De cómo una mirada puede zamparse el criterio, el raciocinio y la cordura.
Éramos dos muertos, uno alegre y el otro sonreía. Cualquiera está sin vida sin amor. Tú te hallabas desparejado y yo con la persona equivocada. Ambos queríamos lamernos las heridas. El destino ponía el medio, tú las ganas y yo el corazón. Y fue aquel pase de cocina el que me llevó al choque frontal con tus ojos mirándome apasionados. Nunca una mirada me había hablado de ganas de besar ni de cuánto vale mi persona ni de qué bonita soy.
Intercambiaba cafés por más ojos brillando por mí, un chantaje que me daba la vida y me quitaba el miedo. Ahí en el pase yo te daba mi alma ardiendo y tú te la bebías. El efecto era un éxtasis de pulsaciones que brotaban a través de tus guiños, regalándome así el aliento necesario para afrontar la pesada jornada laboral.
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