Alaska

Corro y me sumerjo, inmediatamente se me congela el alma entera, la hipotermia me espera y saluda de cerca acompañada de una sombra negra tras ella esperando que esta le de paso, ella también sonríe, y por segunda vez en mi vida, me siento vivo. Sacudo mis manos en busca de la razón por la cual arriesgo mi integridad con tan alto nivel de conciencia, súbitamente la siento en mi mano, suave, empalagosa, aprieto con todas mis fuerzas como si de esto dependiera mi vida entera, y no me equivoco, mi esquelético ser ya saborea su carne, empezando solo en mi cabeza, ahora le toca a mi cuerpo darle forma a este sofisma. Veo la orilla, lo logro… y la posibilidad de hacer parte de este mundo al que pertenezco se materializa y le da sentido a mi vida.

Domingo en la mañana

Me muevo tan rápido como mis deseos lo permiten, le digo a mi cuerpo que ese es el límite, que ignore el dolor que imposibilita el dar un solo movimiento sin hacer de esta labor la más dura y dolorosa que recuerde, más aún que aquella mañana cuando el facultado legarda me extrajo las muelas del juicio; pero continuo, con estoicismo, con la convicción de hacer lo correcto, lo que debo hacer, lo que vine a hacer. Pienso en mis obligaciones mientras escucho los riif de Judas y caigo en cuenta del circulo que sin querer recorro cada vez que llego a mis más altos niveles de soledad, esa soledad que traía implícita la declaración de importación que traía al momento de nacer, y que el doctor corto de tajo con unas tijeras de quirófano, ignorando que la soledad quedo del lado de acá. Y es ahí cuando llego a la cima, e inicia lo que mi amigo Saltarín llamaba saltos cuánticos. Recorro el camino en mi bicicleta y soy feliz por unos momentos.

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