La Tierra, Montag y yo.

La Tierra, Montag y yo.

Martina

11/03/2019

un sol espectacular invadía cada centímetro que mis ojos alcanzaban a ver.

Lleno de brillos, el paisaje se desvirtuaba como una mancha ondeante con olor a gasolina delante de mi propia retina.

Los colores eran espectaculares, a veces se desvanecían, a veces estallaban de tanta intensidad.

Pletóricamente tranquila, mi cuerpo se inundaba de alegría.

Tras atravesar aquel desierto y echar la vista atrás, mi boca estaba seca, mi frente sudaba, no había sido muy buena idea coger el Mustang, la capota no ajustaba y no había podido levantarla pero no había más alternativas.

Últimamente mi nuevo coche no me hacía mucho caso.Me había costado una pasta. Un precioso Future Relax 2500 con aterrizado automático, elevador y teletransportador. El único problema es que había decidido por mi en las últimas ocasiones y me llevaba completamente loca. Mi casa también se autoprogramaba desconectándose cuando quería y no me había abierto la puerta en varias ocasiones.

Aquí sentada en el viejo coche, en medio de la nada, mis recuerdos más humildes comenzaban a florar mientras mi pierna sentía el calor de la piel del asiento. Probablemente sería de piel de vaca o de oveja, entonces la Tierra estaba llena de bichos. ¿Por qué será que hace tiempo que no veo ninguno?

Sentada aún en el coche, pensando que hacer, mi mente empezó a vagar sola.

Tras una larga relación de pareja mi vida en solitario habia comenzado años atrás. Curiosamente una noche de largas lloreras, me descubrí hablando sin ton ni son con el asistente virtual que me informaba de cómo tenía la nevera y que necesitaba para pasar esa semana de la forma más saludable posible.

– Margot… ¿Te preparo un batido de verdura? Subirá tu dopamina, bajará tu cortisol y te encontrarás mucho mejor.

Me dio mucha risa al oírle, cada vez que le oía una rima me partía de risa.

– Por favor Montag, prepara una pizza pero no un batido asqueroso.

– Magnolia por favor, acércate al microondas..

Pensando no sé muy bien cómo, qué en la tontería de mi ensimismamiento la pizza, estaría dentro, por lo que me acerqué a mirar.

– Margot ¡Bésame!

Y ahí estaba yo, frente a mi microondas, mirándome en el cristal de la puerta, atónita, escuchando una voz metálica de un asistente virtual que pedía que le besara y efectivamente, al abrir la puerta, la pizza no estaba.

La vida era un poco anodina. Me había acostumbrado a ver poca gente, casi no iba por la oficina, trabaja con sensor de piel desde casa y hablaba de vez en cuando con Montag.

Durante la universidad me había me había insertado un microchip en la muñeca conectado directamente a mi corteza prefrontal y ya solo con pensar aquello que quería decir o hacer, la información corría por la red. De hecho hasta el acto de hablar, a veces me parecía de lo más raro.

Últimamente el aislamiento había sido tan intenso, que era una más del sistema informático de mi propio hogar. Digamos que ya no formaban parte de mi rutina diaria, más bien yo formaba parte de la suya, y a veces incluso hasta molestaba mi presencia, si no hacia o pedia lo que tocaba.

Me había acostumbrado por completo.

Todo era sintético, animales, plantas, comida, mi sobrepiel era sintética, controlaba la temperatura, mis sensaciones corporales, mis estados de ánimo, mi mente siempre estaba tranquila, mi vida era monótona. Aun así de tanto simplismo, que mi asistente virtual quisiera ligar conmigo no me terminaba de encajar y últimamente me dejaba fuera de casa , posiblemente por venganza.

En una de estas ocasiones mi piel sintética no funcionaba. Empecé a tener mucho frío y se me ocurrió quitármela para refugiarme en el cálido abrazo de un jersey de lana, lleno de bolas, que había en el maletero del coche.

Una sensación de tristeza recorrió todo mi cuerpo. Aun olía a mi madre. Es curioso como los sentidos me trajeron de vuelta a 50 años atrás, cuando la vida aún tenía un toque de humanidad y un mismo mamífero . Empecé a llorar, no sabía muy bien, pero no podía parar. Era una reacción más física que emocional, o eso creí en el primer momento. Entonces una voz, metálica asomo por el baile del coche Margot ven a casa que te cuide. No entendía nada, estaba triste, me sentía sola, me sentía perdida, hastiada, abatida, cansada, necesitaba recuperar aquellas emociones de antaño que tanto me reconfortaba ni los momentos duros. Y lo único que tenía próximo era mi asistente virtual. Síndromes inteligente que pude, conseguí que monta me abriera la puerta del garaje y sin más me monte en el antiguo Mustang descapotable y salí con lo puesto y dos bidones de gasolina. La noche había sido larga y la madrugada humedad el frío atravesaba mi cuerpo, llegue a pensar que estaba muerta, una cálida sensación de intimidad me embargaba la tristeza, la música empezó a sonar en mi cabeza, Dreams de los cranberries .

Aún parada en aquella bifurcacion, el asiento ya no me quemaba, tiene que decidir por dónde seguir en aquella carretera. UU pensé, si aún existían los móviles podría mirar la ubicación de Hotel lago que estaba por esta zona. Un impulso me hizo dar un volantazo, meter la primera y acelerar por la derecha. Me sentía llena de energía. Notaba mi instinto, mi sensación de búsqueda. Me notaba real, viva, en todo mi esplendor, no podía dejar de acelerar, estaba segura que el lago quedaba cerca, notaba la humedad en el ambiente. A tan sólo unos minutos de distancia una increíble masa de agua avanzaba. Un calor aplastante, apenas si podía respirar y de repente, al asomar por la carretera me Mustang hacia el valle allí estaba, una inmensa hola lo inundaba todo. Sabía que moriría. Hacía tiempo que la tierra estaba en armas, buscando su equilibrio, pero no me importó. Me sentí feliz. Feliz por ella.

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