Los caminos de los Agüizotes

Observar la calle, su rustico aspecto, pasan las horas en mi estado de contemplación, ver lo precario de su condición, historias almacenadas en sus grietas, algunas llenas de mitos y leyendas, contadas por ancianos locos por lo desconocido y relatos sobre las siembras de caña de los campesinos.

Esos trabajadores de la tierra, criados por la montaña y arrullados por el canto de los grillos. Ellos pertenecen a un club exclusivo, esos que comparten los cuentos e historias de los caminos, se reúnen a las orillas de las calles, sin camisa y con los brazos torneados por el machete y el rostro dorado por el abrazo del sol.

Solo las rutas y los caminos saben, todo lo que ellos pasan, son los testigos eternos de las vidas de quienes los recorren, y las que faltan por ver, pues el tiempo es relativo para la calle.

Miles de vidas pasan por ella y muchas de ellas ahí encuentran su fin, en ese momento surge un nuevo relato sobrenatural, para asustar a los niños necios, con el fin de infundir miedo en sus corazones sobre la noche, la oscuridad y lo desconocido.

Ahí es donde surgen esos cuentos de agüizotes, que trastornan la mente de los infantes, divierten a los adolescentes y llenan de nostalgia a los viejos.

Que divertido es escuchar las palabras de los ancianos, con la luz de una fogata, al lado del camino donde pasa la carreta nagua, ahí donde se lamenta la llorona por sus hijos, con los hombres sin cabeza con trajes de espanto, que causan miedo, esperando que en cualquier instante aparezcan, ahí, al lado tuyo.

Cuando somos niños nuestra imaginación es tan florida que solo necesita una chispa, para crear un incendio de ideas y suposiciones, por eso cuando eres niño, crees en todo lo que te dicen, supones que si un espejo se rompe «es mal agüero», o si una mariposa negra entra a tu casa alguien fallecerá, y estas seguro que pasara.

Somos criados entre cuentos del campo y arrullos indígenas, con la música del viento y la luz del candil, esperando a que sea la noche para escuchar las historias que nos contaran los abuelos del pueblo.

Que hermoso es tener fe en las fantasías de nuestra cultura, ansiosos esperar el último viernes de octubre, el día que salen los agüizotes por la noche, El lúgubre escenario callejero sólo es iluminado por miles de velas y candiles artesanales que portan los que transitan por los caminos en medio de bailes y algarabía.

Eso que te aterra por las noches puede causar festejos y alegría en tu corazón, una vez al año, con música de chicheros y marimba, todos los que portan disfraz se divierten y disfrutan de mantener viva una tradición de nuestros antepasados, recordando en las calles nuestro origen indígena, creando recuerdos invaluables en todos los que presencian el espectáculo.

Sin importar tu edad, estas leyendas del monte han formado parte de tu crecimiento y te das cuenta, que al final no importo el destino, sino el camino que recorriste para llegar, lleno de tristezas, alegrías y cuentos de pueblo

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