Leufú Hábitat: Capítulo 4

Leufú Hábitat: Capítulo 4

Rodrigo Reyes

20/03/2019

CAPÍTULO 4

Manuel

Buena Espina

El colega que lo ayudaba no estaba contento con la cantidad que Manuel sacó en esta ocasión, menos el guardia que lo camuflaba. Manuel comprendía que no podía perder el apoyo de ellos, así que amplió la invitación para ambos, y así los tres quedaron de reunirse a la noche a las afueras del antro que frecuentaban «El Buena Espina». Él invitaba. La gracia de ir hoy, sobre otros días, era que celebraban el aniversario y había varios invitados destacables de la bohemia nacional.

Llegaron temprano para agarrar buena mesa, y tragaron unas cervezas para empezar. Luego fueron a por vino tinto y empandas de pino. El primero de los artistas en presentarte fue un exponente de cueca que introdujo la fiesta solo con su guitarra para entrar en calor, aclarando que más tarde se presentaría con la banda. A su fortuna los segundos en salir fueron unas leyendas del rap nacional, pioneros del estilo que él disfrutaba, ídolos de todos los nuevos MC que aprovechaban apenas tenían opción de agradecerles por fortalecer los pilares de la cultura hip hop.

– Voy por otra de vino. ¿Quieren algo para comer? –Consultó el amigo guardia.

– Otra empanada, están buenas –le respondió.

– Yo igual –se sumó el colega.

Cada cual tenía su propia forma de materializar la cueca, que después de la primera no se detuvo más. Algunos hacían más maravilla con el rostro que con los pies y el calor que impregnaba el local parecía venir de la mirada de sus asistentes. A pesar de que Manuel no se levantaba de la silla, sentía que el calor lo devoraba, proveniente de distintos lugares, de varios movimientos expresados por ojos danzantes. Esta era la razón de ser de todo el folclore: la previa. Esto debe estar acompañado de la demora necesaria pero con la condición del premio. Los pelos ondulados tomados en moños, las cabezas inclinadas enfrentando al hombre, los movimientos que no cesaban de entrelazar, y el desgaste en el sudor que recorría mejillas y frentes, dieron en Manuel la sensación de ahogo. Se levantó y puso la cabeza en la ventana, un aire frío le llenó los pulmones, contradiciéndose con el brío a su espalda.

– ¿Qué te pasó? –quiso saber su colega.

– Nada. Mucho calor –demasiado.

Desde ahí veía los techos desgastados de un barrio abandonado, cuyo comercio típico se había desgastado al punto de la pobreza, habían visto tempos mejores pero ahora no eran más que lugares abandonados que rodeaban los fantasmas de su propia tradición. Volvió a concentrarse en las personas, en el cortejo colectivo al que se sometían y recordó unos monos que se reunían a hacer algo similar.

– Gallinas a sus gallos –dijo el guardia, como adivinándole el pensamiento.

Gallinas que bordeaban el esplendor del saberse en el momento. Los pelos negros se mezclaban entre otros blancuzcos con mechas de varios colores, los vestidos rojos y negros rodeaban uno verde sin mangas que se empapaba a cada zapateo. Manuel no pudo dejar de mirarla. La última vez que había visto una danza, fue en la calle, en un paseo donde un grupo se había puesto a bailar a la usanza clásica, mostrando su técnica Europea, donde a todas las mujeres les destacaban más las costillas que otra cosa, pero aquí no. Menos ella. Las caderas, las suavidades en curvas presentes. Así es como le gustaban a Manuel, de senos presentes que se movieran con los saltos en la cama. Aunque para ella no se necesitaba viajar a un dormitorio, podía desvestirle ahí mismo, entre medio de todos esos que la acompañaban sólo para hacerla lucir aún más. Demasiado calor.

– Voy por una cerveza, vuelvo altiro.

La cerveza estaba tibia. Todo parecía un gran complot para no quitarle la sed. Iba camino a sentarse con los suyos, cuando ellos lo interceptaron y se lo llevaron al patio para fumar. El colega, buen fumador responsable, siempre tenía cigarros para compartir, así que abrió una cajetilla y le ofreció cigarros.

El local era parte del persa Bío-Bío, en otros tiempos compartían funciones. Puestos de ropa y de artilugios que ya no se consumen como antes, haciendo juego con el barrio. No eran los únicos allí, había otros tantos necesitados de tabaco. Algunos más viejos que otros, algunos ancianos acompañando, los dueños del arte que estaba en discusión, los eternos cuequeros que animaban con su galantería a las más jóvenes mejor que los otros de físico menos gastado. También había parejas que dejaban escapar las ganas generadas por el cortejo.

– Ahí está mechaslocas –dijo su colega, señalando a la que había llamado la atención de Manuel en el baile–.

Ofrecer un cigarro era técnica vieja pero infalible, un regalón de la olla jamás niega comida, los fumadores no dejan escapar oportunidad de tabaco. El colega se manejaba, ni siquiera consultó si quería fumar o no, no le dio espacio a la duda. Sacó la cajetilla, la movió para que una colilla saliera a saludar y se la extendió a la chica que sacó dos para darle uno a su amiga. El guardia se sumó instintivamente sacando el encendedor y paseándolo por las bocas. Manuel se integró extrañamente tímido, aunque mirando a su punto de interés. Ella acostumbrada a no bajar la mirada de su huaso, se mantuvo firme desarmando las defensas del galán. Manuel tenía la mala costumbre de ver el cortejo como un castigo, aunque en esta ocasión lo de ella era más que una previa, se revolvía en sensaciones incontrolables. Suponía que un inicio como este le daría algo mucho mejor al rato, algo había en ella que debía obtener.

Pero el colega le estaba sacando ventaja, conversando divertido sobre temas en lo que se manejaba mucho mejor que Manuel, y que ella parecía disfrutar. Manuel estaba fuera de sus dominios, afuera de un festejo de tradiciones despiertas, la nostalgia en el aire no le entraba a los pulmones, pero si a sus amigos y como ellas eran dos y ellos tres, fue naturalmente el exiliado. El único que no manipulaba –que ni siquiera conocía– las herramientas para seducir a estas mujeres. Un baile era la solución. ¡No saber bailar cueca! se lamentaba Manuel. Pero a su favor, era tiempo de descanso, la necesaria pausa para acumular las ganas y la energía para el próximo round. Manuel interrumpió la conversación que estaba teniendo su colega, con una broma desgastada. A ella parecía simpatizarle su torpeza. Manuel buscando pistas sobre las que afirmar sus comentarios, se fue a lo primero que encontró, las ganas con las que ella fumaba.

– Después, podemos fumar algo mejor que esto –dijo a modo de consulta, con tono de afirmación.

– No estaría mal –lo apoyó el colega.

– Podría ser –aceptó mechaslocas.

Manuel logró agarrar protagonismo, se sabía más interesante que su colega. Los cinco juntos daban la impresión de ser amigos de antes. Bastó con ponerse a su lado, cruzar algunas miradas y sonrisas, apoyarla en algunos comentarios, para centrar la atención de Mechaslocas en él. Al rato la amiga quería volver a bailar, y como Manuel y Mechaslocas estaban inmiscuidos en una conversación sobre la función del alcohol en hacer soportable la existencia, los dejaron solos, momento que aprovecharon para volver la charla más íntima. Unos empujoncitos entre las risas, unas caricias furtivas por el brazo de ella, y unos acercamientos de cabeza que acortaban la distancia, impulsaron la confianza en Manuel.

Manuel se encontraba en ese punto donde analizas paranoicamente el momento exacto en el que lanzarte a besarla, cuando ella se adelantó con un beso profundo que le dio vuelta el paradigma y lo hizo sentir presa de esta fiera. No era la primera vez que se sabía menos de lo que aparentaba. La tomó de la espalda, por el hueco de las caderas, no se liberaría del beso tan rápido. Así estuvieron unos minutos, empujándola lentamente hasta que topó con la reja que los separaba de la sección de locales del persa. Mierda. Necesito tenerla a solas. Tengo que metérselo.

La reja tenía un agujero, un regalo de esos que la vida suele darte cuando quieres apoyarla. Porque el acto sexual es un apoyo a la existencia. Mientras la besaba, la fue acercando hasta el umbral que transgredía la privacidad de los locatarios. Al estar al otro lado, le enseñó su mano en modo de invitación que ella aceptó de inmediato. No puedes negarte a la posibilidad de atracar en el persa.

Le tomó el trasero con las dos manos, y sin dejar de besarla le subió la falda buscando más tacto. Necesitaba más piel, puso una mano por un seno y ella que se había concentrado en la espalda, la agarró el pene con la palma completa, buscándole los testículos con las yemas. El rose sobre el pantalón le regaló el adelanto de lo que harían cuando no tuviera intermediarios. Por cómo se movía, como recibía los roces y como los respondía, ella demostraba cierto manejo del acto. Le regalaría un buen momento. Tremenda manera de terminar la semana, pensaba mientras le apresaba los pezones.

Estaba a punto de empezar a desvestirla cuando ella nuevamente se le adelantó, desabrochándole el pantalón. El muy cabrón salió de inmediato a saludar, y ella le respondió el saludo con suaves movimientos apretando y soltando los dedos. Para ella todo era un baile. La tirita sobre el hombro al deslizarse, la piel nueva, y el seno que aparecía de a poco, el pezón que saludó divertido y sus dedos que de inmediato fueron a por él, puso a Manuel en un punto al que no quería llegar. Mierda, me voy.

A ella no le gustaría por lo que intentó resistirse, debía alejarle la mano, la tomó por la muñeca y ella jugo con dos dedos en la base del glande y luego le dio un par de movimientos bruscos hasta el fondo, y el semen brincó de su hogar, desesperado por salir disparado y en cantidad. A ella no le gustaría, hasta aquí había llegado, Manuel había fracasado. Ella debía de tener el puto esperma en las manos, quizás hasta en los brazos o en su ropa.

Manuel que tenía la mirada baja, escondido del bochorno, la subió para encontrarse con la expresión de rechazo de ella, pero en lugar de eso, se encontró con una sonrisa coqueta, con ojos abiertos llenos de secretos a compartir. Y la erección no cedía, y eso también parecía gustarle. Pensó en besarle los senos, pero ella como siempre, se le adelantó y le besó el cuello, mientras él le tocaba el trasero y las piernas. Le quitó el vestido, dejándola en sostenes y medias. Iba a quitarle el sostén cuando ella lo apartó un poco apoyándolo contra una de las latas que dividía los locales. Hicieron ruido, pero no les importaba, lo único importante era lo que ella quisiera hacer. Era la dueña de la situación.

Manuel estaba embriagado por el calor del interior de la boca de mechaslocas que le albergaba el glande. Cuando vio cómo se agachaba, había pensado que lo hacía para quitarle los pantalones, pero la humedad de la saliva mezclada con los residuos del semen parecía ser el plato favorito de ella.

Sólo estuvo allí unos segundos, suficientes para encender a Manuel al máximo y asegurar la erección. Cuando ella comenzó a levantarse, Manuel atinó rápidamente a tomar la iniciativa, la giró poniéndole el pene contra el trasero, le bajó los calzones y se lo introdujo. Ella acompañó el movimiento, lo tomaba por los muslos, por una nalga y luego por la otra para mantener el ritmo que ella quería, cuando Manuel se impulsaba más, ella lo dejaba unos segundos, luego lo calmaba empujándolo del oblicuo y luego lo obligaba a aumentar el ritmo. No importaba lo que Manuel hiciera, ella controlaba la situación.

La preocupación de que no se había puesto preservativo le cruzó la mente un segundo, que fue interrumpido de inmediato por el movimiento curvo ascendente que mechaslocas hacía levantando el trasero cuando iba a presionarse hacia él y bajándolo cuando se retiraba, todo con el interior bien apretado manteniéndole prisionero el pene. Este preso no se escaparía hasta que su opresor le pareciera conveniente. No hacía falta cambiar de posición, ella pasaba de movimientos laterales a frontales, de curvos a rectos, de lentos a rápidos, de profundos a superficiales, cada pocos segundos surgía una experiencia nueva. Era difícil saber si Mechaslocas ya había tenido un orgasmo, intermitentemente explotaba en movimientos tensos, suspiros ahogados, su cabeza danzaba sobre el cuello y luego se repelía del espacio que la continuaba, empinándose hacia atrás. Manuel la tomó por el pelo, sin tironearla pero sujetándola firme y ella la gustaba y él se entregaba más en su juego y así estuvieron por unos tantos minutos más, donde envueltos en sudor variaban el acto sin despegarse jamás.

Manuel no supo cómo reunió tanta materia en poco tiempo, para depositarla dentro de ella. Apenas ocurrió, tuvo la idea de hacerlo afuera. Demasiado tarde.

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