El banco está rodeado. Puedo escuchar las sirenas de las patrullas. No quiero imaginar cuantas armas, estarán en este preciso instante apuntando hacia la entrada del banco. Nos tienen a todos arrodillados. He tardado un momento en comprender quienes eran «ellos».

– ¡Nadie tiene que morir en esto, solo queremos mandar un mensaje! – Explicó uno de los terroristas. No estaba seguro de cuantos eran. Cuando empezaron los disparos conté a 10 de ellos. Vestían trajes negros y mascaras que representaban rostros de diferentes aves. – ¡Este país es grande, pero su gobierno, y su gente, no deja que avance! – Agregó el terrorista.

Uno de ellos estaba sangrando. Definitivamente eran heridas de bala. No debía estar de pie, nadie que fuera humano, aguantaría algo como eso. Pero obviamente él no era humano, al menos no completamente, al igual que los otros 9 terroristas. El terrorista herido se quitó su traje negro, revelando un torso pálido, desgarrado por demasiadas cicatrices, unas viejas, y otras más recientes. Las heridas de bala seguían sangrando.

– ¡Damas y caballeros, esto es un milagro, y el gobierno insiste en que lo veamos como algo opcional, dándole la oportunidad a las grandes religiones, para que intervengan en nuestros asuntos políticos! – Indicó el terrorista, mientras ayudaba a su compañero a despojarse de toda su ropa. El terrorista herido, era un cambiado, y por su apariencia, debía ser un niño de menos de 18 años, cuando se inoculó con el suero. Obviamente de forma ilegal, ya que solo los mayores de 25 años, pueden inocularse el suero de forma legal. – ¡Este es mi hermano, Abdiel, y al igual que yo, decidió abandonar la fragilidad de la vida, estando muy joven! – Lo presentó el terrorista. Una mujer a mi lado empezó a llorar.

El terrorista fijo su atención en la mujer que lloraba a mi lado, y luego me miro a mi. Supongo que le llamamos la atención por nuestra avanzada edad. Yo tengo 50 años, y la mujer a mi lado, debe estar en los 60. No podía ver su rostro, a causa de la mascara, pero algo me decía que estaba sonriendo; debe estar preguntándose por que algunas personas deciden envejecer, en lugar de tomar el suero.

– ¡Fuera máscaras! – Ordenó el terrorista. Sus ocho colegas, obedecieron. El terrorista desnudo y herido, solo observó en silencio. Las respiraciones se aceleraron entre todos los rehenes. ¿Acaso por eso, tomaron el banco? ¿Porque saben que aquí todos estamos vivos? – ¡El gobierno, gracias a la intervención de las religiones, nos dejan elegir, algo que debe ser obligatorio! – Indica el terrorista, antes de avanzar hacia un gran baúl negro, que habían colocado en el centro del banco, frente a todos los rehenes. Abre el baúl, y revela más de cincuenta dosis del suero. La inmortalidad, embotellada frente a nuestros ojos. – ¡El mundo ha cambiado, desde hace más de 80 años, y es hora de que nosotros cambiemos también! – Advierte el terrorista. Estoy asustado. Igual que ese día en el hospital, cuando me diagnosticaron con cáncer óseo, igual que el día en que me reuní con un doctor, con mi esposa esperándome afuera de la oficina, mientras rechazaba el suero.

– ¡¡Malditos muertos!! – Gritó un hombre entre los rehenes. Se levanta, y señala al terrorista que parecía ser el líder. – ¡¡Somos dueños de nuestras decisiones, todos nosotros, y decidimos vivir, y morir, igual que nosotros ancestros!! – Agrega el obeso rehén, quien vestía una camisa blanca, y unos pantalones de tela marrón. – ¡¡La verdadera inmortalidad, no es de este mundo, esta en el reino de Dios!!

Una ráfaga de balas impactó contra el frágil cuerpo del obeso rehén. Todos gritamos. Trate de cerrar los ojos, pero estaba demasiado asustado. No pude evitar orinarme en los pantalones. La mujer que tenía a lado, me tomo de la mano. No me atrevía a mirarla, mis ojos estaban congelados, observando al rehén desangrándose en el suelo. Una mujer entre los terroristas se ríe. Ya había visto su rostro antes en las noticias. La llaman «CORRUPTA». Es una cambiada. Una muy peligrosa.

– ¡¡Dime gordo!! – Exclamó la terrorista, a la que llaman CORRUPTA. – ¡¡Ahora, te damos a escoger… ¿la vida, o la muerte?!! – Preguntó la terrorista, con el cañón de su ametralladora aun humeante.

El terrorista líder, hace una señal, y uno de sus secuaces, toma una jeringuilla del baúl negro; avanza a paso lento, con todos los rehenes observándolo. Todos podemos escuchar la respiración entrecortada del rehén al que le acababan de respirar.

– ¡Déjalo, que elija! – Gritó el líder. El rehén, agonizando levanta la mano, y con sus pocas fuerzas, golpea la jeringuilla, lo más lejos que puede.

– ¡Te atreves a rechazar este milagro! – Vociferó CORRUPTA, indignada. 

– Administrarle el suero de todas forma, – espetó el líder. Cierro los ojos, y trato de no escuchar los lamentos de aquel hombre.

– ¡La inmortalidad no es opcional, perros! – Nos insulta CORRUPTA. La terrorista, se desnuda frente a todos nosotros, y nos muestra su piel surcada por cortes y cicatrices. Una herida en forma de «Y», igual a la que recibían todos los cadáveres luego de una autopsia, se extendía a lo largo de su torso. Ella lucia aquella cicatriz como si de una medalla se tratara. – ¡La muerte, ya es cosa del pasado, ahora somos ángeles! – Anunció CORRUPTA, mientras desfilaba desnuda frente a nosotros. – ¡Pasamos siglos buscando a Dios en las alturas, y resulta que siempre estuvo debajo de nosotros, durmiendo bajo nuestra ciudad! – Aseguró, la terrorista desnuda. Ya antes había escuchado que ella estaba loca. En las noticias se decía, que su comportamiento anormal, se debía al avanzado estado de descomposición de su cerebro.

CORRUPTA, la igual que sus compañeros, se inoculó el suero de forma ilegal, y todos los que toman el suero, están obligados a realizarse al menos 7 sesiones de hidrolización al año, para evitar los efectos más dañinos de la descomposición. Todos ellos son fugitivos, declarados de alta peligrosidad por el gobierno, es por eso, que no puede acceder a las dosis de hidrolización con una frecuencia normal. Se dice que algunos efectos de la descomposición pueden revertirse con el tratamiento adecuado, sin embargo, cuando el cerebro se ve afectado, el daño es permanente.

– ¡Ahora les toca a ustedes! – Me señala CORRUPTA, a mi, y la señora que me esta sujetando. – ¡De pie, les daremos la opción a ustedes, igual que con el gordo, solo que ustedes ya saben lo que sucederá si dicen «no»! – Nos advierte CORRUPTA. Notó que la mujer a mi lado, sostiene en su mano libre, lo que parece ser un rosario.

– !Tenemos a una creyente! – Grita el terrorista líder. – ¡¿Cuantos «Padre Nuestro» has rezado hasta ahora?! – Pregunta en tono burlón. La mujer no contesta. Él vuelve a enfocar su mirada en mi. – ¿Y usted, señor, como se llama?

–…Alan…– tartamudeó, evidentemente asustado; CORRUPTA se burla de mi, – soy Alan… Mendieta…– repito; y la última discusión que tuve con mi esposa, vuelve a mi mente. Ella estaba llorando, estaba molesta, porque había rechazado el suero. – ¡Yo…! – Intento hablar con mas fuerza, fingiendo ser el hombre valeroso que nunca he sido. – ¡Yo… soy Alan Mendieta… y tengo cáncer… y ya no hay tratamiento… estoy en fase terminal! – No podía creer lo que estaba diciendo. – ¡Y, estoy listo para morir! – No sé, porque dije eso. Solo vine al banco a poner mis asuntos financieros en orden. Ya estoy listo para dejar este mundo.

Los terroristas se miran confusos. La mujer que me aprieta la mano, me acaricia con los dedos, como si de alguna forma tratará de reconfortarme. El líder, y CORRUPTA, me miran divertidos, como si fuera un chiste viviente.

Autor: Andys Javier Montenegro Mendoza (atlas_sagitario.04@hotmail.com)

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