Cabaña con olor a café.
Había una cabaña en medio de dos rocas y dos árboles frondosos que fueron testigos de un tierno juego de miradas, entre dos enamorados que no se decían nada.
Dentro de esa cabaña había un aroma a café, que hace de esta historia algo particular, porque dentro de ella existía mucho de ambos, de sus miedos, de sus amores y como estaba siendo valientes, uno con el otro, para soportase la mirada; para no ruborizarse, para no bajar los ojos, pero el olor a café los unía y lo que los distancia era el silencio.
Lo que se cuenta de los dos, en esa cabaña de azulejos verde, muy bien dividida y articulada es que existe un molino de café donde ella trabaja, haciendo que los alrededores olieran a tostado. Esa cabañita se encontraba a un lado de la carretera y cuando la gente pasaba no podían resistirse a cerrar los ojos para olfatear ese rico aroma. Pero los amorosos también tenían los ojos cerrados cuando se conocieron.
Como le era de costumbre, se detenía un minuto antes de su jornada para oler el café y fue ahí donde la vio: con su cadencia propia, en su labor:
- Si son 300g molidos, tenemos que fijar mínimo 100g para la prensa y hagamos una buena infusión de sabores- Exclamo ella.
- Se le ofrece algo. Dijo ella.
El a lo lejos la escuchó, la miró con detenimiento: su cabello, sus ojos y su piel eran tan hermosos e iguales a ese café molido. Ella en ese momento volteó a ver a aquél hombre vestido de traje azul y con el cabello relamido.
Él simplemente no sabía qué decir, si decirle que lo que hacía era tan común para él, que siempre se detenía en un carril para disfrutar del aroma a café, pero fue ahí donde sus miradas se cruzaron, las cubrió un manto invisible… se miraron y el aroma se transforma en amor.
Con un sutil cambio en el ambiente y la ráfaga de viento, la cual esparcía ellas partículas por doquier;sus miradas fueron imantadas y no pudieron dejarse de ver, sin decirse nada. Que por cierto, los ojos de él también era color café.
La paradoja de este cuento radica en que a los amorosos siempre se les invita como primera cita ir a tomar un café, en algún lugar para charlar y forjar con ese aroma el juego con palabras de un puente para conocerse y si es posible amarse por casualidad, al calor de la misma charla y un café. En cambio ellos, por sus propias circunstancias, ya se habían tomado ese café, ya jugaban a las miradas por simple casualidad.
Pero no elegimos a los otros al azar, nos encontramos con aquellos que existen ya en nuestra inconsciente y lo disfrazamos de magia y novedad, para que nuestros impulsos no se apropien de nosotros… aunque ya somos presos de esa necesidad: la de amar y ser amados.
Ellos envueltos en la novedad y las miradas, en aquella cabaña con olor a café no sabían su destino, de lo que sí es seguro es que su “casualidad” los llevó a enamorarse mirando y oliendo a café, a café por todos lados…
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