Y en mi corazón encontré el consuelo de la soledad que me había azotado, en el estruendo de mi alma taciturna que me impedía ver el animo donde ya no había nada, donde la oscuridad absoluta me fue cubierta en un inhóspito sitio oscuro, con el tiempo inexorable de extrañarle sin medida y sin retornos, fugaces son las memorias de los recuerdos tejidos en mi alma que habían florecido, en un corazón marchito y una vida como un sube y baja, pero que no tienen ningún sentido, la dirección opuesta de nuestros caminos y nuestra sed de querernos cerca y a la vez alejados, aun siento sus manos delicadas acariciando los poros de mi piel en cicatrices imborrables, que dejaron a su paso por los días en los que la felicidad era una cuestión absoluta y en la que yo prefería quedarme por la ternura que me invadía, cuando en sus brazos reposaba teniendo ese cálido amor falso y fortuito pero convincente, era la luz en la penumbra, el color en los grises esquemas teniendo un sin fin de esperanzas de sueños que nunca fueron consumados, en mis manos se encuentran las marcas que dejo la soga con la que le sostenía, pues aunque ella nunca fue mía la sentí en mi pecho ahora inerte, en las laceraciones de un flagelo adquirido en un amor desaparecido, era menester sentir su respiración en mi oído, su palpitar junto al mido, se fue sin decir nada y en su partida solo dejo la estela del frio.

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