Un cañón de salva despertó al joven John Wikkle en medio de la noche, aturdido y apurado salto del catre tomando su mosquete mientras oía la alarma de -¡Piratas! Salió rápidamente de su camarote para incorporarse a los demás marineros de la fragata Tempestori en cubierta. La espesa niebla solo dejaba ver la silueta tenue de un barco pero claramente se apreciaba la temida bandera esquelética. De inmediato el capitán ordeno con su inmutable voz de mando – ¡veinte grados a estribor!, hoy cazaremos otros malnacidos- el oficial al mando lo siguió con la acción al grito de -¡sin piedad!-. John y los demás tripulantes en cubierta prepararon las armas para el asalto. Cuando la nave estuvo próxima se encomendó la primer descarga de cañones, 20 libras solidas por disparo. El navío se sacudió ferozmente y la nave foránea recibió un daño terrible en el casco, pero sorpresivamente no respondió al ataque. El capitán viendo esta oportunidad ordeno el abordaje aclarando que no quería prisioneros. Los marinos a grito de guerra lanzaron la primera metralla para acabar con cualquier malviviente que se encontrara en la cubierta opuesta y luego arrojaron ganchos y aparejos para asegurar la inmovilidad de su presa de hierro y madera. Entre fogonazos, humareda y gritos abordaron valientemente la odiada nave, pero para sorpresa de ellos la cubierta se encontraba totalmente vacía, rápidamente revisaron camarotes, bodegas, cocinas y almacenes obteniendo el mismo resultado. La nave estaba completamente desierta navegando a la deriva. John se preguntó qué demonios sucedía y murmurando en voz baja dijo: – mal augurio-. Luego de esto los marinos confiscaron los pocos bienes que sobrevivieron a la incursión, arriaron la bandera criminal para llevarla como prueba de su faena ante la corona contratista y quemaron el navío. Los ánimos se estabilizaron a medida que se alejaban del lugar, mientras que John, mirando ese cúmulo ardiendo desdibujado y condenado a dormir en el oscuro mar de neblina fúnebre, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Pensamientos que luego cedieron ante las ansias que tenía por pisar tierra firme. -siete años en altamar- se decía, Siete largos años persiguiendo rufianes, durmiendo poco, comiendo mal, sintiendo que ya no flui por sus venas sangre sino agua salda; pero no abandonaría su secreta motivación aun cuando todo estuviese en su contra. Años atrás un joven Wikkle se había enrolado en la marina Real a los tempranos dieciséis años, siguiendo la profesión hereditaria y tradicional de la familia, pero un evento lo marcaría para siempre y le llevaría a ser parte de la flota mercenaria al mando de capitán Ulises Ptolomus, un experimentado marino griego de reputación dudosa e intransigente, sin pasado conocido pero con claras influencias en el poder. Todo sucedió cuando John se encontraba realizando ejercicios navales cuando una impetuosa incursión de saqueadores de mar liderada arrasó con su pueblo natal y con esto a la familia nuclear Wikkle. El gobierno respondió a esto con represalias y estrategias un tanto ineficaces debido a la inoperancia de sus almirantes y a la falta de infraestructura para defender toda la soberanía territorial al mismo tiempo, por ello se optó por contratar corsarios y mercenarios para dar a caza a los autores de estos trágicos hechos. Fue entonces cuando John movido por la necesidad de vengar su desgracia, pidió baja para encontrarse luego en ese barco que sería su nueva casa e instrumento de retribución. Pasados tres días luego del encuentro con el barco pirata vacío, la Tempestori siguió con el curso previsto, esta vez con un mar calmo y sin la molesta neblina. Llegada la noche John se acercaba al camarote de Ptolomus para conversar sobre el extraño suceso con la nave “fantasma” cuando se vio interrumpido por los campanazos del carajero, los cuales solo eran atribuidos a eventos para nada frecuentes. Alarmados los hombres armados incluyendo a su capitán salieron a cubierta para que luego se les helara la sangre con lo que estaban vislumbrando -me lleva el infierno- vocifero un almirante, John no podía comprender lo que sus ojos le mostraban: niebla roja, la misma niebla que hace días pero con un tinte sangriento que llenaba de pavor los corazones de los tripulantes, iluminando sus rostros como si estuviesen antes las puertas del averno. Nadie sabía que hacer más que esperar las órdenes de su superior, el cual ordeno desplegar velas y preparar cañones. El olor sulfuroso se hacía cada vez más penetrante. Los marinos, dubitativos y expectantes ante terrible situación tomaban crucifijos entre sus dedos mientras abrazaban sus mosquetes y desenfundaban espadas, cimitarras y puñales. De pronto John advirtió figuras humanas provenientes de la niebla desde babor, y rápidamente dio aviso a sus compañeros. Se produjo una primer descarga de cañones, a esta le siguió una segunda y una tercera, pero las extrañas figuras permanecían inmutables al mismo tiempo que se aproximaban con un paso implacable hacia el desgraciado navío. Cuando ya el pánico comenzaba a adueñarse de la tripulación las figuras se desvanecieron, John quiso girar sobre si para ver al capitán cuando una caricia suave en sus rostro lo paralizó. Contemplo el panorama y pudo ver a cada compañero acompañado de unas hermosas y espectrales doncellas, a quienes mantenían cautivos de forma similar que a él. La estupefacción reinaba en la Tempestori, y nada ni nadie parecía moverse, aun estando la aterradora presencia de la niebla roja. Un zumbido se hizo fuerte en el lugar y de un momento a otro John perdió la consciencia. Despertó días más tardes en un Hospital taiwanés, casi a novecientas millas de la última posición de la fragata, tenía un aspecto pálido y su cabeza le daba vueltas, cuando pudo percatarse de su ultimo recuerdo exploto en alaridos preguntando el paradero de sus compañeros, gritaba el nombre de su capitán y reclamaba explicación alguna, una que nunca llego. Lo único que pudieron informarle los galenos asiáticos fue que lo encontraron en ese estado tumbado en la playa deshidratado y muy débil. John no podía procesar nada de lo que obtenía. No descansó buscando explicarse lo sucedido hasta que un día, como con la Tempestori y sus tripulantes, desapareció.
OPINIONES Y COMENTARIOS