Aquella mujer un ángel sin alas, un demonio sin maldad personificaba la vida y la muerte. Sus ojos son dos amaneceres pero sus labios y besos eran el camino al infierno. A ella le debo mis más desbordantes momentos de lujuria con placer y esa magia para escribir en este momento. Ella y su escorpión como mascota intrínseca entre su sangre que la hace la más sensual de las otras once, me atrevería a decir que su sombra no se debe al sol sino a Plutón, ese gran planeta que termina siendo su mente para seducir. Una noche logre adentrarme entre los límites que enmarca su cuerpo y conocer un gran delfín que se dibuja en su abdomen, no podía ser más sensual ese instante donde su delfín era tapado por mi pecho mientras ella rasgaba como papel cada uno de mis cabellos. Embriagado por el aroma de su cuerpo fuimos uno solo mientras la luna se caía sobre nosotros y el fuego de nuestra pasión iluminaba como un nuevo amanecer. La madrugada la desapareció como el tiempo hace con los minutos, desperté y solo de ella había quedado su ausencia en toda mi habitación y un beso de despedida, un beso con sabor a soledad. D.G

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