DESDÉN. ESPIONAJE

DESDÉN. ESPIONAJE

Víctor MAS

07/03/2019

Como todas las mañanas desde hacía meses, salió a dar una vuelta. La misma de todos los días. Se paró en el parque habitual. Se sentó en un banco. Abrió un libro que había leído varias veces, Manual para exploradores. Le atormentaba leerlo, pero lo llevaba bajo el brazo todos los días para reafirmarse en su fracaso vital, él que hacía no tantos años había sido un emprendedor, un vitalista exultante de energía positiva, ahora era un triste conformista. Tras media hora de lectura ya conocida, Manuel se fue a un bar, todos los días iba a uno diferente. No le gustaba encontrarse con otras personas de rutinas parecidas, no quería hacer conocidos que le contaran su vida, en el pasado ya tuvo muchas amistades, sobre todo de barra y de todas huyó. En esta etapa de su vida le gustaba pasar desapercibido, no quería ser protagonista de nada, ni siquiera secundario, le iba bien ser una persona del montón, alguien en quien nadie se fijara, y lo estaba consiguiendo. Algunas veces pensaba que, si le vieran ahora sus compañeros de oficio, le dirían «con lo que tú has sido, que causabas admiración, siempre de buen humor y animando a los demás, mírate ahora, no eres ni la sombra de ti mismo”, sonreía para sí mismo y pedía otro vino. Cuando ya se había tomado cuatro o cinco volvía a su casa. Nadie lo esperaba. Su mujer lo abandonó por dejación de todas las obligaciones que se le suponen a un matrimonio y se llevó a su hija sin oposición alguna por su parte. La entendía, también a su hija, que no se volvió ni para decir adiós cuando se despidieron. No hubo problema alguno al repartir los bienes conjuntos, de hecho, se quedó voluntariamente con el apartamento. No necesitaba de mucho espacio para vivir la vida desapercibida que había elegido vivir. Hacía años había escuchado “hay gente que muere con 30 años y no se les entierra hasta los 70”, así se sentía él infinidad de veces. A veces fantaseaba con su muerte. Si le diera un infarto, una embolia, un ictus, o si se tomara un par de cajas de orfidales, tenía varias ¿Cuánto tiempo tardarían en encontrarle? Se preguntaba. ¿Alguien le echaría en falta? Su mujer y su hija, seguro que no, hacía meses que no sabía nada de ellas, ¿sus hermanos? Donde estarían sus hermanos. Lo más probable es que nadie le echara de menos y solo se acordaran de él cuando su cuerpo entrara en estado de putrefacción y comenzara a apestar la planta entera.

En este pensamiento estaba cuando entró en el portal, ya era la hora de comer. Justo cuando se cerraba la puerta entró su vecino. Vivían puerta con puerta.
Hola vecino. No te había visto, hola. Entraron en el ascensor. ¿Qué tal? Como siempre ¿y tú? Ahí luchando. Hubo un silencio incómodo. Llegaron a su planta. Abrió cada uno la puerta de su casa. Hasta luego, hasta luego.

-Hola cariño. ¿Qué tal tu mañana?

-Bien. Muy liada ¿Has traído el pollo?

-Sí, lo he dejado en la cocina. He subido en el ascensor con el vecino triste.

-¿Y cómo le ves?

-Pálido y cabizbajo.

-Anda, no digas tonterías.

-Si es que es verdad, además, no anda, se arrastra.

-Entiéndelo, cariño, desde que le abandonaron su mujer y su niña no levanta cabeza, pero vamos a hablar de cosas más agradables. Anda, siéntate un rato ¿qué tal tus entrevistas de trabajo?

-Pues más de lo mismo. Me ven muy adecuado para el puesto y cuando hayan hecho todas las entrevistas me llamarán.

-¿Te han preguntado algo fuera de lo normal?

-Pues, ahora que lo dices, sí, y no es la primera vez que me lo preguntan.

-¿Qué? dime.

-Si uso redes sociales con asiduidad. Facebook, twitter.

-No me digas.

-Sí, y eso es una intromisión en mi intimidad.

-Vaya si lo es, querido. Pero tú es que además eres muy activo políticamente en las redes.

-Es que en estos tiempos de recorte de libertades no puedo dejar de hacerlo. Sería como aprobar las políticas que nos abogan al ostracismo.

-Yo te entiendo, pero estamos en una situación económica muy delicada, necesitamos tu trabajo. Con solo el mío no llegamos y los ahorros se acaban.

-Ya lo sé, cariño, y hago todo lo que puedo y más, pero a muchas entrevistas que voy me ofrecen un salario más bajo que hace veinte años. Es terrible. Y además lo que tu has dicho, que parece que nos espían.

-¿Acaso lo dudabas?

-No es que dude, es que no doy crédito. Ayer estuve a Carabanchel Alto. No encontraba una calle y, por primera vez, puse el GPS del móvil. Hoy, al salir de la segunda entrevista he recibido una llamada, era una telefonista de Vodafone ofreciéndome un mes gratis de su GPS para no gastar datos del móvil.

-Joder que fuerte. ¿Y qué has hecho?

– La he colgado. Me he asustado.

-¿Ves? Lo que te he dicho. Y eso mismo ocurre en las empresas en las que buscas trabajo. Espían a los candidatos a través de sus comentarios en redes sociales, y si te ven como alguien problemático, te desechan sin despeinarse, aunque seas muy válido.

-¿Y qué hago?

-De momento, borrarte de facebook y de twitter.

-¿Pero que dices, mujer, y mis principios, mi libertad de expresión?

-Por ahora que se queden aquí en casa y ya veremos más adelante, querido. Ahora tenemos otras prioridades. Salir adelante.

Tras ofrecer toda la resistencia que pudo, al final cedió. Por la tarde apuntó gran parte de sus contactos en una libreta. Y desapareció de las redes, al menos como titular. Sus cientos de comentarios seguirían por ahí deambulando, pero no creía que los fuera a seguir nadie. En pocas semanas consiguió un trabajo como hecho a su medida. No volvió a unirse a ninguna red social, salvo algunos grupos de whatsapp.

Ayer, sobre las dos y media, abrió la puerta de su casa. Llevaba un pollo asado.

-Hola querida, ya estoy aquí.

-Que bien, y con el pollo recién asadito. Que hambre tengo, querido. Oye, una cosa ¿te has cruzado con el vecino triste últimamente?

-Pue no, la verdad

-¿Y hace mucho que no lo ves?

-Pues sí, hace ya unas semanas.

-¿No has notado que huele un poco raro fuera?

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