.

– ¡Morgan!- se quejó el señor.- ¿Cómo llegué aquí?- dijo con un dolor impresionante en la cabeza mientras se levantaba. Se volvió hacia el caballo y lo acarició aún preguntándose cómo es que pudo terminar en el estable, pero no preocupado en realidad; todo parecía bastante normal. Se decidió por entrar a su casa, comer un poco y seguir atendiendo el rancho como cualquier otro día.

Cocinó y comió tranquilamente, después decidió bañarse. Pintaba para un buen día- a pesar de haber despertado en el lugar más inusual posible- el sol brillante, nubes que según sus conocimientos indicaban ser únicamente pasajeras y canciones agradables en la radio. Entró a su habitación y se encontró con una foto de él con una señora muy bella a su parecer, pero que nunca había visto en su vida, ahí en su cajonera, ambos sonrientes. No era la única foto, había otras de él con niños que también desconocía por completo, todos abrazados como si fueran cercanos. No comprendía, “No es que uno olvide de la nada que se casó y tuvo hijos” se pensó. Confundido, continuó con la rutina que él recordaba el resto del día.

Pasó el día tranquilo, atendiendo animales, haciendo inventarios y lavando utensilios. Llegó lo que a su consideración era la mejor parte de todos los días: regar los cultivos al anochecer. Contempló el cielo atascado de estrellas, el reflejo de la luz de la luna en los cultivos y aguardó unos minutos a que el agua del alejado pozo llegara en esa silla dura y desgastada por los años que él encontraba tal vez incluso más cómoda que su cama. Al llegar el agua, su tranquilidad se vio interrumpida por lo espesa que ésta parecía, algo molesto se levantó de su silla rogando que lo que estuviese mezclado con el agua no dañase de ninguna manera sus preciados cultivos.

Cuando llegó al pozo, le quitó su tapa, apuntó con la linterna y cayó de espaldas al descubrir la realidad de porque el agua estaba tan espesa. Se trataba de tres cuerpos, flotando, inmóviles; y a juzgar por lo rojizo del líquido, quienquiera que fuesen esas tres personas sería imposible que estuviesen vivas. Se quedó probablemente alrededor de una hora, pensando cuál podría ser la decisión más prudente:

  • Primero que nada,- se dijo en voz alta- No puedo llamar a la policía, porque, además de que tardarían mucho en siquiera llegar hasta acá, no se que ha pasado…- sus ojos se abrieron en impresión, resolvió pues, que no recordaba cómo es que había despertado en el establo, quiénes eran las personas en las fotografías. Si llamaba a la policía, podrían culpar lo, porque a pesar de tener la certeza de no haber cometido un pecado tan atroz como lo es matar a alguien- mucho menos a tres personas- simplemente no recordaba más de lo que pensaba.

Por fin se decidió por empezar sacando los tres cuerpos del pozo, esperando averiguar la identidad de los tres desafortunados; rogando que no fuera ningún familiar o conocido cercano.

Una vez que logró sacar los tres cuerpos, alumbró sus rostros con la linterna para encontrarse con el rostro de la mujer y los niños de las fotografías. Esto hizo que corriera hacia su casa y de dispusiera a buscar evidencia; de todo. ¿Quiénes eran ellos? ¿Cuánto fue lo que olvidó? ¿Quién querría lastimar los? ¿Por qué él sigue con vida?

Se dirigió al lugar en el que sabría muy seguramente guardaría fotos; arriba del armario. Se vio obligado a buscar una silla para alcanzarlo, puesto que era un hombre de estatura baja. Vio una caja de zapatos que sugería tener más de 15 años de re-utilización. Al bajar la caja y efectivamente ver fotos de todos tamaños y fechas, no le tomó más de dos minutos comprender que lo que por la mañana había llamado imposible, pasó; olvidó a su esposa e hijos. Esa realización lo llevó a una confusión mucho mayor, temió siquiera formular la posibilidad de si era responsable por que se encontraran en el pozo. ¿Sería eso posible?

  • Tal vez haya evidencia de eso también.- pronunció; tenía que sonar más real, más coherente.- De si había alguna amenaza, externa…o interna.- Aunque no tenía idea de por dónde podría empezar.

Comenzó buscando correspondencia, supuso poder encontrar (si es que era el caso) alguna clase de amenaza hacia él o su familia, encontró únicamente recibos de servicios. Después buscó en su despacho aún sabiendo que habría una enorme posibilidad de encontrar nada más que inventarios, actas de nacimiento y todo tipo de documentos legales. Siguió buscando, tenía que encontrar una sola prueba de que no fuese responsable, la respuesta le quemaba el estómago, le hacía sudar las manos y frente. Se le nubló la vista, nada de nuevo. Al cabo de un rato recordó que no estaba tomando en cuenta lo más importante, no vivía solo antes de ese día; su esposa debía tener algo.

Se dirigió al cajonero de su esposa, ya no la recordaba pero al ver las cosas que guardaba entendió porque la había elegido como su mujer. Tenía unas pequeñas fotos viejas que probablemente retratan a unos muy posiblemente difuntos padres, una agenda engargolado con una pluma puesta, llena de pendientes y fechas escritas, una Biblia y otro libro de bolsillo. La Biblia tenía una página marcada con un listón, queriendo conocer a su ahora difunta esposa un poco así que se decidió por abrirla. Para su sorpresa, ésta tenía varias páginas cortadas para tener espacio de colocar un libro más pequeño dentro. Lo abrió, la primera página databa el 19 de marzo, 1995. Narraba que había recibido el diario por su cumpleaños.

Así, comenzó a hojearlo, no era constante en realidad, a veces pasaban meses sin que escribiera en él aparentemente. Aunque estaban los días que ella consideró importantes aparentemente, cumpleaños, aniversarios, dramas, cómo comenzaron a salir ellos, cuando se casaron, cuando nacieron sus hijos, entre otras cosas. Hasta que llegó un momento en el que comenzó a escribir diario, explicaba días que parecían normales y él no comprendió que era lo que volvía esos días diferentes al resto. Pasaron un par de meses en el diario cuando se dio cuenta cómo gradualmente comenzaron los problemas, deudas, problemas familiares y peleas constantes entre ellos. Pasó más tiempo, alrededor de tres meses más “Yo tenía un problema de alcohol” se pensó, era claro, ella alega que llevaba en la mano cualquier tipo de licor incluso atendiendo el rancho. En esos días narrados leyó su primera y más evidente respuesta:

“Los moretones cada día son más difíciles de disimular, no sé qué se supone que haga, extraño al hombre feliz del que algún día me enamoré…pero no quiero que mis hijos crezcan viendo a un padre que golpea a su mujer y está más tiempo tomando alcohol del que pasa con nosotros”.

Desesperado y con lágrimas recorriendo sus mejillas, aventó hacia la pared el diario. Se llevó las manos a la cabeza, había un calor que le recorría toda la cabeza; miedo, decepción propia. No había más, él tuvo que haberlos matado, los detalles estaban de más.

Se levantó, fue hacia la cocina, abrió un gabinete y encontró un tequila. Estaba por destapar lo cuando recordó un pensamiento que había tenido al comenzar a buscar pruebas “Hay cosas que nunca cambian. Se llenó de ese incómodo e intenso calor de nuevo, aventó la botella hacia la puerta y soltó un grito de desesperación.

Al cabo de unos minutos, una vez que logró calmarse un poco se pensó que, el acto por muy atroz que haya sido estaba hecho, no había más. Ahora debía encargarse de las consecuencias, empezando por deshacerse de toda evidencia, incluyendo los cuerpos.

Fue hacia donde tenía toda su maquinaria y los utensilios de la misma. Tomó una moto sierra y comenzó a talar todos los árboles dentro de su propiedad, tomó tres pacas de paja y cinco galones de diesel para tractor. Luego hizo un hoyo en la tierra; lo más alejado posible de los cultivos, ancho, no muy profundo y metió a su esposa e hijos dentro de él. Los volteó a ver por última vez, aunque se sintiera como la primera.

  • “Debí haberlos amado mucho, aunque aparentemente no lo suficiente. Lo siento”.

Inmediatamente, tiró todo al hoyo, la paja, las ramas de los árboles y los galones de diesel. Retrocedió unos pasos, y aventó un cerillo, una flama de unos tres metros de alto se estalló ante él. Fue por su vieja silla, sacó un puro y no le quedó más que decirse

“Al final, supongo que por algo lo hice”

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