Hemos colonizado cada rincón de la Tierra.
Este diminuto punto azul en el Universo en el que vivimos se nos queda ya pequeño. Tan pequeño, que nos hemos atrevido a abandonar su seguridad, excitados por nuestro afán de explorar lo desconocido. Incluso nos atrevemos a plantear la colonización de nuevos planetas y su transformación a condiciones que nos sean favorables.
Pero lo que no nos atrevemos a hacer es a prestar atención al suelo que pisamos ni al aire que respiramos.
Si como sociedad no nos damos cuenta que vivimos en un sistema cerrado, en el que se relacionan millones de especies en perfecta armonía, estamos perdidos. Perdidos, ya que, es esa diversidad biológica la que produce todos los recursos que necesitamos. Y como ya sabemos, cada acción conlleva una reacción, y en este caso la reacción es en nuestra contra.
Como dijo el Químico James Lovelock en 1969 en su Hipótesis Gaia -La Tierra funciona como un superorganismo capaz de regularse así mismo. Se encuentra, por tanto, en una completa homeostasis-. Es indudable que somos nosotros el factor que rompe esa homeostasis, nos hemos convertido en el patógeno de este superorganismo.
Creemos que la naturaleza es nuestra esclava y nosotros su amo. Que está para explotarla al máximo sin pensar en las consecuencias. Y todo por alimentar un sistema insaciable basado en tirar, comprar, tirar donde solo importa el producto y no la persona.
Si no hacemos algo, y rápido, estamos condenados a que este frágil punto azul en el que vivimos pase de ser El jardín de las delicias a ser una roca más en la inmensidad del Universo.
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