(Publicada en el diario digital www.astorgaredaccion.com el 27-1-2019)

Los usos de rapidez inusitada que vivimos demandan reacciones inmediatas de aprobación o disconformidad. La historia sirve de nuevo de bucle de la modernidad. Por las crónicas y por el cine o la televisión, sabemos de la magnanimidado crueldad del César con un simple movimiento del dedo pulgar: hacia arriba, vida; hacia abajo, muerte. Tenebrosa demostración del poder caprichoso. Terrible simplificación frente a los intrincados juegos del destino.

La historia deja huellas que el tiempo no borra. Cumplen esa función de secuela para que las generaciones posteriores aprendamos a comprender. Los estudiosos de la materia recibimos impagables apoyos de las enseñanzas, interpretaciones, hazañas, disparates y anecdotarios que expresa. Por ello, nuestro escepticismo hacia lo que cada época pretende presentar como revoluciones o transformaciones sin posible vuelta atrás. Olvidamos hoy que la imprenta de Gutenberg fue la primera gran red social de la historia, y que el remedo de los tiempos actuales es una adaptación modernista, similar a la que puede hacer el rock and roll de una pieza sinfónica de Bach, Beethoven o Brahms. El original, por lo que sea, y por algo será, siempre pervive.

Viene esto a cuento, porque la historia se nos aparece de nuevo en la cotidianeidad. Como diría Marx, repetición en clave de farsa. La globalización, que no deja de ser una masificación de intensos tintes mercantilistas, reclama de nuevo el dedo del César. Solo que ahora el designio imperial no corresponde a un elegido divinizado, sino a la fuerza de choque del sistema que son los consumidores.

Si navegamos por una de estas redes sociales, cualquier contenido de la misma demandará de inmediato un me gusta o la panoplia de iconos emocionales que expresen una impresión mucho más instintiva que reflexiva, porque en este juego pensar y paladear son tabúes en forma de pérdidas de tiempo inadmisibles por carentes de rentabilidad. El dedo del César es inquisitivo, y en los nuevos tiempos ha mudado del pulgar al índice, es decir una metáfora de propósitos fiscalizadores mucho más directos. Con esa, en apariencia, sencilla práctica dactilar, se establece de un plumazo el veredicto popular sin el incordio de matices de fondo y forma que pueden aguar la fiesta.

La última de estas sinrazones es la invasión creciente de sistemas de emisión de opiniones sobre la prestación de un servicio de atención o de compra telemática o in situ. En el primero, ya te advierten de una inmediata llamada para valorar el servicio del operador. En el segundo, nada más pagar, te ponen un aparato con varios iconos faciales, desde la sonrisa abierta hasta el gesto adusto, que sirven para juzgar el trato ofrecido por el vendedor. En ambos supuestos, la persona que te ha atendido, teimplora una alta calificación, porque en ilustrativa insinuación, va a depender de nosotros, de nuestro capricho dactilar, que siga o no en esa élite de población ocupada, aunque sea con las miserables migajas de un contrato renovable hasta el infinito cada semana o mes. Este nuevo capitalismo de rostro diabólico nos hace emperadores en el trazado de esa frontera entre el vivir y sobrevivir de miles de personas, por medio de un esbozo que deja sin trazar el retrato completo de las poliédricas circunstancias endógenas y exógenas propias de todo ser humano.

Pero sobre todo, lo repelente de esta ocurrencia es la sublime hipocresía y cobardía de los altos directivos. Quieren hacernos ver, escondidos en sus despachos de moqueta y maderas nobles, que en el comportamiento puntual de un empleado de base, mirando cara a cara al público (lo que no hacen ellos) está la bondad o malignidad cuantitativa y cualitativa de la empresa. Hacen, como los políticos al uso en un referéndum, la pregunta con más trampas que una película de indios, por supuesto con voz en off, fría, mecánica. Ahí nos va un anticipo de la robótica que pretenden vendernos ¿Qué tal le ha atendido nuestro operador o dependiente? Pues, estupendamente. Amabilidad en todo momento. Ganas de resolver el problema. Paciencia con nuestra ignorancia. Un saber estar cálido y cercano. Y si en alguna de esas exigencias que se les suponen, fallan, ni aún así, salvo el calentón inicial, nos atreveríamos a enjuiciarlo en términos de condena. Carecemos de toda la información relativa a su componente de entorno y de persona. Todo mucho más complejo de lo que parece.

Puestos a buscar nuestra opinión sincera, ¿por qué estos ingenieros del cinismo, no nos hacen la pregunta global?Tan sencilla como ésta ¿qué atención reciben de nuestra empresa? Así, sin tapujos, incluyéndose todos, directivos y empleados. Y, por favor, tengan, además, los redaños de formularla inmediatamente después de haber lidiado con el soniquete de una grabación monocorde que repite sorda y ausente a nuestros requerimientos, el mismo runrún de números y opciones. ¿A qué no hay?

La historia vuelve a actuar: con qué sutilidad (tecnológica) ha retornado el circo romano.

ÁNGEL ALONSO

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