Los cuadros de mi abuela siempre fueron algo que hacía que mi casa tuviera un encanto especial, sus pinturas al óleo trazados con pinceles viejos que hacían que el resultado final fuera aún más pintoresco, había cuadros grandes, otros más pequeños, pero todos eran precisos, todos siempre con la característica firma de mi abuela, su nombre en blanco con un espiral alrededor, eso lo hacía verse aún más profesional.

Los invitados que venían siempre hacia observaciones sobre lo asombrosos que eran los cuadros, mis padres siempre contaban las historias sobre cada cuadro, como fue echo, que tanto tiempo tomo hacerlo, las complicaciones que surgieron. Les encantaba que la gente admirara los cuadros, eran su máximo tesoro.

En cambio a mí, nunca me dejaron acercarme demasiado a los cuadros, nunca pude invitar a mis amigos a la casa ya que mis padres temían que alguno de mis amigos tocara o dañara las pinturas. Nunca pude correr o jugar con el balón dentro de la casa, no me querían dejar solo en casa por temor a que les desobedeciera, se podría decir que mis padres les tenían demasiado afecto a esos cuadros.

Mi abuela de lo único que hablaba era sobre sus pinturas, sobre el arte que llevaba en ella, nunca tuvo tiempo para jugar conmigo, ya que siempre se encontraba pintando una nueva obra, yo no podía hacer ni el más mínimo ruido ya que ella se desconcentraba fácilmente y mis padres tampoco me dejaban salir a jugar al patio ya que tenía que sostener el caballete porque estaba medio roto.

En las cenas familiares de lo único que se hablaba era sobre cuánto dinero podrían llegar a ganar si se vendieran algunas de las obras de mi abuela, siempre había pleitos familiares sobre quien se quedaría con tal pintura, o sobre cuánto le tocaría a cada quien en caso de vender algunas de sus obras.

Entonces llego aquel día, el día en que cumplí 16 años, mis padres consideraron que ya era los suficientemente grande como para dejarme solo en casa sin que hiciera algo a las pinturas, ellos no sabían que llevaba deseando que ese día llegara desde que era un niño, por fin, yo solo en casa, con las malditas pinturas a mi merced, nadie podría detenerme, no estaría mi madre dándome gritos cada vez que me acerco un poco a una pintura, no estaría mi abuela pintando en silencio, nadie, solo yo y los cuadros. Tome una caja de cerillos, me acerque a un lienzo pintado a oleo por mi abuela de hace 4 años, según mis padres aquel era la mejor obra de mi abuela, pase con furia el cerillo por la caja hasta que se encendiera, lo acerque a la pintura y comenzó a arder en llamas, jamás podre explicar la gran satisfacción que sentí al hacer eso, sentía que una gran carga en mis hombros se desvanecía, encendí otro y prendí otro cuadro, y así fui uno por uno, quemando todos los preciados cuadros de la abuela, sentí que por fin la familia había sido liberada de una condena perpetua, sentí…el calor de los abrazos de mis padres, sentí que por fin mi madre se despediría de mi con un beso en las noches, sentí el orgullo de una palmada en la espalda de mi padre que se sentiría orgulloso de su hijo, sentí que por fin experimentaría lo que es el amor.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS