Cuando era un niño, mi mejor amigo era una de esas bolas de Navidad que cuando se agita la nieve cae. En la escuela no tenía amigos, porque mis zapatos estaban gastados y mi madre no tenía el dinero para comprarme la mochila de los dibujos animados. Era el 24 de diciembre de 1976. Nuestro árbol de Navidad tenía las ramas secas y bajo de ello los regalos los habría podido contar también un manco. En la habitación ningunos ecos de coros felices y en los platos ningún quedo de comida a alabar la abundancia. Antes de doblarme las mantas mi madre me dio un beso sobre la frente, y me dijo: «¡No pares nunca de esperar mi pequeño, un día regalarás un anillo de diamante a tu amada!». Es el 24 de diciembre2016. Sacudo la pelota navideña: la nieve dentro danza todavía como cuando era niño, pero no logro verla bien por las manchas oscuras. Bajo la mirada sobre el charco que se extiende bajo la mesa… casi se ensucian los mocasines, luego recuerdo que tengo un duplicado de cada Gucci que compro.
Ahora. El anillo de diamantes se acuerda con los ojos todavía acordonados de Clara. Pienso desfilarselo del dedo y empujarselo por la garganta, pero no tengo ganas de posar el puro. He regalado un diamante a cada víctima muerta bajo esta mesa, pero ninguna ha sabido fingir de quererme. No han bastado caviar y champán, y tampoco las canciones de Sinatra. ¿Quizás no haya sido bastante paciente, o fueron las cuerdas demasiado apretadas?
Limpio la pelota de Navidad antes de ir a dormir; me gusta limpiar la sangre el 25 de diciembre!
Algunos se duermen contando las ovejas, yo prefiero contar las cabezas que decoran el techo. Antes de caer en la oscuridad, me doi cuenta de que sabía apreciar la vida cuando mi zapatos estaban gastados.
Soy yo mi fantasma del pasado, presente y futuro!
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