Siete días de diciembre

Siete días de diciembre

Qué lejos me quedan aquellos días fríos en los que veía como el fuerte viento azotaba los árboles mientras esperábamos noticias desalentadoras, las últimas, sentados en las incómodas sillas de plástico de aquel hospital. Era el cierre del telón de una vida que pudo ser más larga y mi madre y yo ya lo sabíamos desde hacía unas horas.

El golpe inicial había dado paso a la conversación con recuerdos que se agolpaban invadiendo nuestras mentes, recuerdos de tiempos felices, de momentos de alegría, de otros que no lo fueron tanto. Un repaso a la vida de mi padre que tan íntimamente estaba ligada a la mía sin que yo me hubiera apercibido hasta entonces.

La lluvia golpeaba los cristales de los ventanales. Parecía como si el día plomizo y gris acompañara lo que nuestros corazones padecían.

Recuerdo la última vez que hablé con mi padre. Toda su vida viviendo el fútbol con una intensidad a pueba de bombas. Fue un jugador de prestigio en el tiempo en el que apenas salían en los medios, pasó parte de su vida entrenando a equipos de juveniles e infantiles, y no dejaba ocasión alguna de ver el partido que fuera por televisión, por malo que fuera. Supe que el final se estaba acercando cuando rechazó que le pusiera por televisión el partido de la Liga de Campeones que jugaba el Real Madrid, su equipo de toda la vida. Ya no se sentía con fuerzas.

Las jornadas se nos hacían inacabables, sabiendo que no podíamos esperar ya nada más que el final. Estábamos todos la mayor parte del tiempo. Incluso mis hijas, siendo menores, quisieron estar cerca de nosotros.

Aquella noche, un 20 de diciembre, la luz se fue apagando en una larga agonía que nos dolía en lo más profundo de nuestro corazón.

Recordé cuando me entrenaba junto a los chavales de mi edad, siendo yo tan patoso como era para el fútbol. Recuerdo aquella famosa frase que nos repetía hasta la saciedad: «La verdad siempre, aunque duela». Recuerdo su sentido de la deportividad y de la justicia. Recuerdo como trabajaba infatigablemente hasta que la crisis lo abocó al paro a una edad demasiado tardía para poder recomenzar en otro puesto. Recuerdo su cariño por sus nietos. Recuerdo nuestras estancias en su ahora lejana Málaga natal, mi segunda patria, mientras Mallorca nos aferra y nos sustenta. Recuerdo como no me hubiera construido sin él y sin mi madre.

Tras aquellos días, la relación con mi madre se hizo más intensa, se multiplicaron las horas de conversación con ella, descubrí aquello que se me había ocultado por la testarudez obsesiva de la adolescencia y el orgullo desaforado de la juventud.

Y agradecí a Dios aquellos momentos, cada uno de los instantes que pude compartir con ellos, cada minuto, cada segundo, deseando que hubieran sido muchos más. En especial le agradecí haber estado al lado de mi padre al final de su estancia en este mundo y en el inicio de su entrada en el otro, mucho menos caótico y más luminoso, con mayor sosiego y paz. Agradecí poder haber vivido así aquellos siete días de diciembre.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS