Las situaciones límite

Extracto de la lección Las situaciones límite, cedido por Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja a la Fundación Escritura(s) para ser leído en el Club de escritura.

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–¿Qué? ¿No hay situaciones privilegiadas?

–Eso es. Yo creía que el odio, el amor o la muerte bajaban sobre nosotros como las lenguas de fuego del Viernes Santo. Creía que era posible

resplandecer de odio o de muerte. ¡Qué error! Sí, realmente pensaba que existía «El odio», que venía a posarse en la gente y a elevarla sobre sí misma.

Naturalmente, sólo existo yo, yo que odio, yo que amo. Y entonces soy siempre la misma cosa, una pasta que se estira, se estira… y es siempre tan igual que uno se pregunta cómo se le ha ocurrido a la gente inventar nombres, hacer distinciones.

La muerte, la locura, el amor, el odio, la soledad, la guerra, la tortura o el hambre… son todas experiencias humanas que entendemos como extremas y que se encuentran, sin embargo, a un sólo paso de cada uno de nosotros, en ese ámbito insustancial e indefinible que constituye lo probable.

Vivimos, pues, al filo de los límites y los extremos, y la literatura, precisa- mente, es quien mejor se nutre, ordenando e interpretando, de los sentimientos que en tan expuesta situación se producen.

Ni uno sólo de los grandes personajes que desfilan por nuestra historia literaria es ajeno a la vivencia de las situaciones límite. Aureliano Buendía, don Quijote, Hamlet o Madame Bovary, cayeron para poder elevarse. A cada uno de ellos algo se les quebró por dentro en un momento crucial de su vida y, precisa- mente, esa situación extrema que los colocó al borde de sí mismos, es lo que cuenta cada una de sus historias. Cien años de soledad, Hamlet o Don Quijote de la Mancha son la narración de un cambio, de ese cambio.

Tener conciencia

Si buscamos minuciosamente el sentido último de la cita de Sartre con la que abríamos esta lección, observaremos que, desde su punto de vista, no hay sentimientos absolutos: hay sólo lo que cada cual pueda sentir. Yo que odio, yo que amo…; incluso yo, que no siento nada.

Cuando hablamos de situaciones límite en literatura queremos referirnos a todas esas circunstancias, sean de la naturaleza que sean, que desequilibran y que acosan —para bien o para mal— a los personajes, dándoles entidad real.

En el magnífico ensayo que Albert Camus dedica al análisis de El mito de Sísifo, el autor nos conduce a conclusiones que pueden ayudarnos a encontrar la luz necesaria en tan intrincado asunto. Veamos…

Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

(…) Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura.

Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si ese mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo.

Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición; en ella piensa duran- te su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento, consuma al mismo tiempo su vic- toria. No hay destino que no se venza con el desprecio.

Más que la vivencia de una situación límite, es, entonces, la conciencia (la consciencia) de encontrarse ante ella y el cambio que ello implica lo que constituye el corazón del asunto. Con cada momento extremo el universo se derrumba, de golpe, y todo puede entonces volver a construirse, según un orden diferente y con unas reglas nuevas, hasta ese momento desconocidas.

Llevar a la literatura las experiencias que sitúan al borde al ser humano —y al personaje— no solamente es una buena idea… No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche, dijo Camus. Para ganar algo —todos lo sabemos— es preciso arriesgar.

La historia de la literatura es también la historia de las situaciones extremas por las que pasan sus personajes, y es la historia de los cambios que sufren. Si afinamos la observación y la vista en una atenta lectura de cualquiera de las grandes obras que conforman nuestra memoria literaria, podremos ver que el devenir de los personajes y de la narración apunta al cambio: ningún personaje es igual al comenzar el relato que al concluir. En el transcurso de su historia «algo» cambia (en él, en sus circunstancias, en su manera de ver el mundo…).

 

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