Si acaso la realidad se confunde con mis sueños, si alguien puede leer esto y está seguro de que no existe, por favor despiérteme.
Caminando por senderos urbanos huyendo de ti, me despierto a mitad del insomnio y pienso en ti, en un regreso caótico que resultó imaginario, el frio sin sentido, la taquicardia, tu voz más que clara a mi lado y luego tu ausencia descomunal, que me arrincona al borde de la cama.
No sé si amarte fue un error en picada, una fatalidad desde el hecho de pensarlo, pero fue mi manera de mantenerme vivo, esa pequeña casa de campaña para las tormentas venideras, fue un combustible ajeno que incitó una llama interna y temporal.
Fue conocer lo cotidiano, conversaciones previas al sueño y posteriores a él, fue ser parte de ti haciéndome fuerte para protegerte, pero sostenido por ti. Fue revolver la ropa, terminar con las cobijas en el suelo. Fue darle otra intención a la carencia, destapar la última lata de atún, contar monedas, superar el día con un café caliente y pan azucarado.
Los días a tu lado y los días que imaginaba que estabas a mi lado, siempre a todas horas. Sorprenderme esperando verte, y encendías todo el día, valía la pena, era mi felicidad con nombre, eras todas las criaturas vulnerables.
Y aun así después de tantos días planeados, después de tacharte en calendarios y plantear argumentos de historias que nunca sucederán, ahora tu partida sigue estrepitosa al silencio de la soledad, inunda los sueños, las hojas en blanco, los cafés amargos, la montaña de ropa, el desorden, un hueco en la realidad completa, como apagar la luz de toda la ciudad y de todas las ciudades.
Una vecindad de adobes expuestos, lo más cercano a la locura que estaré en mi vida, un precio alto que pago solo con labores arduas de confusión, lagrimas secas e insomnio.
Mario Quirino
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