MIS LECTURAS: EL ORDEN DEL DÍA

MIS LECTURAS: EL ORDEN DEL DÍA

En Eric Vuillard (mayo de 1968) se funden tres oficios de relator: novelista, cineasta y guionista. En la novela El Orden del Día, confluye el trío, hasta el punto de combinar en una pretendida novela un pastiche de reportaje histórico en el más puro estilo academicista, salpimentado con la velocidad narrativa de una crónica periodística, sin desdeñar las profundas reflexiones de un ensayo. Todos los elementos de esta forma de redactar se solapan en este relato reconocido con el Premio Goncourt en la edición de 2017.

En España no se puede dudar de una buena acogida. Ocho ediciones y más de 30.000 ejemplares vendidos. Pero que este dato no confunda. No se trata de un best-sellar al uso. Es obra bien documentada. Vuillard, cierto, es un experto en exprimir hechos históricos y novelados, el recurso propio del libro comercial, más dirigida a la estadística de ventas que a pervivir en el tiempo, pero él lo hace con unas argucias narrativas destinadas a dejar la huella de la reflexión en los lectores. Eso es mucho más que solo entretener con lenguajes estandarizados. El Orden del Día es muy ameno, pero cierras sus tapas y se remueven las conciencias.

La casi desconocida por estos pagos carrera literaria de Vuillard recorre hechos históricos. Es su punto de referencia. Muy diversos, como la conquista del imperio inca en Conquistadors; la Revolución Francesa, en 14 de julio (recientemente editada en español); el colonialismo occidental en África, en Congo; la Primera Guerra Mundial, en La Batalla de Occidente. A la relación, se une la ¿novela? objeto de reseña, inspirada en la anexión de Austria por Alemania en vísperas de la segunda conflagraciónmundial.

Cabe añadir que la experiencia cinematográfica de este escritor tiene punto de apoyo en la realización en 2008 del largometraje Mateo Falcone, basado en una novela de Prosper de Merimee. De ahí que a nadie deba extrañar esa combinación de lenguajes literario y cinematográfico que ensaya con éxito.

Por ceñirse definitivamente a El Orden del Día, es un relato breve que apenas contabiliza 150 páginas en la versión en castellano (Ed. Tusquets). El ritmo que impone es adictivo.

Cuesta soltar el libro e interrumpir la lectura. Una tarde puede bastar para dar cuenta de él a un ritmo lector sosegado que ayuda a asimilar mensajes escondidos de un tiempo pasado que cobran plena actualidad. Contiene y analiza cuestiones como los populismos, la propaganda sin tapujos derivada a información descaradamente falsa y manipulada, las groserías inhumanas del poder omnímodo del mediocre encumbrado a base de imagen y acatamiento, por encima del talento, así como la entrada en escena, como elefante en cacharrería, del mundo financiero en la alta política. Esta última constituye el punto de arranque del libro, en una reunión de los empresarios más poderosos de la Alemania nazi, obedientes a la llamada del jerarca Goering, en un escenario sacado de los cánones cinematográficos.

En El Orden del Día, Vuillard, reitero, escritor muy personal, analiza desde su particular punto de vista, como una cámara de 360 grados, la anexión de Austria por el III Reich, culminada en 1938, pero resueltamente preparada en un par de años con movimientos de fichas geopolíticas en tétrico tablero de ajedrez, cuyos escaques son las potencias europeas del momento.

El viejo continente pasa ahora por vicisitudes que recuerdan la década más oscura del siglo XX. Pelos de punta se ponen, si estamos condenados a persistir en el olvido de la historia, con el agravante de que esta desmemoria se refleja en acontecimientos no precisamente remotos en los relojes. Tiene que estar muy fresco el recuerdo en multitud de símbolos y conceptos que abocaron al hombre a las más sofisticadas demostraciones de bestialidad. Culmina Vuillard los resquemores con esta frase en las últimas páginas: nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y pavor. Y uno quisiera tanto no volver a caer, que se agarra y grita.

Vuillard añade a las variadas descripciones el poder irracional desde distintas perspectivas. La brutalidad del poderoso hacia el débil con las jactancias de fortaleza bélica e impunidad diplomática, rasgos tan familiares en las satrapías. Pero no elude la ironía cuando una poderosa legión de panzers queda bloqueada por los caprichos de la orografía y demoran, en clave de comedia chaplinesca, las entradas triunfales al modo de los grandes imperios. La mueca de la sonrisa asoma con el tirano, dueño absoluto de una formidable maquinaria de guerra rindiéndose en forma de improperios ante el enemigo pasivo, pero guerrillero, de un barrizal que atasca cientos de carros de combate. Y lo más sutil, pero lo mismo lo más inquietante, la jauría de capitalistas oyendo el tintineo de las monedas, pero sordo a los clamores de los pueblos y al estallido de las bombas que lo acallan. Nunca les falta la solución de la faltriquera, pues con parte de los beneficios obtenidos en la operación económica de la guerra, compran el olvido al tiempo que acallan la conciencia, y a otra cosa, mariposa.

Hay que volver de nuevo a la cita textual para reforzar el grafismo. Vuillard escribe: pero las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos que no perecen jamás.

La agilidad chispeante de El Orden del Día se configura igualmente en la línea temporal de la narración. Contiene sorprendentes saltos en el tiempo construidos con la habilidad de no llegar a perder el hilo en momento alguno. Llegan a servir como válvula de escape al drama que no para de imaginarse, incluso al desprecio hacia los políticos y empresarios, cercanos y lejanos al teatro de operaciones, que encapsularon los sentimientos humanos en aras a las cuentas de resultados en urnas y caudales.

La literatura francesa más reciente ha introducido en su panorama un nuevo autor que llega a las librerías españolas con la aureola del prestigioso Goncourt. Se enlaza, entre otros, con novelistas como Modiano, Houellebecq, Yasmina Reza, Fred Vargas, Le Clezio, Claudel, Echenoz y Carrere. Quizás este último sea el más cercano a su filosofía narrativa. Ambos han puesto el empeño en novelar la historia reciente y antigua desde una atalaya literaria y cinematográfica.Guión y crónica, al socaire de las nuevas tendencias en cine y periodismo,quieren abrirse paso como nuevos géneros literarios, desde el subgénero en el que se encuentran inmersos por la ortodoxia. Desde luego, libros como El Orden del Día, ayudan a ganar adeptos para la causa.

ÁNGEL ALONSO

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