Paradoja Adolescente

Paradoja Adolescente

Winston Keane

12/02/2019

Sentía un poco de temor esa mañana, era como si algo vil estuviese tocando a mi puerta y yo con mi mano bien temblorosa acercándome poco a poco a la manilla para abrir. Mi rostro congelado y medio húmedo por la densa niebla que me abrazaba con todo su esplendor se hacía notar a lo lejos. Con mi vista algo confusa, debido además a la somnolencia que solía tener producto de mi insomnio, deseaba estar acostado calentito en cama y descansando un rato más como lo hacía antes, sin embargo sabía que debía cumplir con mi obligación de estudiante como cualquier otro adolescente.

Caminando agitado, sentía a mi latido en las mismísimas nubes. Mi mente se encontraba algo atormentada por lo sucedido de anoche, pero allí estaba: La luz verde para el cruce peatonal. Supe que tenía que seguir a pesar de los percances, pues tenía que rendir el examen final del semestre. Crucé esa avenida gigante bien motivado, trataba de calmarme a mí mismo, calmar a mi mente que no dejaba de pensar en cosas abrumadoras que estaban ya en el pasado.

Mientras seguía de camino al colegio, viré medio mareado en aquella calle vacía y sin demasiado ruido de motores, junto a esas casas lujosas que observaba con cautelo cada mañana, soñando tener una para la familia que construiría en un futuro. Fue allí en dónde alcancé a vislumbrar una mirada que lentamente fue acercándose a mis ojos. Ella al otro de la calle, en la acera de al frente, venía en mi dirección contraria. No lograba dilucidar su cuerpo, con dicha niebla sólo podía ver su intensa mirada que se dirigía hacia mí. En ese preciso momento sentí que me emitía algún mensaje, por lo que llegué a pensar que me pediría un tipo de favor.

Fijas nuestras miradas, perdidas una en la otra, continuábamos nuestro viaje. Conforme íbamos acercándonos, sus ojos comenzaron a distanciarse cada vez más de los míos, como si existiese algún sentimiento de rabia y rencor hacia mí.

Una vez frente a frente, sólo la calle de por medio, nos detuvimos al menos diez segundos para observar fijamente al otro, y aún cuando habíamos entrado en lo profundo de nuestros corazones, cada uno a través de los ojos, seguimos nuestro camino sin haber abierto ni un poquito nuestros labios hacia donde sea que nos fuera a llevar, en sentido opuesto.

Ya sólo estaba a tres cuadras de mi colegio, cuando observo la hora y me percato de que iba retrasado. Me apresuré aún más, pero mi cabeza ahora sólo le daba vueltas al tema de la mirada que acababa de ver hace un rato.

Me hallaba muy exhausto, tiritaba de frío cuando estaba completamente abrigado. Mi piel sudaba, me sentía un poco extraño. El portón de entrada: cerrado. Tuve que dirigirme a la dirección del establecimiento para lograr entrar a clases. Abriendo la puerta me llevé una sorpresa cuando en el sillón de espera vi a mucha gente sentada algo triste, con sus cabezas mantenidas por sus manos, y sus miradas con una sensación extraña pegadas a mí. Para remate, me asombré más cuando descubrí que a la señorita que controlaba los atrasos la habían reemplazado. La nueva señorita lucía ruda y de carácter pesado, pues llegué a tal conclusión por cómo andaba vestida y por lo enojada que me miraba. Vino dirigiéndose hacia mí rápidamente muy irritada, tomó mi brazo bruscamente y me llevó por los pasillos. Ya comenzaba a dolerme bastante, mi cuerpo no aguantaba mucho más, mis piernas temblaban, me estaba desvaneciendo. No aguanté estar de pie, por lo que la señorita pidió ayuda. Mi vista se volvió aún más difusa de lo que estaba. Llegaron dos hombres vestidos de bata blanca y ayudaron a la señorita a llevarme a una habitación con camilla.

Una vez recostado en aquella camilla, los dos hombres se marcharon, quedándome a solas con la señorita.

—Joven, usted no debe salir de esta habitación. Debe hacer reposo hasta mañana y tener sus medicamentos inyectados. Lo hacemos por su salud —me regañó, lo que en ese momento suponía, la nueva a cargo de los retrasos en el colegio.

Ni siquiera me di cuenta de cuando me habían pinchado la piel para ponerme esas cosas que tenía puestas en mi brazo. Tenía tubos que viajaban desde mis manos hacia una bolsa que se colgaba en un fierro al lado de la cabeza de la camilla.

Estaba desconcertado, al pensar y darle muchas vueltas al asunto descubrí que me localizaba en un hospital. Era lo que todo indicaba. ¡No lo podía creer! Volteé mi mirada hacia la ventana de dicho cuarto y ya no podía ver la niebla, de hecho ya ni era de día, estaba todo oscuro allá afuera. No discernía entre lo que sí viví y lo que no, si existió niebla o no, si realmente viajé rumbo a la escuela o no.

No recordaba absolutamente nada del cómo llegué aquí, miré alrededor de la pieza y vi a unas tres personas más conmigo en esa sala. Le consulté la hora a una señora que estaba al lado mío.

—Son las veintitrés con cincuenta y uno, joven… Hace bastante tiempo no lo veía por aquí, espero que no le haya pasado algo grave —en mi mente me pregunté quién era ella, pues no la reconocía. Miré su pulsera con sus datos y alcancé a leer apenas.

—Gracias, señora… Inés… Eso espero también, gracias por su preocupación —respondí por inercia.

—Está bien mijo, duerma ahora para que descanse, no lo veo muy bien. Yo por lo menos lo intentaré —y la verdad me encontraba malísimo, todo el cuerpo dolía.

—Sí, dormiré. Buenas noches —no quería preguntarle nada a nadie, en una de esas metía la pata, pensé.

La señora Inés se durmió primero que yo, y las otras dos personas ya estaban durmiendo hace un rato al parecer. Sólo miraba un punto fijo, con mi mente pensando en cómo había llegado hasta allí. Con vista al techo comencé a escuchar un sonido a lo lejos. Cada vez se acercaba más a mí. Sí, lo sentía más y más cerca. Era una canción. Era mi favorita. Me puse cómodo por un rato escuchándola, pero luego di cuenta de que estaba sonando algo fuerte y que podría despertar a otros. Empecé a buscar el sonido por toda la habitación: Venía del segundo cajón del mueble de al lado de mi camilla. Mi canción favorita era el tono de llamada de un celular. “Llamada entrante de Vicente”, corté una vez para que dejara de sonar. La situación parecía urgente, llamaba a ratos cortos muchas veces. Finalmente me digné a contestar…

—¿Aló? ¿Quién es? Disculpe por usar algo aj…

—¡Víctor! Soy yo, por fin contestas, ¿Cómo sigues? ¿Estás bien ahora? —irrumpió mi presentación.

—¿Quién yo? —el nombre Vicente me sonaba en aquel entonces, pero no pude reconocerlo bien inmediatamente.

—El Vicho, ¿Quién más? —fue ahí donde supe que se trataba de mi primo.

—¡Vicente!… ¿Cómo sabes que estoy aquí en el hospital? —comenzaba a retomar mi memoria.

—¿Estás bien? —preguntó con voz asustada.

—Sí, algo confundido… ¿Por qué sabes eso? ¡Respóndeme! —estaba desesperándome.

—Víctor por Dios. Me diste un susto grande. Tienes que tener más precaución, más sabiendo el estado de tu salud. Sólo imagínate si alguien de los que te vio tirado en la calle 14 a cuadras de tu colegio se contactaba con tus padres o hermanas, ¿Qué pasa? Se va todo por la borda, todo lo que hemos estado luchando éste tiempo para ocultarlo. Sabías que esto de los desmayos con pérdida de conciencia podía pasar en cualquier minuto, ten cuidado para la próxima. Agradece que te encontré justo ahí y fui contigo al hospital —había vuelto a mi complicada realidad.

En ese momento se me detuvo el mundo por un par de segundos, me sentí solo, completamente solo en esta vida. Mis lágrimas no dieron tregua y salieron sin permiso de mis ojos. Mi garganta no ayudaba mucho con el dolor. Por primera vez era alguien sentimentalmente vulnerable en un lugar público. Jamás se me pasó por la mente estar llorando en un lugar donde hubieran personas desconocidas para mí.

—Vico, ¿Sigues ahí?

—Sí… es que no… no pue… no sé qué hacer Vicho, necesito tu ayuda —las cuerdas vocales no tenían la suficiente fuerza para vibrar dentro de mí.

—Mira, escúchame bien. Estaré apoyándote hasta donde pueda, así como lo he hecho todo éste tiempo. El tema del dinero ya lo discutimos, haz lo que puedas, mientras estés bien ya nada importa. Yo en el trabajo, por ahora, estoy estable por lo menos, y cómo lo hablamos en la madrugada, puedes quedarte en el departamento, de todas formas mi sillón ya te extrañaba.

—Sí, está bien. Gracias Vicho —sí, me hallaba algo cortante, el shock de recordar todo en el instante me puso los pelos de punta.

—Oye cambiándote el tema, tienes que posponer la charla con tu madre, pero hazla lo más antes posible, aunque no estés dispuesto a decirle toda la verdad. Hoy la vi y hablé con ella, y pude ver ese inmenso cariño que aún siente por ti. No te encierres en lo tuyo —olvidaba ese pequeño gran detalle. Con ella las cosas no salieron como esperaba. Después de todo pensé que se alejaría de la escoria. En la madrugada habíamos quedado de hablar del tema, pero ahí me hallaba…

—Sí, lo sé… ¿Le avisaste que ya estoy en tu departamento? —ese era el código que solía tener con él cuando yo no llegaba a casa. Luego de lo que pasó, debía ayudarme sin objeción.

—Sí, ya le dije, despreocúpate. Quedó relajada.

—Ah ya que bueno Vicho, muchas gracias. Ahora trataré de dormir primo, gracias por todo, en verdad —no tenía idea de cómo agradecerle todo su apoyo, la conciencia me carcomía. En lo que sí estaba consciente era que debía demostrar normalidad ante él.

—Está bien. Buenas noches, nos vemos mañana en la tarde.

Esa misma noche no pude pegar mis ojos, los volvía a abrir para mirar fijamente hacia el techo. Pensando en todo lo que tendría que hacer para salir de eso, me parecía una pérdida de tiempo en ese momento, ya que de una u otra forma iba a llegar a donde mismo. Reflexionaba acerca de todo lo que había pasado, de cómo llegué a donde estaba actualmente. Agarré mi celular para revisarlo, me metí a mis redes sociales, en dónde veo imágenes de mi grupo de amigos en una junta de fiesta, en la cual se le veían sus rostros de felicidad, sus rostros de “No me importa nada”. En verdad deseaba estar allí con ellos, disfrutando sin más de la vida como hacía siempre, pero en el fondo sabía que esa era justo la razón por la que estaba allí, solo y enfermo.

Prácticamente, no dormí nada esa madrugada. El tiempo que pasé dentro de mi mente se me hizo muy corto, pues a eso de las siete y treinta A.M. la enfermera ingresa a la habitación para la mantención de los suministros que necesitaba cada paciente con los desayunos.

Los desayunos del hospital nunca los degustaba de forma complaciente y sabía que nunca lo haría. Ese desayuno no era la excepción, con tan sólo al sentir el olor, ya me llevaba a la mente todos esos momentos que había estado pasando ahí en el hospital con una salud no muy estable. Aquel pan sin sal y sin sabor, me hacía reflexionar de lo solo que estaba en esos momentos; el cuánto extrañaba desayunar en cama como cuando niño mi madre me lo llevaba; lo importante que es tener un hogar propio con una relación familiar estable. Finalmente no podía decidirme si los desayunos hospitalarios no me gustaban por su mal sabor en sí, o por lo que a mi mente hacían recordar y pensar.

Una vez ya desayunado, el Doctor Noguera hace su ingreso al cuarto para charlar conmigo, el cual siempre me había atendido desde que empecé a tratarme.

—Buenos días, Víctor. ¿Cómo amaneció?

—Mejor que anoche, pero igual estando un poco mal —dije medio adolorido y bostezando.

—Bueno es algo de esperarse, por eso estamos aquí, para ayudarlo a estar mejor. Los exámenes de ayer ya se arrojaron en la noche, ¿Quieres que te relate la evolución de tu sistema inmunitario sin la presencia de Vicente? —si me preguntaran hoy en día, no sabría responder en qué segundo me tomaron dichos examenes médicos.

—Doctor sería mejor que me lo diga después, antes de que me vaya. Así me relata cómo debo seguir el tratamiento —como ya de costumbre, supuse, me dejarán ir a eso de las dos P.M. para la casa.

—Está bien. Quiero que sepas que estamos comenzando a hacer lo imposible para evitar el Síndrome —no era tonto, las cosas olían a humo, el fuego se acercaba—. Ahora haré el papeleo de tu alta, por lo que entonces será hasta la tarde, nos vemos.

Se estaba marchando cuando de repente pega media vuelta…

—Ah, se me olvidaba, hay alguien que quiere verte y está afuera, ¿Dejo que entre?

Me extrañó bastante. Si no era Vicente, ¿Quién más podría ser? No podía imaginarlo, después de todo él era el único que sabía que me encontraba en el hospital.

—Sí, que entre, no hay problema —veamos que nos trae la corriente, dije.

Pasaron como dos minutos y esa puerta ni se inmutaba. Nadie había entrado a la habitación, así que decidí acomodar mi cabeza a la almohada y cerrar mis ojos. Ya cuando estaba quedándome dormido, siento el ruido de que alguien se acerca. Siento la respiración de una persona en frente de mi camilla con mis ojos pegados sin abrirse. De a poquito voy abriéndolos y veía algo borrosa su mirada. La reconocí de inmediato, era la misma que vi en esa Calle 14. Parecía que esta vez sí se hallaba decidida a dirigirme un par de palabras. Me impresioné mucho para ser sincero. Estaba mal, muy mareado, con vista nublada, pero aún así pude escuchar sus palabras.

—Hola, ¿Cómo estás? Veo que has estado en problemas. Quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte… sin importar nada, ¿Ok? —dijo muy suavemente.

No podía responderle, mi mente se había ido en blanco. Sólo tenía esa presión en el pecho y aquel nudo en la garganta. A la vez comencé a sentir esas cosquillas en el estómago, como cuando la primera vez que nos besamos. Creo que las sentí porque tuve por un momento una pequeña ilusión de que todo podría mejorar, que todo volvería a ser luz.

—¿Si me entiendes verdad? —se lograban ver sus ojos acuosos, con su mirada que parecía sentir que yo tenía la solución a éste problema en el que estábamos metidos los dos.

Le hice una seña con mis ojos, y salieron un par de gotas que viajaron por toda mi mejilla izquierda hacia mi cuello. Se arrodilló en el piso y comenzó su llanto, quizás a causa de mis lágrimas. Tomó mis manos con esas manos suaves que tenía y las comenzó a frotar una con la otra. Sentí paz.

—Estoy aquí, Vico… dejemos atrás todo lo malo… si aún es lo que quieres.

Su llanto me hacía imposible parar el mío, mucho más sacar unas palabras de mi mente. Realmente fue el silencio más largo que he dado en mi vida como respuesta y que me haya dolido hasta al fondo de mi ser.

Se levantó del suelo, con mis manos apegadas a las suyas. Las apretó fuertemente con un llanto inquebrantable e imparable. Soltó mi mano derecha, se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta para salir, ¿Yo? Mordiéndome los labios para no soltar alguna palabra que luego me arrepentiría de haber dicho…

Después de todo, después de aquella indiferencia que nos dimos en aquella calle vacía y sin ruidos de motores, esa mirada volvió a darme apoyo cuando más yo lo necesitaba. Volví a sentirme alguien dotado de amor, volví a ilusionarme con un futuro sano entre ambos, como si no existiesen las nubes negras que traen consigo tormentas. Me sentí por fin a gusto y cálido en la aguda tempestad que estaba acostumbrado a estar muy transido y entumecido.

Después de todo… esa mirada se fue sin saber que el camino que seguíamos ambos era el mismo, pero que los dos estábamos en distintos lugares. Yo muy por delante, ella muy por detrás. No supo que recién estaba comenzando ese camino de mierda que yo mismo empecé hace un tiempo, en el cual fui yo el que la arrastró hacia allí sin piedad.

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