La Cojera del Infierno – Relato

La Cojera del Infierno – Relato

La vida muy bien podría reducirse a un cuento muy pequeño. Tan pequeño que es simplemente una frase. Pero en esto me refiero a la naturaleza de la vida. Su encriptado concepto del sufrimiento. Esa virtud de enseñarnos siempre a base de sufrimientos. De experiencias duras y molestas para el alma. Como una aguja en el dedo

meñique. Como una mosca volando sobre la sopa. Como una piedra en el zapato. Y es curioso que así sea. Es una idea misteriosa que el sufrimiento nos otorgue sabiduría. Un entramado de misterios que bien pueden ser asumidos de manera inconsciente o llevados a la consciencia con el tiempo, luego de haber tenido más de una mosca molestosa. Puede que la única manera que tiene el hombre para aprender de manera acabada un conocimiento de la vida sea de esa forma, con dolor. Es posible que la enseñanza se grabe en la memoria de manera más fija con el sufrimiento, así como una cicatriz se nos graba en la piel. Sufriendo el alma se va esculpiendo, seguramente. Porque no creo que con cosas bellas aprendamos. La belleza es un estado al cual el ser humano recién está postulando. Buscándolo en el arte, en la poesía, en el sentimiento del amor, en unos ojos azules, en un cuerpo esculpido… Pero a eso no pertenecemos. El mundo del hombre, el que ha creado, no es bello. Es pretencioso. Pretende lo bello pero aún no lo produce de manera cabal. De manera universal. La única entidad del planeta que puede crear belleza universal es la naturaleza. El hombre ha ido destruyéndola y aprovechándose de sus frutos para obtener un porcentaje importante de ello. Por mera avaricia ególatra. La naturaleza es la única que ha producido belleza en este planeta y nosotros intentamos imitarla y de paso la vamos destruyendo mientras no paramos de mirarnos nuestros ombligos.

Por ser una civilización en la cual algunos – no sé si pocos o muchos – actúan por un instinto Tanático, estamos más familiarizados con aprender por medio del dolor. Al parecer se nos graba la enseñanza de esa forma. Porque luego del dolor, en ese mismo punto, nace el miedo. Allí surge algo que no es enseñanza, sino que miedo a cometer el mismo error y volver a sentir ese dolor o sufrimiento. En el fondo de todo, no aprendemos sino que nos reprimimos los deseos. Al reprimirlo no pisamos el mismo palito. Por ende, no experimentamos el mismo dolor por una misma causa. Es una ilusión aprender, entonces. Sólo es el miedo que nos aleja de diferentes causas que nos pueden llevar al dolor.

Cuando una cosa bella nos enseña, es muy probable que también provenga del sufrimiento. Como cuando leemos una enseñanza en un libro y decimos << Oh, que bonito lo que dice >> Y sentimos aprender algo. Muchas veces lo propagamos y en cierta medida si hemos aprendido. Pero muchas de esas profundas enseñanzas que leemos o vemos, provienen de un sufrimiento. De alguien que tuvo que pasar por el infierno antes de que pudiera dar esa enseñanza. Cada acto bello que vemos o leemos proviene de una necesidad de embellecer una situación, pero esa misma necesidad surge, a su vez, de la necesidad de acabar con un sufrimiento. Como cuando un grupo de jóvenes pinta una casa abandonada. La casa con pintura amarilla queda hermosa y reluciente. Han saciado las ganas de que se vea bella. Ahora es factible habitarla, sacarle fotos, disfrutar de sus espacios, se ve más amigable a la vista. Pero todo eso viene de necesitar socavar un sufrimiento o de querer evitar un sufrimiento. Porque si la casa no es pintada su aspecto será horrendo o feo o poco amigable a los ojos de quienes la ven o quieren habitar. Es símbolo de soledad y tristeza. Es símbolo de sufrimiento. Por ende no puede ser habitada por quien propende a una confortabilidad, a una paz, a una manera humana y bella de vivir. El pintarla es un acto bello, pero la razón de porqué la pintan es por derribar el sufrimiento que pueda pertenecerle a la fachada de la casa abandonada.

Aquella tarde lo pude comprender. Había un calor tórrido. Casi 38 grados. Iba con mi guitarra. Venía de la casa de una tía. Había almorzado allí con ella, mi prima, mi hermano, un primo chico y mi madre. Por esos días mi madre había sido informada de que tenía cáncer en segundo grado. Cada una de las sensaciones que me provocó esa situación fue albergándose en mi inconsciente. Estaba muy atento a aquellas sensaciones y cada vez me daban más fuerzas para trabajar en mis libros y en mis músicas. El caso es que luego de almorzar con ellos debí de salir casi corriendo a hacer una clase de guitarra que me salvó los bolsillos por varias semanas. Unas tres o cuatro semanas. Llevaba 5 minutos de retraso y el hecho de saber que mi madre tenía aquella perra enfermedad me produjo una fuerte intuición creativa. Estaba atento a todo lo que sucedía en el ambiente. Al cruzar y bajar por una leve pendiente de un puente me encontré con un señor que empujaba un triciclo. En él llevaba objetos que seguramente había recolectado en el camino para luego venderlos. Cartones, metales y uno que otro objeto aparentemente inservible. Justo al término de la pendiente lo vi empujar aquel destartalado triciclo. Y vi su cojera. Su rostro sudado y compungido. Aunque con una sonrisa presente y asumida por el efecto de su sufrimiento. Cojeaba y empujaba. Allí lo pude comprender. Ese hombre hizo que lo comprendiera en ese breve instante mientras llevaba mi guitarra y sudaba al igual que él. Y la cosa es muy sencilla. Lo reduzco en este breve cuento:

<< Un hombre o mujer debe caminar muchos kilómetros. Él o ella es quien MÁS debe caminar en toda su existencia. Quien debe recorrer un largo camino para llegar quien sabe adónde. El objetivo debe dar lo mismo. Pero ese hombre o mujer, un minuto antes de partir, la vida lo hace cojear. Antes de emprender el viaje la vida lo deja cojo y su cojera le produce dolores intensos. Y debe aprender a convivir con ese dolor para siempre, mientras recorre aquel extenso sendero. Aquellos dolores son quienes más le enseñan mientras camina. Aquella cojera es la lección de la vida que posiblemente le obsequie el derecho de llegar a ese objetivo y así pueda disfrutar y dejar de cojear y olvidar el dolor para siempre >>

Me es imposible entender por qué causa la vida nos enseña a base de sufrimientos. No comprendo. ¿Cómo puedes comprender que la existencia esté involucrada perennemente con el sufrimiento y que ese sufrimiento es quien más nos enseña? La única respuesta que he encontrado es que estamos en medio del mismísimo infierno.

Estamos en el infierno. No hay otra respuesta. Aunque estoy convencido de que debemos aprender a transformar ese infierno en un paraíso. Pero la cosa no es fácil. Y ese paraíso, para colmos, no está allá afuera. Está dentro de nosotros mismos. Una vez encontrado veremos que la belleza de la naturaleza es la Diosa absoluta. Allí quizás el sufrimiento desaparezca. Lo único que nos queda por ahora, y lo repito incansablemente, es aprender a reír y a vivir en el Amor. No hay otra salida más que esa. El Amor y la Alegría son las únicas dos espadas que nos van quedando para triunfar en esta existencia coja. Si las usamos puede que dejemos de cojear para siempre. LA ALEGRÍA Y PAZ DEL CRITO: ESA ES LA ESPADA.

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