Voy manejando en dirección a casa, como cada noche, luego de un día pesado en la oficina y noto de pronto y con asombro la proliferación de esos negocios que antes solo existían para las mujeres, pero donde ahora los acicalados son en su mayoría hombres de temprana edad, y mientras mi mirada curiosa repasaba los salones, casi como un spa, veía sentados a muchos jóvenes y pensaba que los orangutanes salvajes, de mis tiempos, se habían transformado en macacos, o monitos de feria, mirando sus celulares, mientras los peinaban, porque la revista de modas mucho roche.
Recordé entonces, cuando mi padre me llevaba a la peluquería “Joselito” donde el fígaro era un señor con cara y bigote de sargento, y desde su recinto adornado de glostoras, brillantinas, peinillas y vaya a saber con que otras pócimas y chucherias envenenaban las cabezotas de sus clientes, pues, entraban enormes y salían cabecitas como tajadas de lápiz mongol y una cara que hacia juego con la marca del lápiz amarillo… y ahí estaba yo.
─Siéntese muchacho─ dijo el cancerbero ataviado de blanco y haciendo sonar sus instrumentos como danzante de tijeras, presto a bailar sobre mi cabeza.
─Buenos días señor─ atinaba yo a decir con voz angelical.
─Militar? Preguntaba mirando a mi padre, ignorándome por completo, mientras me colocaba la sabana cual servilleta súper extra large.
─Si, militar─ Decía mi padre, mientras se prestaba a leer el diario cruzando las piernas a lo Sharon Stone.
─Que carajos hablan─ pensaba yo.
El peluquero cara de sargento con expresión circunspecta estaba por terminar su faena, cuando estira una especie de lengua enorme de cuero, que prendía desde su aparador y se prestaba a afilar un arma punzocortante y luego rasparme la nuca, retirándome la espuma blanca que me había colocado con una especie de brocha cilíndrica, para luego escupirme la cabeza con alcohol, como queriendo sacarme los demonios al estilo curandero huachano, mientras tanto yo, más orejoncisimo que nunca, miraba mi cara de idiota, mientras mi cabeza se achicaba muerta de frío, producto de ese atropello a mi integridad y mi decencia, rogando nunca más regresar a esa local y creo que mi padre así lo entendió… nunca más fue un corte militar.
Pensé que ese trauma no se repetiría nunca, pero una vez estando en la secundaria, la cosa se pone un poco tensa, pues empezaban a implantar el corte escolar, justo cuando ya te gusta la niña del barrio colindante, pero de eso no entienden algunos profesores, donde sus reglas dictaban: todos con corte escolar y no entienden de los avatares del corazón.
─Desde el lunes, todos con corte escolar─ decía, mientras yo no quería ni imaginar de regresar a don Joselito por el corte militar.
Intenté interpretar mi mejor papel, gracias a las clases actorales que recibí en el barrio, y ver si de algo me servirían esas cualidades histriónicas y busqué al profesor antes de que vaya al aula.
─Profesor, buenos días─ saludé cortésmente.
─Dígame Alumno─ dijo, mientras yo moría de ganas de decirle: Alumno!… pero no estábamos para bromas en ese momento.
─Mi mamá se ha puesto muy triste, pues no tenemos dinero para ir al peluquero, mis padres tienen muchas deudas y no tienen los recursos suficientes─ y puse la cara más triste que pude.
─Es una pena lo que me cuenta alumno, y lo entiendo─ dijo el profesor, mientras yo pensaba que mis palabras lo habían conmovido, y me iba a permitir entrar a su curso, y continuó…
─las reglas son las reglas y tienen que cumplirse─ dijo.
Entonces hice lo que tenía que hacer, lo que hubiera hecho cualquiera adolescente que se respete… nunca entré a ese curso y me jalaron como tenía que ser, pero no me iban a enfriar la cabezota otra vez.
El curso lo recuperé luego, lo que no pude recuperar fue el sosiego, pues la noticia de que al siguiente año, se iba a implantar la instrucción pre militar para los escolares, o sea para todos, a partir del 4to año, tenían que portar cabeza militar, como se lo había mencionado el peluquero a mi padre aquella vez…
Me había salvado hasta ese momento a tal punto de escaparme por la ventana en una par de oportunidades, en que hacían revisión de cortes en el colegio y no tenía que dejarme atrapar por el fantasma del corte espanta niñas de la época… ─El alumno Vera? preguntaba el auxiliar, ─Banda!!─ respondían al unisono mis compañeros, ya que el pertenecer a la banda de ese colegio, que siempre disputaba con su clásico rival, te daba ciertos privilegios.
Algo tenía que hacer, pues el próximo año, no me salvaría nadie, así que decidí cambiarme de colegio, uno nuevo en el pueblo donde ahora me quedaba cerca, espantoso, pero sin sobresaltos, sin exigencias… y sin tradición, iba a dejar el colegio que competía en las más importantes disciplinas, escoltas, fútbol, básquet, y en donde integraba orgullosamente la banda, desfilando cada domingo ante el aplauso y vitoreadas de las colegialas Santa Rosinas… pero no importaba, tenía que empezar una nueva vida y a la vez mantenerla con dignidad.
La primera semana fue dura, por el cambio brusco al que fui sometido por voluntad propia , la fiebre que me causó no era nada, mientras lograba acostumbrarme al nuevo centro educativo, pero lo más duro fue cuando la segunda semana se nos indica que a partir de ese mismo año por directivas de la alta dirección, se implantaría la instrucción pre militar, ahí también, para estar a tono con la nueva disposición…
─La puta madre, me jodí la secundaria, maldije.
Ya en la peluquería del nuevo barrio, el viejo don Urbano, un viejito medio cegatón que te cortaba al tanteo, y no contaba con la navaja, porque asumo que ante su ceguera hubiera degollado a medio pueblo; el viejo hizo su mejor trabajo y yo hice mi estreno de corte castrense, pero ese viejo me había dejado como el militar de los “Villa’s People” y me regresaron a cortarme como militar de verdad…
A la mañana siguiente regresé, pero para sentarme y ponerme a mirar como hacía su trabajo el viejo y cuanto peluquero hubiera en el pueblo, y ver si cabría la posibilidad de hacerlo por mi mismo, total, no debe ser tan difícil, de paso quedarme con el dinero que me daban para ese desplume… parecía que lo había logrado, que había conseguido en el colegio, evadir a la justicia capilar por mí mismo, pero ya con el tiempo, llegué a enterarme, que, el director era muy amigo de mi padre, y fue por eso que nunca más me expectoraron y pasaba “piola” con el look “made in yo”
Aprendí el arte del corte con espejos y ante trasquiladas y mejoras con la practica, decidí nunca más dejar en manos ajenas el destino inmediato del look personal, pues aparte me resultaba tedioso y una pérdida de tiempo, acudir a esos centros estéticos y esperar tu turno para tentar solo una rebaja, ya que el tiempo de colegio terminó y no habrían torturas.
Años más tarde un amigo de apodo “cara de piedra” me pide que lo acompañe para visitar a uno de sus “amiguitos estilistas” para que se haga un look a la moda.
─Acompáñame para ver a un amigo para que me haga un cambio de look y luego nos vamos a comer algo, yo invito─ me dijo, mientras yo me preguntaba, de dónde sacará plata si este anda más ajustado que pantalón de torero.
─Esos lugares y cortes son para maricas─ le dije.
─Vamos pues, acompáñame, luego nos vamos a comer─ Insistió.
─Bueno pues, vamos te acompaño─ Le dije.
─ ¿Tú donde te cortas? ─ me pregunta él.
─En el mercado, donde tu agarras el espejo y te sale más barato, donde van los hombres─ le dije para ver si cambiaba de opinión.
Como éste, mi amigo Jhony tenía fama de frecuentar “cajeros automáticos con piernas” dije, bueno, imagino que le darán su buena propina, así que manos a la obra.
Una vez en el establecimiento mientras él sentado como rey, se prestaba a recibir su corte de cabello, porque en esos locales, no se dice pelo, se dice cabello; Un gordo con peinado de libro recién empezado, medio coquetón se me acerca…
─¿Hola guapeton, que te trae por aquí?
─He venido en colectivo─ dije.
─Que gracioso el muchachito, ¿no quieres cortarte el cabello, guapo?
─No gracias, estoy esperando a mi amigo─ dije, siempre manteniendo la seriedad.
Era un sitio conocido y aparentemente caro, por las señoras que estaban en el local, y en los autos en los que se iban algunos y venían otros. Eso me daba la esperanza de que, si cedía en la invitación al “corte de cabello” de ese gordo marica, iba a ser en manos de alguien mucho más experimentado que todos los viejos castrenses y cegatones de mal humor, que me habían dejado esa mala experiencia y de la que nunca quise regresar… diez minutos pasaron para que se desocupe nuestro amigo el gordito, e insista…
─Que dices guapo, te animas, mira como está quedando tu amigo.
Tanta fue su insistencia, que yo ya estaba dudando de mis facultades aprendidas y que quizá si estaba necesitando una refacción luego de tantos años sin pisar peluquerías…
─A ver pues, pero no quiero, ni que se note que me has cortado algo─ dije en un tono amenazante.
─Ayyy tontito, no te vas a arrepentir─ me dijo con una voz irradiaba confianza.
Luego de unos minutos mientras me decía que ya estaba terminado su trabajo y que había hecho una faena necesaria.
─Que carajos me has hecho! ─ le reclamé en un tono que denotaba molestia.
─Tenía que emparejarte, el cabello, guapo─ me decía con suavidad.
─Te hubieras emparejado la panza primero… te dije que no se notara─ seguía molesto yo.
─Estas guapisimo─ decía él defendiendo su trabajo.
─Ya está pues, es la última vez que entro a una peluquería en toda mi vida─ dije y nos fuimos, ante la risa de mi amigo.
Cuando llegué a la vereda de al frente, me detuve, miré hacia el centro de estética y grité:
─Todas las peluquerías se pueden ir a la misma mierda─
Me desaparecí y nunca más volví a pisar una… hasta que ahora, muchísimos años más tarde veo estas Barber Shops modernas y me pregunto…
─¿Será momento de hacer las paces?
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