CIENTO OCHENTA GRADOS DE AMOR

CIENTO OCHENTA GRADOS DE AMOR


CIENTO OCHENTA GRADOS DE AMOR
Por: Renato Fámulo

Miré por el cristal y sus cabellos de oro la adornaban sin sentido del tiempo ni del espacio, su acostumbrada figura angelical volvió a cautivar mi alma y mis recuerdos. Y, al instante, ya no pude mas controlar mi incertidumbre…

Bajé lentamente de mi auto, olvidando todo lo que allí me traía y comencé a subir muy de espacio, aquella interminable escalera de seis segundos y tres escalones, mientras miles de pensamientos amorosos y un corazón desbocado agitaban mi calma y mi silencio…

¡Todos los sueños de una vida se juntaron en un momento, evocando la dulce voz que susurraba a mi oído, te amo! ¡Amor que me entregó en una mañana de invierno con todo lo más bello y profundo, la caricia más tierna que se puede recibir de un increíble, verdadero e inmenso amor…!

Aquí estaba ella, de espaldas a mí, sin saber que el pasado que le había dejado años atrás, estaba a menos de una brazada y un suspiro. Mis piernas temblaban sin poder evitarlo y la confusión interna era un mar de reacciones que no podía destapar aunque quisiera, pues no sería cosa de hombres educados y nobles…

Entonces, un grito un tanto gruñón o grosero, rompió toda la paz silente del ambiente, y me hizo mirar al vehículo parqueado frente a mi auto:

─ ¡Mariana no te olvides del dinero de las cuotas del colegio!

Fue entonces que su delicado cuello giró ciento ochenta grados hacia el vehículo, de donde provenía la tosca voz, y fue por fin que pude volver a ver el rostro más bello y dulce de nuestra constelación, o por lo menos de la mía.

─ ¡No hay problema, ya los retiré de la cuenta!

Tomó el dinero en sus manos, esperó eternamente el recibo y volvió a girar otros ciento ochenta grados hasta quedar los dos de frente, uno al otro. Ella se sonrojó bellamente:

─ ¡Samuel…!

Parecía desmayar al verme y sentí que estaba tan confundida como mi alocada mente. De inmediato me abrazo, besó mi mejilla muy discretamente y con el mayor pudor de su alma. Mientras replicó:

─ ¿Cómo has estado mi querido y falso amigo…?

─ ¡Muy bien mi querida Wookie! Es muy lindo volver a verte.

─ ¡Ha sido una inesperada y agradable sorpresa! Espero que podamos
compartir en algun momento, ahora
que estas de regreso.

De inmediato le contesté con una sonrisa y un sentimiento escondido de tristeza:

─ Está muy bien, nos veremos pronto, cuídate.

Pero, repentinamente la inolvidable reina de mi pasado, volvió a girar su delicado cuello, ciento ochenta grados y me replicó con la más dulce sonrisa:

─ ¡Oye, todavía estoy trabajando en la misma escuela!

Entonces le sonreí, la seguí con mi vista hasta su auto, donde le esperaban, posiblemente sus dos hijos y el gruñón. Rápidamente giré ciento ochenta grados con mi corazón deshecho y pude escuchar una voz dándome un cordial recibimiento:

─ ¡Bienvenido a su banco de confianza! ¡Este es su cajero automático,
seleccione el servicio que desee!

Pero al buscar en la pantalla de opciones, en ningún lugar de esta pude encontrar un servicio funeral de consolación y duelo…

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