Tomo I, Cap VII. Lluvia en crescendo

Corrientes de viento entona la noche, hoy no es la misma, ha decidido ser indeleble; el esplendor intermitente que entre las cortinas de una habitación se contempla, lleva consigo el misterio envolvente que sin aviso previo se apodera de las miradas inquietas de los expectantes.

Como si se tratase de una obra de teatro, las bambalinas se abren y con ellas la tímida intención de presenciar lo que se avecina. Aquel esplendor intermitente no es más que el prefacio de un fenómeno nocturno que advierte con desatarse. La nubosidad oscura y el rugir celestial anuncian la tormenta. Uno, dos, tres…no tardó mucho en escucharse los acordes de alguna lluvia precoz, y tras un breve pestañeo se desprende el exorbitante torbellino de deseo.

Dos cuerpos, como girasoles en un día nublado se posan frente a frente buscando alimentar su banco de luz, buscando fundirse en la húmeda piel que recubre la fuerza de las más recónditas pulsiones del alma. Tras el sublime e intenso roce terrenal, los rostros cubiertos de joviales gestos exhalan al unísono armonías de placer que sin ensayo previo se acoplan con el crescendo que afuera está por concluir.

Bastó un último redoblante para que el apacible ambiente apareciera y con él, las siluetas de un hombre al amparo de una mujer que desaparecen al tiempo de la última nube despistada, al tiempo del último compás…