Historia en minúscula

Historia en minúscula

Pisaal

03/03/2019

Historia en minúscula

Hace ya algunos años, recuerdo que estando en la Universidad se levantó una gran expectación: Venía un jesuita para hablarnos de la Evolución. Por aquel entonces entre los universitarios se decía, cosas como que esa teoría era falsa, que estaba prohibida por la iglesia, que no podía ser que el hombre procediera del mono.

Y cerrando los ojos veo claramente el claustro de la Universidad, de la Facultad de Derecho, en aquella tarde de otoño, el olor de las castañas asadas de la vieja que se ponía en la esquina de la entrada, el aula empinada con pupitres de madera que crujía a cada movimiento que hacíamos, al jesuita delgado de pelo cano, el proyector de diapositivas grande, descomunal, el puntero largo manejado con habilidad por el conferenciante, el ruido que hacía para funcionar el proyector similar a un coche viejo y la primera diapositiva en blanco y negro de un gorila enorme con unos ojos tristes, casi humanos …

Y todas esas sensaciones, los colores amarillentos de las hojas, los ruidos de la madera, el olor típico del otoño, los ojos tristes casi humanos del gorila entraron por mis sentidos; seleccioné inconscientemente lo que me podía interesar, y lo envié a mi cerebro para almalcenarlo. Allí se procesó la información y de una manera consciente viví aquella tarde de otoño y aprendí que la iglesia no se opone a la Evolución, que tanto lo simios como los hombres procedemos de un tronco común, que nos hemos ido adaptando a las circunstancias, que hemos evolucionado…

Y todas esas vivencias, junto a otras, como mi escolarización en un internado, las vacaciones, las flores del inmenso ciruelo que había en el molino de mi pueblo, mis viajes al extranjero, los olores y sabores de los zocos, esos conocimientos, esas sensaciones permanecieron en mí, almacenados en mi memoria, el gran archivo que todos poseemos y forma mi Yo y ahora, en este momento estoy evocándolos y mostrando una parcela ínfima de mí.

Cada uno de Ustedes posee su propia trayectoria de vida. Si miramos atrás, recordamos hechos, emociones, sentimientos que hemos vívido y que están dentro de nosotros. Quizás recordéis a aquella compañera de clase que no habéis vuelto a ver, la primera vez que os regalaron flores, el nacimiento de vuestro hijo, el examen de ingreso. Y esos recuerdos, esas vivencias, forman vuestra vida, Y no sólo los hechos importantes, el día de vuestra boda, el de vuestro final de carrera, el nacimiento de vuestro hijo, la compra de vuestra casa. Esa es vuestra vida, pero también es ese recuerdo de la primera sonrisa de vuestro hijos, la satisfacción al terminar aquella labor, la merienda de aquel día en casa de alguien, el secreto guardado por ti que no se conoce, las ilusiones no cumplidas, los deseos satisfechos. Esa, ese, eres tú. Esa es tu vida Es la experiencia acumulada que influye en tu conducta. Es ese zurrón cargado que todos llevamos, es algo inmaterial abstracto que no se nota, pero que pesa, lo que hace que seas tu y no la otra, el otro.

¿Y qué paso con aquellos prehomínidos que aparecieron en África? Allí vivían en unas condiciones climáticas fabulosas, con comida abundante, seguros. Podían vivir sin ningún peligro, sin miedos. Pero decidieron emigrar, salir y cruzar territorios desconocidos, buscando nuevos lugares. Y se expandieron por los continentes formando nuevas formas de vida, adaptándose a los lugares donde fueron asentándose. Y nos han legado las pinturas, casi mágicas, de sus cavernas, ¿quien no conoce el bisonte de las cuevas de Altamira? E hicieron armas para cazar, de piedra, de bronce, de huesos de animales. Y se idearon vasijas, diosas, como las Venus, adornos, fíbulas o broches, pinzas… Y eso pasa a formar parte de nuestra cultura, de nuestra memoria colectiva, de esa mochila que el ser humano tiene tras sus espaldas, y que influye en nuestra conducta. Es la cultura de la Humanidad, el legado común que todos los hombre, que por el mero hecho de serlo tenemos.

Pero cada hombre que puso sus piedras en el territorio formó una cultura dentro de la cultura de la Humanidad. Y surgen historias diversas, tradiciones, ritos, religiones, personajes. Y esos también forman parte de nuestro Yo, de lo que no podemos erradicar porque quitaría una parte esencial de nuestra vida.

Los grandes hechos son contados por los historiadores, por los cronistas que van dejando el poso cultural por escrito para las siguientes generaciones.

Pero hay pequeños episodios, pequeños hechos, recuerdos nuestros, que quizás no sean importantes pero que es necesario contar a las futuras generaciones para que sepan de donde vienen.

Cada vez más, debido al ritmo de vida actual las familias son más pequeñas y los abuelos ven menos a los nietos, perdiéndose la relación entre estos y por consiguiente, aquellos largos relatos de su vida, su guerra, su tradición, que en algunos momentos se hacía monótono por la cantidad de veces que lo repetían se perderan. Eran nuestros historiadores particulares, nos transmitían, sueños, ilusiones, momentos felices de la familia. Actualmente, viendo la importancia de esta misión, en muchos colegios se está realizando un programa donde acuden personas con larga experiencia para contar a los alumnos historias, cuentos, tradiciones… Y la evaluación realizada es muy positiva.

Esta noche yo quiero convertirme en la memoria histórica, no de hechos importantes sino de estampas, figuras que ya no son habituales.

¿Recuerdan al chambilero que con su carrito de dos ruedas y sus garrafas llenas de helado apaciguaban los calores de las siestas?

¿ Y el trovero, con la rima oportuna, que siempre causaba admiración entre los espectadores?

¿A que recuerdan la cantinela emitida para anunciarse del botijero, con botijos andaluces o extremeños; o el del afilador, lañador o paragüero?

¿Y quien de nosotros no recuerda los famoso carnavales, los bailes en los casinos?

¿Se acuerdan de los serenos, aquellos hombres del barrio que acudían a las palmadas para abrir la puerta de las casas, o de los buhoneros, o del vendedor de agua que con el cántaro rezumando, por unos solos céntimos te daba la mejor agua del mundo?

Recuerdan el domingo de Piñata, la compra de la Bula que nos permitía comer carne durante todos los viernes del año, el silencio profundo de la Cuaresma? ¿ Les pintaban a Vds con yodo una reja en el pecho para combatir el resfriado?

Estos hechos forman parte de nuestra historia, como la Guerra civil, la entrada de la democracia en España, el 11 de septiembre o la guerra de Irak.

Pero a mí cuando empecé a leer sobre Murcia, sus costumbres y tradiciones hay una que me impacto y es la que hoy quiero contar. Hoy yo me quiero convertir en el contador de historias, el cuenta cuentos, para abrir la memoria colectiva que compartimos. Voy a hablar de los Auroros.

Yo no los conocía y no había oído hablar de ellos. Cuando llegué a Yecla, trabajando en el Instituto, planteé una actividad con los alumnos de 3º de bachiller y los de COU que tuvo muy buena acogida. Recogeríamos en un libro todas las manifestaciones religiosas, tanto presentes como pasadas de dicha ciudad. Estudiamos los templos, buscamos información de las diosas encontradas en los yacimientos arqueológico, buscamos canciones y casualmente me enteré de la existencia de una antigua cofradía de la Aurora. Busqué documentación sobre ella y sólo encontré una estampa y un artículo en un libro de las fiestas escrito por el hijo de un dueño de un estanco. Y allí me dirigí, casi sin interés y sólo con la idea de no dejar ninguna manifestación popular religiosa sin mencionar en la empresa que nos habíamos propuesto.

Y que sorpresa me llevé, sorpresa en todos los sentidos. En un estanco del siglo anterior, con mostrador de madera, desgastado y con surcos en ella por el uso, de suelo de barro deslucido conocí a uno de los dos Auroros vivos de Yecla. Conocí a Argimiro, un anciano entrado en carnes, no muy alto, educado hasta la exageración con un hablar reposado que cambiaba de ritmo cuando hablaba de la Aurora, de lo que significaba ser auroro, de las canciones. Allí acudí tarde tras tarde con un magnetofón en mano para grabar las canciones, la salve de difuntos, la salve de gozo… Y posteriormente, con ayuda de los alumnos que estudiaban música transcribimos aquella música al pentagrama y me cabe la satisfacción de pensar que esa música no se perderá porque dejamos por escrito los sones y además, ayudamos a impulsar la cofradía y hoy hay una campana en Yecla formada por 25 personas.

¿Pero quienes son Los Auroros? Son cofradías, hermandades de huertanos murcianos que al alba de los domingos cantaban canciones de fe heredadas de generación en generación, algunas con cuatro siglos de edad, con reminiscencias de los cancioneros del siglo XII o XIII. Al amanecer, a la luz de un farol, se oía por los campos estas voces masculinas acompañadas con una campana, en la “Despierta” para terminar en la puerta de la iglesia para la misa del alba. Se oía las Salves, en Semana Santa la “Correlativa”, en la Navidad la “Salve del Aguinaldo”…

¿Se ha perdido esta tradición? Es cierto que existen, pero ya no se oyen en las noches oscura el canto triste y monótono de estos hombre, ya no usan las capas con las que se cubrían en invierno, ya no existen ese sentimiento de hermanos de siglos anteriores…

Pero existen porque hay personas que con su esfuerzo e ilusión trabajan denonademente para su superviviencia. Porque esto es historia, esto es cultura que forma parte de la humanidad y no se debe perder.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS