Desnudo mi alma ante la lumbre de la presagiada oscuridad. Las siluetas de las plantas que se dibujan en la pared, son regalo del atardecer. Y las cortinas, las febriles amigas de mi descanso.

Aquel letargo se torna tormentoso. Los deseos de jamás haber cerrado los ojos se acrecientan. Y el corazón comienza a latir como el de la cría del roedor. Latidos que nos avisa que aquel órgano, busca escapar de las profundas entrañas por el candente ardor que hiere nuestro ser.

Logro escapar. Todo está igual. Pero los regalos de la tarde han desaparecido. Los muebles de mi infancia se han convertido en enemigos. Me demuestran su más imponente figura negra, deseosos de eliminarme. Aquellos dibujos de las plantas en mis paredes ya no están.

Y, esa fue la primera vez que le tuve miedo a mi infante refugio. Yo tan pequeña y é


stos, tan grandes…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS