1ºBach. Tic-Tac

1ºBach. Tic-Tac

Cerne

03/03/2019

El tiempo no es oro; el oro no vale nada, el tiempo es vida. Todo se resume en segundos, instantes en los que puede cambiar todo o nada. Cinco minutos bastan para soñar una vida y otros cinco para destruirla; una o miles de millones. Hoy se cumple un milenio desde la ascensión de las almas, término que asignamos a la feroz masacre producida en un mundo al que nuestros antepasados llamaban hogar. Las estrellas fueron sustituidas por bombas, el mayor de los piares por el más breve de los silbidos de balas y cañones, las aguas en cementerios y la tierra, desprovista de su esencia creadora, fue teñida por un rojo desolador. Por primera vez, el humano comprendió las repercusiones de sus actos y la esperanza de un futuro se eclipsó por la certeza amarga del presente.

El metal se convirtió en nuestro primer aliado frente a la radioactividad que flotaba en el exterior. La política de tener un refugio debajo de cada edificio se instauró a mediados del s. XX debido a los bombardeos de gas tóxico de la Primera Guerra Mundial y del temor que suscitaron las explosiones de las bombas atómicas norteamericanas en Hiroshima y Nagasaki.

La puerta blindada está cubierta por una lámina de acero pintado. Traspasado el umbral, embarga el aroma a comida condimentada y sudor. El olor espesa el ambiente, aun con una temperatura y humedad estable. No hay ventanas ni luz natural. Los focos de neón trazan líneas rectas imperturbables en el techo, colocados de tal forma que la sombra no existe. Los tonos luminosos que suelen entrar por las ventanas se trucan por una blanquecina e incandescente luz que no deja claroscuros. El tiempo se estipula basado en los horarios de caza de las quimeras, criaturas mutadas superiores a cualquier humano. Contamos con un sistema de oxigenación que atraviesa el lugar de punta a punta, purificando cíclicamente el aire. No hay forma de orientarse en este laberinto. Es un rizoma, un racimo cuyas uvas se conectan por pasajes sin escapatoria.

Veinticinco años y medio subsistiendo entre estos pasillos y en ninguna otra época del año se respira temor igual al de hoy. Por cada aniversario dentro de este agujero se ejecuta un proceso de seleccionamiento que ayuda a compensar las nuevas incorporaciones y su gasto de oxígeno. Una vez en la reunión, filas de cabezas se erguían delante de Falon, la persona encargada del recinto y de realizar este tipo de mecanismos.

– ¡Callad y tomad asiento! – su voz retumbó por todo el cuarto – Vamos a comenzar con el procedimiento que determinará quienes de ustedes sacrificarán su vida por las nuevas. Contando con pérdidas y nacimientos, se extraerán 10 números, ¿fácil no?

Nos reconocíamos a través de los dígitos que nos asignaban una vez nacidos. Éramos meras cifras desde la primera bocanada de aire y nuestras identidades se reducían a términos matemáticos. El guardia sostenía nueve papeles, nueve personas, nueve muertes. Pronunció la ultima serie de números y como impulso mis piernas me indicaron que yo era la décima. Solo percibía murmullos, mi mente había optado por evadir cualquier ruido y mi cuerpo fallaba ante cualquier amago de movimiento.

No fui consciente de mi condición hasta que nos encontramos en la sala, testigo de cantidades infames de muertes inocentes. El resto de los elegidos se encontraban vestidos con el mismo mono beige, el cual, coordinaba a la perfección con la ausencia de vitalidad de sus rostros. Algunos se entretenían contando su historia mediante palabras, a otros tan solo les bastaba con la mirada. El rango de edad era extenso, nadie se salvaba de la caprichosa ruleta de la fortuna. La menor no simulaba tener miedo, todo lo contrario, estaba expectante, impaciente. Anunciaron por los altavoces los 5 minutos rudimentarios previos a la desoxigenación del cubículo. Me acerqué a la cría y la pregunté con el escaso hilo de voz que pude reunir:

– Ey, ¿cómo te llamas?

– Sara, ¿y tú? – me contestó confiada.

– Al… Aloy. Sara, pareces una niña muy valiente para estar aquí.

– Mi mamá me ha dicho que lo sea, que pronto veré a mi papá. Hace dos años que no lo veo, mama dijo que fue a buscar una nueva casa, esta no me gusta mucho – el brillo infantil de sus ojos delataba la complicidad de su madre y la dulce mentira que la protegía del cruel destino al que nos habían sometido – ¿Tú también vas a ver a alguien? – empecé a titubear cosas sin sentido hasta que conseguí armar la contestación.

– Sí, voy a rencontrarme con mis padres. Se fue… fueron hace muchos años y me avisaron de que encontraron un hogar en el que vivir juntos.

– ¡Qué bien! – quiso seguir hablando, pero fue interrumpida.

– Señores y señoras les recomendamos cerrar los ojos y mantener una compostura relajada. Gracias a todos por contribuir a la continuación de la raza humana. – se oyeron las compuertas de las válvulas de ventilación cerrarse y noté como una diminuta mano se cernía sobre la mía.

En este mismo instante, comenzó la guerra más vieja del mundo: una lucha entre la vida y la muerte. Un eclipse permanente en el que una fuerza que vive por y para la oscuridad conseguía envolver una vida desbordante de luz. El aire se convirtió en plomo y las costosas respiraciones formaron un compás irregular. A medida que el tiempo transcurría, aquellos signos que advertían que aún había vida se fueron apagando. El agarre con el que inconscientemente me había estado aferrando desde el principio se debilitó dándome a entender que mi compañera no se encontraba despierta. Conseguí inclinarme y mientras mis párpados empezaron a ser el primer de los obstáculos, advertí la delicada curvatura de sus labios. Mis facciones dejaron de oponer resistencia y la cólera que me había estado dominando dejó paso a una serenidad absoluta. Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.

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