En construcción

En construcción

Víctor MAS

03/04/2019

Suena el teléfono.
-Si. ¿Dígame?
-Buenos días. Soy Soraya Pérez López, de su compañía de seguros Santa Acérrima. Le llamo con respecto a su seguro de decesos. ¿Hablo con Vicente Amador Fuerte?
-Si, soy yo
-En primer lugar, debo decirle que esta llamada se está grabando por su seguridad.
-¿Qué seguridad? Yo ya estoy seguro, creo, estoy normal, sin que grabéis nada.
-Le entiendo, Vicente. Es un formalismo. ¿Puede contestar a unas preguntas para comprobar su satisfacción con el seguro de decesos de nuestra compañía?
– Todavía no me he muerto, así que lo veo algo precipitado.

-Perdón, me he equivocado, me refería a su seguro de hogar, que también lo tiene con nosotros. ¿Verdad Vicente?

-Me temo que sí, Soraya. Dispara.
-¿Perdón?

-Que me preguntes.
-Ah. Sí. No le había entendido.
No me llames de usted, Soraya, que ya no se lleva.
-Sí, es verdad, pero es la costumbre.
-Ya, entiendo. ¿Sabes que tienes una voz muy bonita?
-Muchas gracias. Vicente. Empiezo con las preguntas.
-Un momento, Soraya.
Hay un breve silencio y suena un ruido estruendoso.
-Vicente ¿está bien? Perdón ¿estás bien?

Pasan unos 30 segundos.
-Si, mejor, se me estaban durmiendo las piernas.
-¿Cómo? ¿Y ese ruido que ha sonado?
-El de la cadena del váter. Es que me has cogido evacuando.
-Qué asco.
-Que pasa, ¿que tu no cagas?
-Que pregunta, por dios ¿cómo coges el teléfono en semejante situación?
-Porque lo tenía en la mano. Ha sido automático. Aguarda un momento que me siente. Se me han dormido las piernas.

Vicente fue arrastrándose hasta el salón. Con cierta dificultad se subió a un sofá. Se acordó de que no se había lavado las manos. Pensó “cuando me reponga me las lavo” y le vino el recuerdo de su madre diciéndole “así empiezan muchos de los virus e infecciones”.
-Vicente ¿sigues ahí?

-Sí. Sí. Ya estoy ¡que apuro!

-¿Tanto tiempo has estado sentado en?
-¿En el trono? Dilo, mujer, que no pasa nada.
-¿Cuánto has estado?
-Como media hora o más. Me están hormigueando las piernas, eso es bueno. Vuelve a fluir la sangre.
-¿Y porque tanto tiempo? Es peligroso.
-Porque me relaja. Además, estaba escribiendo un cuento.

-¿Y no tienes otro sitio más cómodo donde escribir un cuento?

-Sí, claro. Pero me ha venido una idea y me he puesto a escribir en el móvil.

-¿En el móvil?

-En el móvil. Me mando correos a mí mismo con los relatos que escribo.

-Mira que original.

-Pero algo ocurre con los mails. Cuando leo lo que he escrito antes de mandarlos me encantan, pero, un rato después, cuando los recibo, como que llegan peores de como los escribí. Han perdido su esencia por el camino.

-Es que todo está manipulado, Vicente. Cambia de estrategia.

-Algo haré, Soraya.
-¿Y de qué trata tu cuento?
-Va de un tipo que escribe un relato que trata sobre la dificultad que le supone escribir ese relato, pero aun así lo sigue escribiendo porque teme, que si deja de escribirlo, por algún motivo poderoso y aún desconocido, no podrá escribir nada más en su vida.
-Vaya cacao mental ¿porque escribes eso?
-Es un ejercicio del curso de escritura al que voy.

-¿Y cómo acaba el relato?

-Todavía no lo sé. Estaba en ello cuando me has llamado.

-Ya me contarás cuando lo acabes.
-Oye, Soraya.
-Dime, Vicente.
-¿A ti no te controlan las llamadas que haces?

-No. Estoy sola en la sucursal. Mi jefe ha salido y el trabajo de esta mañana ya está hecho.

-Lo digo porque ya llevamos un rato de charla y has dicho al principio que se está grabando.

-Sí, las grabamos por imperativo legal, pero si no ocurre nada raro o excepcional, se borran al momento.

-Aquí puede que esté sucediendo algo excepcional. ¿Dónde está la sucursal en la que trabajas?

-En la Plaza Maracaibo, llevamos aquí poco tiempo.

-Vivo a dos manzanas de allí. Si te parece me acerco y me haces las preguntas que me ibas a hacer cuando me has llamado.

-Voy a cerrar ya. No hace falta que vengas. Te llamaré en otro momento.

-Me lavo las manos, me visto y voy para allá. -colgó Vicente.

Cuando 10 minutos después llegó a la dirección de la sucursal, comprobó que no había ningún cartel y el cierre estaba echado. Buscó su teléfono móvil. No lo encontró. Miró a su alrededor. Los edificios estaban inacabados. Los movimientos de la gente eran torpes, los niños no sabían como darle a la pelota. El entorno estaba a medio construir. Entonces se dio cuenta de que él era un personaje que también estaba en construcción. Fue hacia su casa. Cogió su móvil. Se sentó en la taza del váter y siguió escribiendo.

VÍCTOR AMARILLA SOLÍS

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