Desde el momento en que un objeto aparece en una narración, se carga de una fuerza especial, se convierte en algo como el polo de un campo magnético, un nudo en una red de relaciones invisibles. El simbolismo de un objeto puede ser más o menos explícito, pero existe siempre. Podríamos decir que, en una narración, un objeto es siempre un objeto mágico.
Italo Calvino
El arte de narrar es el mismo. Lo que tenemos entre manos siempre es una historia, da igual si lo hacemos en un cuento, una novela o un guión cinematográfico. La relación entre la literatura y el cine es fructífera y recíproca, por eso tanto los cuentistas, como los novelistas o los guionistas utilizan recursos similares.
Voy a ponerte un ejemplo. ¿Has visto El ladrón de bicicletas? Es una obra maestra del neorrealismo italiano, dirigida por Vittorio de Sica. La historia que cuenta es muy breve, apenas dura un día y medio en la vida de un trabajador romano. Entre la pobreza imperante en la posguerra, este hombre encuentra un trabajo, pegar carteles publicitarios en la calle, porque dispone de una bicicleta para hacer la ruta que le asignan. Tiene la bicicleta empeñada, pero la saca del monte de piedad aunque el dinero empleado en ello coloca a toda la familia al borde de la miseria. El primer día que trabaja le roban la bicicleta, y la película narra la búsqueda desesperada de esa bicicleta porque sin ella no hay trabajo y además habrían perdido el dinero gastado en desempeñarla. La narración es magistral, y lo es no sólo por el preciso ritmo de la cinta y el trabajo de los actores, sino por el acierto de que esa bicicleta sea el símbolo de la pobreza y de la esperanza, del sufrimiento y de la desesperación del protagonista. Tranquilo, no voy a cometer la torpeza de contarte el final si no la has visto, prefiero dejarte disfrutar de la película . Lo importante es que te fijes en cómo utiliza un objeto, un simple objeto, para estructurar en torno a él toda la historia. Las posibilidades que otorga la utilización de objetos en la escritura y creación de las historias.
Ahora voy a hablarte de literatura. Nabókov, en su Curso de literatura rusa recoge una anécdota ilustrativa con Chéjov como protagonista:
«¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos?» –le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse–. «Así.»
Echó una ojeada a la mesa –cuenta Korolenko–, tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante, dijo:
«Si usted quiere, mañana tendrá un cuento. Se llamará «El cenicero”»
Y en aquel mismo instante, le pareció a Korolenko que el cenicero estaba experimentando una transformación mágica. «Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando ya a cristalizar en torno al cenicero.»
Focalizar un texto sobre un objeto representativo es muy efectivo para estructurar un relato. Es una figura retórica llamada sinécdoque narrativa, una variante de la metonimia común que usamos a menudo en nuestras conversaciones cotidianas. Cuando decimos “el lienzo” para referirnos a un cuadro, o “el espada” para hablar de un torero, estamos designando toda una realidad por una parte de la misma. Es evidente que un cuadro es mucho más que la tela sobre la que se pintó, pero todos nos entendemos al decir el lienzo y comprendemos que se trata del cuadro al completo.
Ya hemos hablado en anteriores ocasiones de que un cuento tiene que contar mucho con muy pocas palabras, hemos comentado la necesidad de que sea sintético, de buscar símbolos para permitir que las narraciones tengan un mayor calado. Conseguir ir de menos a más en la estructura del relato. Piensa en lo más pequeño que puedas, en algo que te quepa en las manos. Por ejemplo un cenicero. O en algo que se pueda manejar con ellas, como pueda ser una bicicleta. Tanto en el caso de la película como en el del cuento, los dos autores han elegido centrar su relato en un objeto.
En una cosa. Lo digo porque a lo mejor ahora estás pensando en lo bonito que sería un relato sobre la manera en que sonríe tu pareja, o la brisa fresca en las noches de verano en la playa, o cualquier otra cosa preciosa y maravillosa que no es tangible. Quítatelas de la cabeza. Una cosa, una cosa y nada más. Algo que pueda abollarse si lo golpeas con un martillo.
Reducir al mínimo el asunto de un relato, que sea sólo y exclusivamente sobre una cosa, es la manera más segura de plantear un relato siguiendo la técnica de la sinécdoque narrativa, de ir “de menos a más” en la construcción del relato.
Vamos a hablar de un ejemplo típico, y que como todos los ejemplos típicos lo es porque es bueno, brillante y fácil de recodar, de hecho es el tema del fascinante cuento que sirve como ilustración de esta lección.
Piensa en una relación de pareja. Puede durar horas o años, está llena de matices y es muy compleja. La verdad: siempre son complejas. Las relaciones de pareja dan para escribir auténticos novelones de mil páginas como La Cartuja de Parma –que te recomiendo leer, como cualquier cosa de Stendhal–, pero también pueden dar para un relato de dos páginas, incluso de una. Lo importante es el enfoque, saber donde centrar la visión del lector.
Por ejemplo en un anillo. En el de pedida. Imagina la reacción que tiene ella al recibirlo, si le viene grande –tal vez como la relación–, si duda de la calidad del anillo preguntándole si es una piedra preciosa de verdad o una circonita, como si el amor de él fuera de baratillo o el pedirle la mano una huida hacia adelante. ¿Y si lo pierde? Imagina que pierde el anillo, ¿tan poco le importa su amor?, pensaría él. Date cuenta de que siempre hablamos del anillo, y siempre al hablar de él hablamos de algo más, ahí radica la fuerza de la sinécdoque narrativa.
Así tenemos una unidad de impresión, que Poe exigió como base del cuento, y la historia al completo aunque no la estés relatando al completo . Un cuento no es una novela, no dispones de cuatrocientas páginas para contarnos el noviazgo. Ni trescientas, ni doscientas, ni tan siquiera cien. Un relato es corto. Si ya de por sí el hecho de escribir es decir y callar, seleccionar qué partes colocar bajo el foco y cuáles omitir, el escritor de cuentos debería ser capaz de economizar al máximo, para dar al lector la historia del modo más reducido posible. Mucho ojo con esto porque muchas veces se piensa que un cuento es una novela jibarizada, y no hay nada más falso que eso. Un cuento tiene sus técnicas, su modo de narrar adecuado para lo que se quiere contar. La sinécdoque narrativa permite contar esa historia de amor en unas pocas hojas, incluso una si se utiliza con sabiduría el recurso. Un cuento no es un argumento grande comprimido, sino un argumento muy pequeño expandido, dilatado en la mente del lector gracias a la utilización inteligente del símbolo y la alusión. El secreto de los grandes cuentistas es contar esa parte significativa, cargada, que sirve por sí misma para evocar el todo de una historia.
Hemingway, tan parco en palabras y lacónico, habló de la teoría del iceberg. Él comentaba que el cuento es como un iceberg. Tan sólo una mínima parte se puede ver sobre la superficie del agua, pero la mayor parte de esa historia está ahí, oculta. El autor ha elegido qué parte de la historia quiere mantener a flote, que se vea o nos la enseñe, y que por tanto se convierta en el cuento, pero hay mucho, muchísimo que ha callado, o no ha considerado oportuno incluir en el texto. Y llamo la atención sobre esa diferencia: que ha decidido no incluir en el texto, no en el cuento, porque sí está en el cuento, pero no en el texto.
Recuerda esto, no importa tanto lo que escribas, sino lo que calles, y esto, que vale para las novelas y los guiones cinematográficos, es fundamental en el relato. Como reza la frase de Mies Van der Rohe que se ha convertido en el emblema del minimalismo: “Less is more” (Menos es más).
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