Era su inseparable amiga, ella sabía sus más íntimos secretos, a él le gustaba su insensibilidad, su frialdad; pues gracias a eso no le juzgaba; no le alentaba pero tampoco le reprochaba. Ese día había estado toda la mañana y parte de la tarde con ella, la había disfrutado como pocos días, se había sentido muy inspirado, pero llegado el ocaso comenzó a sentirse raro, una sensación de nostalgia lo empezó a invadir, como neblina fría le empezó a envolver su ser, arrancándolo del tiempo presente y arrastrándolo a tiempos inmemoriales, tiempos que hasta hace poco eran imágenes difusas, sombras, balbuceos irreconocibles, sensaciones olvidadas; pero que ahora tomaban vida inusitada. Era el tiempo de la ingenuidad y de la curiosidad, sus ojos opacos por el peso del tiempo, por un instante, se volvieron mañana, emanando un fulgor inusitado… y una sonrisa como arruga blanca apareció en su rostro, y evocó esos días cuando corría creyendo alcanzar al viento, cuando esperaba ansioso la lluvia para que le llevara esos mares que surcaba en blancos barcos, donde un jardín era una selva llena de tenebrosos secretos y bichos raros, cuando el único propósito de la vida era descubrir y jugar, donde cada mañana olía a aventuras nuevas… De improviso un silencio mortuorio apareció, un silencio como aquel de su juventud, aquel, de aquel instante cuando tomó conciencia de que inapelablemente la muerte, más tarde o más temprano, estaría esperándolo como la más fiel de las amigas…, y como luego se embarcó en una búsqueda por hallarle sentido a su existencia, encontrarle un propósito, una luz que le indicara el sendero a seguir, una luz que en vano busco en otros seres, en un hogar, en un sueño… Y sus ojos se rebozaron de ternura, de comprensión, de perdón a ese humano perdido, desorientado; que pasos atrás él fue… Y recordó con satisfacción como la alegría y la tristeza, la euforia y el desánimo, el conocimiento y la ignorancia, el desenfreno y el autodominio… lo habían sacudido como la tormenta sacude a la palmera, le habían ido esculpiendo el alma como el viento esculpe las montañas, como a libro vacío lo habían llenado de sabiduría… Y aprendió a desear sin ansiar, a amar sin esclavizar, a dar sin esperar, a aceptar sin renunciar… Y aunque cansado, se sentía orgulloso y agradecido de la oportunidad de haber tenido el privilegio de vivir. Interrumpió ese viaje nostálgico al levantarse para ir a traer un poco de agua, no sin poco esfuerzo logró hacerlo, sonrió al comparar como ahora levantarse era todo un cuento, y luego de beber agua regreso a sentarse y después de acariciar a su inerte e inseparable amiga, escribió las últimas tres letras que escribiría en ella… “FIN”.

Escrito una fresca tarde marzo, en el jardín de la Pepo.

Por Nelson Rivera

El Salvador

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS