Cuenta una legendaria leyenda pemona, que en la cima del Ptarí-tepui, vivía un ser solitario. Dormía por la mañana y en la tarde se despertaba, justo al declinar el sol. Le gustaba admirar la luna en sus diversas fases, sobre todo el plenilunio; ver cómo el hermoso astro alumbraba todo a su paso y le daba a la Sabana un toque mágico, un tanto melancólico. Esto lo inspiraba y solía cantar. Su canto era suave y melódico. Se extendía a través del horizonte y los pemones, sobre todo los ancianos, lograban percibir su sutil voz.
Se alimentaba del musgo que crecía en las rocas y bebía de la bruma que se creaba en las alturas. Era feliz en su pequeño mundo. Nunca había descendido de su amado Tepuy. En ocasiones podía admirarse en los pequeños espejos de agua que se creaban después de pasar la lluvia. No era agradable a la vista. Dos ojos profundos y oscuros, una boca deforme sin dientes, contaba con dos agujeros que le servían para respirar y una barba color plata, densa (según dicen la luna misma se la tiñó). Cuerpo deforme y unas manos largas y peludas. Cojeaba al momento de caminar, eso sin contar que su melena era oscura y abundante, crespa y rebelde como su mismo ser mitológico.
Aquella noche tenía algo de particular. Se despertó como siempre y después de haberse deleitado con su acostumbrado manjar, sintió ganas de caminar y sin querer se fue alejando de su seguro hogar.
Las luciérnagas alumbraban su andar. Se entrecruzaban y deleitaban al verlo pasar, jamás habían visto un ser tan singular.
No fue mucho lo que se alejó, pues en el fondo temor sintió. Se detuvo a la vera del camino y algo extrañó escuchó. Hizo silencio. Su oído deforme afinó. Era el caer del agua que su atención llamó. Jamás había escuchado tan agradable sonido. Con cautela se acercó y ahí estaba. Una hermosa cascada.
¡Qué belleza! – se dijo -.
Se acercó a la orilla y el frescor de aquellas aguas lo invitó a adentrarse en ellas. Mientras se zambullía en aquellas profundas aguas, un lamento escuchó. No era constante, pero la cosa de curiosidad lo llenó. Atento comenzó a buscar y ahí la encontró. Grande fue su asombro. Una mujer pequeña de cabello largo y oscuro se encontraba enredada entre un árbol caído. De la cintura para abajo era un pez, de escamas plateadas y doradas. Realmente hermosa. Tuvo la tentación de salir corriendo, pues era consciente de que carecía de cualquier hermosura y temor podía causar a tan preciosa criatura. Mas su sufrimiento no pudo aguantar y como pudo la liberó. La sostuvo en sus manos poniéndola a salvo.
– ¿Quién o qué eres? – le preguntó en un lenguaje universal –
– Soy Lucía, la Tuenkarón que habita en el fondo de este lago. Nadaba tranquila, como de costumbre y, no sé cómo me atrapó este antiguo árbol caído. Puedo jurar, sin temor a equivocarme que ayer no se encontraba en este lugar.
– Seguro fue la tormenta de ayer que lo arrancó de cuajo y al lago fue a parar – le dijo nuestro amigo –
– Te estoy muy agradecida – le dijo Lucía con voz dulce –
La dejó en una roca cerca de la orilla. No podía dejar de admirarla.
– ¿Tú quien eres? –
– Pues no sé quien soy. Ni siquiera nombre tengo – bajó la mirada avergonzado – Vivo en al meseta del Ptarí-tepui. Lo sé, soy un ser horrible no grato de ver. Por ello me escondo y lejano me mantengo.
¿Horrible? – exclamó ella – Entre los seres mágicos no existe ese concepto. Todos somos lo que somos y nada más. No me gusta juzgar por el aspecto, si así hubiere sido, ni siquiera tocarme te hubiese permitido. A punto estaba de morir y tú me has salvado. Superaste tu temor y una mano me has tendido. ¿Cómo puedo pensar que eres horrible, vil o mal nacido? Lejos de mi tal cosa.
Se sintió feliz al escucharla hablar. Jamás se había sentido alagado, apreciado, querido.
– Un ser mágico soy. Poderes extraordinarios tengo. Quiero agradecer tu proceder. Lo que desees yo te lo concedo – Lucía estaba convencida de lo que le pediría, belleza sin igual y sacarlo de aquel lugar solitario en el cual vivía –
Alzó su rostro y miró a su amada luna. Miró de nuevo el lago, se vio reflejado en sus aguas quietas. Suspiró profundo y la miró de nuevo.
– Nada te pido, ser extraordinario. Todo lo que necesito tengo: delicioso musgo, refrescante bruma, admirar la luna que se extiende en la llanura. Con mi voz cálida feliz me siento y alejo cualquier tipo de tormento. ¿Qué más puedo pedir? –
Pues belleza, éxito, fama, riquezas – le respondió Lucía –
¿Belleza? Se marchita con el tiempo. El éxito poco dura y te puede llevar a una vida de amargura. ¿Fama? es tan fugaz como el rocío mañanero. ¿Riquezas? Se esfuman con el tiempo dejando amargura y sufrimiento, aparte de enemistades, envidias, tormento.
A lo lejos comenzó a verse los primeros rayos del sol.
– Perdona Lucía, mas te debo dejar y regresar a las alturas. Se acerca el amanecer y ya dentro me siento adormecer. No quiero ser mal educado, solo decirte que ha sido un placer encontrarme contigo -. Extendió su desfigurada mano. Ella le correspondió. Unión perfecta entre dos seres mágicos que una mirada profunda selló.
Más que sorprendida quedó Lucía mientras veía aquel fantástico ser alejarse. Caminaba lento, contento, sereno, de regreso a las alturas del gran Tepuy. Regresó de nuevo a las profundidades del pozo y todas las noches escuchaba embelesada aquel canto maravilloso proveniente del Ptarí.
¿Dónde radica la belleza de un ser? ¿Se puede tender la mano sin pretender retribución alguna?
Omar Rodulfo (Kavi)
OPINIONES Y COMENTARIOS