Bajaba en el ascensor y sus ganas iban en dirección opuesta por la expectación que generaba la primera noche con dieciocho años. Bajaba pensando en el tiempo transcurrido hasta el momento, en las negativas de sus padres con la sola intención de protegerla de un mundo que ellos ya conocían, un mundo en el que todo parece y nada es. Pero ella lo sabía todo y nada se le escapaba. Porque detrás de todo ese maquillaje y de su bolso de Guess, de su vestido de encaje y de sus zapatos de tacón, de su sujetador con relleno y de sus bragas cuidadosamente seleccionadas había una mujer y no una niña como pensaban sus padres. Había recorrido un muy largo camino y habían pasado muchas horas desde que se quitó el pijama hasta ese mismo instante. Se observaba en el espejo de ese ascensor con ese orgullo que había suplantado al miedo de estar muy fea o muy gorda. Esta noche no llegaré pronto a casa, pensaba. Y entonces se despidió de sí misma dejando la huella de sus labios en el espejo, y dijo adiós a su niñez dejando caer sus bragas al suelo y metiéndolas en su bolso.

Había quedado en la plaza de siempre. Fue la última en llegar, la última en ser adulta. Hoy es nuestra noche, se decían, y se enseñaron su ropa íntima. Ellas elegirían su presa. Elegirían no hacer nada si no querían. Sucedieron las copas, las risas, las miradas lascivas y las primeras negativas. Sucedió un despiste por ir al baño a ponerse las bragas al verse un poco sucia. Sucedió que dejó de lado su vaso y que al acabarlo el mundo comenzó a girar muy rápido. Sucedió que sus amigas encontraron pareja en el bar de al lado y ella se quedó sola. Pasó que alguien quiso ayudarla y la llevó al portal de su casa. Pasó que no tuvo tiempo de reaccionar y que no había nadie por la calle y que aquel chico parecía pero no era. Ocurrió que en el ascensor se sintió indefensa. Ocurrió que sus bragas cayeron de nuevo al suelo. Ocurrió que esta vez no decía adiós a su niñez. Se la estaban arrebatando. Y cuando por fin terminó aquella danza macabra guardó en el bolso sus bragas cuidadosamente seleccionadas, porque ella no sería la misma ni recordaría nada al despertar en ese mismo ascensor, el mismo que la despidió hace unas horas y el único que pudo ver a alguien diciéndose por segunda vez adiós.

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