AMOR EN NUEVE LETRAS

PRÓLOGO

No pensé que mi vida podía cambiar con solo conocer a una persona. Conocerla me hizo mejor persona y darme cuenta que mi corazón estaba vacío de amor y afecto; ella me llenó de eso y algo más. Cuando convives y conoces los defectos, lo bueno y lo especial de una persona no quieres dejarla ir. Sin embargo, por juzgar a priori y ser inseguro, hizo que casi la perdiera, no solo por distancia sino por existencia. Eso fue un golpe duro que me hizo ver la realidad y la maldad que puede haber en ciertas personas. Aprendí que no se puede confiar en todo el mundo y sospechar cuando hay que hacerlo. La vida me dio una lección que estoy encantando de contar de la mano de mi gran amor.


“Aquel que duda y no investiga, se torna no sólo infeliz,

sino también injusto” (Blaise Pascal).


PARTE I: EL INICIO DE TODO.

1

CRISTAIN

Era mi primer día de clases en la universidad privada Halton, como estudiante de primer semestre de música. La carrera la escogí en contra de la voluntad de mis padres que estaban empecinados en que estudiara medicina. No los entendía, no estaban pendiente de mí ni de lo que pasaba en mi vida, pero, querían que estudiara una carrera que ayudara a los demás, a veces pensaba que era más por prestigio que por otra cosa. Creo que querían vanagloriarse de que tenían un profesional en la familia. Como les dije, fue en contra de su voluntad, que hasta me echaron de su casa. Si se estaban preguntando que, si teníamos plata, la respuesta era no. Mis padres se gastaban el poquito de dinero que ganaban en apuestas y licor. Lo único que me movía en esta vida era la música, así que, cuando la universidad Halton estaba dando becas para estudiar música, me postulé y fui uno de los seleccionados al igual que mi mejor amigo Lucas.

Con lo que tenía ahorrado de mi trabajo como cantante de un bar, arrendé una pieza, y fue una fortuna que al propietario le encantara la música.

Me fui en bus a la universidad, para llegar puntual me tocó levantarme de madrugada y tomar el primer bus, si no llegaba tarde a clases. Sin embargo, llegué quince minutos antes y me tocó esperar hasta que abrieran las puertas de la universidad.

Gracias a Dios el clima dio tregua cuando salí, ya que, no paró de llover toda la noche y parte de la madrugada.

Cuando las puertas se abrieron, esperé a que Lucas llegara, así como, María Cristina, la hija del dueño del bar donde trabajaba y compañera de curso. Estaba enamorada de mí, hasta el punto de asfixiarme y controlarme como si fuera su novio.

Las chicas que iban entrando me quedaban mirando, no sabía si por curiosidad o porque la gente rica creía que era un habitante de calle.

Cuando Lucas y María Cristina llegaron, entramos y empezamos a buscar el salón de música. No pensé que la universidad fuera a ser tan grande y enredada, dimos vueltas y vueltas, y nada que lo encontrábamos. Cuando estaba doblando una esquina choqué con alguien, y escuché que varios libros cayeron al suelo.

– Lo siento – dijo una chica de ojos cafés claros, que me recordaron a un dulce de chocolate.

Me agaché a ayudarla y me apartó las manos con suavidad.

– No te preocupes, yo lo hago – dijo con suavidad.

– Yo te ayudo – recogí el único libro que quedaba y se lo entregué.

– Gracias – se levantó y se acomodó la mochila en el hombro.

– ¿Me podrías hacer un favor?

– ¡Vaya! Algo tenías que cobrar como todos los que estudian aquí. Ya me extrañaba que no pidieras nada.

– ¿Me indicas dónde queda este salón?

Sus mejillas se colocaron rojas y apartó la vista, me imaginé que estaba avergonzada.

– ¡Oh! Lo siento. No debí juzgarte – contestó con una leve sonrisa.

– No te preocupes.

Me pidió el horario, cuando vio el salón que buscaba me indicó que, estaba doblando la siguiente esquina. Era un salón que ocupaba una gran área del lugar, con un letrero que decía “música”.

– Gracias.

– Nos vemos – dijo con una sonrisa amable.

Se despidió y siguió con su camino. Era una chica de cabello castaño con mechas rubios, labios carnosos y rosados que a la primera te daban ganas de besarlos.

– Cris – me llamó María Cristina.

– Voy – emprendí la marcha.

Encontramos el salón o mejor dicho el auditorio, era grande y majestuoso como un teatro. La fachada era de color azul con café.

Entramos, había varios estudiantes tocando diversos instrumentos, otros tarareando una canción. El salón de música tenía varias divisiones, un salón para instrumento, uno de técnica vocal, de historia de la música, de manejo escénico y teatro. Miré el horario y la primera clase que me tocaba era historia de la música.

Entramos al salón. No podía quitarme de la cabeza esa sonrisa y esos ojos color chocolate. Quería volver a verla y preguntarle su nombre, pero, en el fondo sabía que no podía ser posible. No había sanado del todo el tema de Claudia, por lo que mi corazón estaba cerrado aún al amor. Años anteriores tuve una experiencia que no quería volver a vivir. Me traicionaron y jugaron sin piedad con mi corazón. Y al nunca haber tenido el amor de mis padres, hizo que alejara a cualquier mujer que quisiera tener alguna relación conmigo. Solo las tenía en mi vida para sexo ocasional. Cristina también formó parte de ese grupo, aunque ella siempre quiso llevarlo al otro nivel. Yo sentía que no podía amar y entregarme completamente a alguien, por tal razón tomé la decisión de estar solo.

La clase empezó puntual. La impartía un profesor con varios títulos y galardones obtenidos. Duramos dos horas escuchando la historia de la música y como nació. Estuvo entretenida y más al ser una metodología práctica y con acordes de por medio. Nos dirigimos hacia la siguiente clase, era la que más me gustaba, tocar instrumentos y aprender notas bajas y altas.

Las clases se terminaron; Lucas y María Cristina al vivir en el mismo barrio se iban en el mismo bus y fue el primero en pasar. Mi ruta era la que más se demoraba y era uno de los últimos en bajarme.

Cuando vi que el bus se acercaba, no pude meterle la mano para que parara, ya que, un BMW rojo se aparcó frente a mí.

El conductor bajó el vidrio y era la misma chica de la mañana. No sabía si enojarme o estar contento de verla de nuevo.

– Por ti tendré que esperar media hora hasta el próximo bus – dije indignado.

– Yo te llevo. Por eso me detuve – tenía una gran sonrisa que combinaba con la elegancia de su carro.

– No. Gracias – me negué sin disimular mi enfado a tal propuesta. ¿Quién se creía para proponerme de buenas a primera llevarme en su coche? ¿Era una broma o qué?

– No muerdo – se rio de su propio comentario.

Su risa era como escuchar una cascada imponente caer de varios metros de altura. Ruidosa, pero cálida.

– ¿No te da miedo llevar extraños en tu carro? – pregunté con una sonrisa.

– Hannah Klinton – se presentó con una gran sonrisa -. Ya no soy una extraña.

– ¿Siempre eres así? – la situación me parecía tan graciosa, pero tan extraña.

– Te lo debo por juzgarte esta mañana – se justificó.

– Últimamente nadie pide disculpas por juzgar sin saber.

– Sube, la gasolina se me está gastando.

Suspiré. Por lo que me estaba dando cuenta ella no tenía pensado irse de allí sin mí. Abrí la puerta del acompañante y me senté. Dio marcha al auto y nos adentramos en la carretera.

– No me has dicho cómo te llamas – dijo con la mirada al frente. Concentrada en conducir.

– Cristain Vélez.

– Nombre poco común con apellido común. Interesante – dijo con una leve sonrisa.

– Mis padres querían tener a alguien refinado en la familia, pero el apellido no los ayudó.

Hannah se echó a reír.

– Gran historia – de la forma como lo decía, sonaba como un cumplido.

Sonreí y me la quedé mirando por unos minutos, su perfil era hermoso, las pestañas las tenía largas y abundantes, sus pómulos eran altos y el cuello me envolvía. Con tan solo mirarla ya me estaba prendiendo.

Cuando habló pensé que me había pillado mirándola, lo que hizo que volteara bruscamente la cabeza hacia la ventana.

– ¿Por dónde vives?

Me aclaré la garganta antes de responder.

– Por los Robles.

– Ya estamos cerca, además me queda de paso a mi casa.

– Y si viviera en la punta opuesta a tu casa, ¿me hubieras dejado en mitad de la calle? – dije de forma jocosa.

– ¡Claro que no! De todos modos, te hubiera llevado – contestó con un tono que parecía ofendida.

Sonreí al escuchar eso. Estaba reaccionando de forma inédita a sus gestos y a sus palabras.

Recorrimos varios kilómetros antes de llegar a mi casa.

– Es aquí. – Dije cuando estaba frente a casa -. Gracias.

– De nada.

– ¿Dónde vives?

– En Los Altos Robles.

Pensé que era rica, pero no de esa magnitud. Los Altos Robles es considerada la “ciudad de los políticos”, porque era donde vivían la mayoría de los políticos de este país.

– ¿Tu papá es político? – pregunté por casualidad.

– No. Es empresario.

– Bueno. Que te vaya bien – dije bajándome del auto.

Hannah se dirigió nuevamente a la carretera y yo entré a casa.

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