Nací en abril de 1962. Y como bien manda Aristóteles, ya que no soy ni bestia ni dios, desde que nací, viví rodeado de seres humanos. Podría decir sin demasiados rodeos que nací, como todos, rodeado de violencia.
Unos años antes de mi llegada al mundo se había consolidado lo que se dio en llamar la “Guerra Fría”, con la Unión soviética definida como el enemigo de Occidente; por tres años y como si el planeta no hubiera aprendido nada de las dos grandes guerras, se desarrolla la Guerra de Corea (el primer conflicto armado de la Guerra Fría); comienza una eterna dictadura en Paraguay, encabezada por Stroessner; triunfa la revolución cubana (que cada uno saque sus conclusiones después de tantos años) y una de las tantas reacciones (además de un eterno y anacrónico bloqueo) fue la invasión de Bahía de Cochinos,se crea la ETA….
En los 60 –mi década- se inicia la guerrilla colombiana, la intervención estadounidense en Vietnam, se desata la Guerra de los 6 días, asesinan a Malcolm X, Marthin Luther King y a John Fitzerald Kennedy (entre otros); se produce la intervención soviética en la hoy desaparecida Checoeslovaquia para sellar de manera sangrienta la llamada “Primavera de Praga”; comienza la inaudita Guerra Colonial Portuguesa (inaudita por la actitud terca del dictador Salazar) y concluye la Guerra de Argelia, regalándole a la humanidad medio millón más de cadáveres que se suman a los 10 millones de la Primera Guerra y a los 50 millones (y más también) de la Segunda.
Y esta es solo una enumeración grosera, simple, hecha a vuelo de pájaro, sobre los acontecimientos que marcaron con “sangre, sudor y lágrimas” el peregrinaje de la humanidad en el transcurso de la historia; una lista que cualquier persona, medianamente informada podría hacer sin forzar demasiado la memoria.
Es verdad que mientras los hombres y las mujeres (sobre todo hombres) provocábamos estas aberraciones (y digo “provocábamos”, optando por la primera persona del plural porque me asumo como parte de la especie y porque el verbo “provocar” remite a una intención que no admite discusiones), también ocurrían algunas cosas buenas, aunque la mayoría de ellas también causadas por hechos de contenido violento. No me refiero a la tecnología, de la que siempre es recomendable desconfiar. Es cierto que el hombre pisaba la luna, se lanzaba el primer satélite al espacio, llegaba la televisión color, se descubre el ADN humano, y se realiza el primer trasplante de órganos, entre otros hechos de singular relevancia. Sin embargo es tanta la desconfianza que pueden generar algunos seres humanos que aún no se si todo eso ha sido bueno o malo ya que descifrar el ADN nos expone a la manipulación genética; los trasplantes dieron lugar a la sospecha del tráfico de órganos y la televisión impulso el surgimiento de una sociedad del entretenimiento y la alienación. Me refiero, más bien, a otros hechos que dejan la impresión de haberse plantado como un freno ante el atropello, frente a lo avasallante, como por ejemplo la irrupción del feminismo, la liberación gay y el reconocimiento a una vida sexual plena,la oposición a la carrera nuclear, el mayo francés, el Movimiento por los Derechos Civiles en EE.UU., las manifestaciones contra la Guerra en Vietnam… Estos acontecimientos, o mejor dicho estas reacciones, resultan más nobles. De todas maneras no han sido otra cosa más que reacciones, respuestas obligadas por causas que siempre fueron (y me temo serán) opresiones, negaciones, amenazas. Es decir, causas violentas.
El feminismo surge contra la negación de los derechos más elementales a las mujeres. Y seamos sinceros, las desigualdades no solo aún perduran sino que tienen expresiones atroces: desde la práctica de la ablación del clítoris, hasta el femicidio. Vale una digresión para plantear aquí un punto que quizá sirva de tema para otros trabajos. ¿Cuál es la diferencia ideológica entre la ablación del clítoris y una, en apariencia, sencilla inyección de botox? Sí, por supuesto, son diferentes. Pero la pregunta apunta a la diferencia ideológica, a la matriz de poder que obliga a la mujer (obligándola sin aceptar u obligándola a aceptar) a que responda al modelo que se le exige para satisfacer. Es solo una hipótesis.
La liberación gay y nuestra conciencia a una vida sexual plena –propia y ajena-responde a una misma razón: puntualmente nace por los disturbios en el pub Stonewall Inn, pero la causa es la negación a optar libremente por una preferencia sexual, que fue y es aunperseguida.
Y así todos. Parece de Perogrullo pero no daña señalarlo ya que muchas veces se dan por naturales hechos humanos que nada tienen de naturales y repetimos el relato de acontecimientos como si hubieran surgido por generación espontánea. La oposición a la carrera nuclear viene a oponerse a este hábito demencial de sembrar, como si fuesen legumbres, ojivas nucleares capaces de hacer que nuestro planeta un buen día estalle en unos cuantos pedazos lo suficientemente pequeños como para que no podamos plantar los dos pies en cada uno de ellos.
Las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam ocurrieron porque en Vietnam había una guerra con todo lo que ello implica, napalm y torturas incluidos.
El Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos surge porque los negros (a los que aún siguen matando y segregando) todavía en las décadas del 50 y del 60 estaban obligados a ceder el asiento en un transporte público si ascendía un blanco (¿recuerdan el caso de Rosa Parks?) y eran segregados en el sistema escolar.
El Mayo Francés se enfrenta no solo con la represión, sino tambiéncon la desgastada moral de una Francia dividida después de la Guerra de Argelia,y con los fundamentos de una sociedad de consumo aún vigente, que reconoce a las personas como entes que compran, usan y tiran.
Todos estos acontecimientos fueron reacciones a hechos de violencia que jalonaron nuestra historia.
Yo hago referencia a esos años sangrientos que precedieron y siguieron a mi nacimiento. Pero cualquier ser humano podría hacer una extensa enumeración de hechos violentos que rodearon al suyo.
El lector puede hacer ese sencillo ejercicio. ¿En qué año nació? ¿En 1910? La Guerra Ruso-Japonesa (1904), el crimen de Sarajevo (1914), la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el asesinato del zar Nicolás II y su familia (1918) , Trotsky, Stalin….
¿Nació en 1920? Bellísimo. Hitler se consolida como líder del Partido Nacional Socialista. Mussolini en el “duce” de Italia y al poco tiempo sus “camisas negras” ya estaban desfilando por las calles de Roma. Francia y Bélgica ocupan la cuenca del Ruhr ante el incumplimiento alemán de hacer frente a las indemnizaciones impuestas por el Tratado de Versalles. ¿Seguimos? El jueves negro, la Gran Depresión, Al Capone y la matanza de San Valentín….
Si en cambio su década es la del 30 puede contar que en la Argentina se produce el primer golpe de estado de la era constitucional contra el presidente Hipólito Yrigoyen, estalla la Guerra Colombiano-Peruana, los nazis ganan las elecciones en el 32 y en el 33 Hitler ya es canciller y después de quemar el Reichstag comienza la persecución de los judíos, Italia invade Etiopia, comienza la Guerra del Chaco, se inicia la Guerra Civil Española, bombardean Guernica….
No hablemos de los 2000, el nuevo milenio: Torres gemelas, el atentado de Rosas reivindicado por ETA, los 202 muertos en Bali, el 11M, las mochilas bomba en Yakarta alla por el 2009…
Lamentablemente podríamos seguir enumerando un sinfín de atrocidades humanas que nos dieron la bienvenida al mundo. En el siglo que haya sido, en la década que se nos ocurra. Siempre la violencia estuvo presente, acompañó cada paso del ser humano, como si fuera su condición necesaria.
Pero no es la intención de este ensayo formular una compendium vim. Ni resulta grato, ni dos vidas humanas completas con sus días y sus noches serían suficientes. Tantas han sido las aberraciones que nuestra especie cometió contra sí y contra su entorno…
Sin embargo que la violencia nos haya acompañado desde el origen mismo es una marca que la humanidad lleva en el orillo y que obliga a reflexionar sobre su causa.
Dios expulsó a Adán del Paraíso. Génesis, Capítulo 3:
«16. A la mujer dijo «Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás a luz a tus hijos con dolor. Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará.»
17. Al hombre le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer y haber comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida.
18. Espinas y cardos te dará, mientras le pides las hortalizas que comes.
19. Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado. Porque eres polvo y al polvo volverás.»
20. El hombre dio a su mujer el nombre de «Eva», por ser la madre de todo viviente.
21. En seguida Yavé Dios hizo para el hombre y su mujer unos vestidos de piel y con ellos los vistió.
22. Entonces Yavé Dios dijo: «Ahora el hombre es como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. Que no vaya también a echar mano al Árbol de la Vida, porque al comer de él viviría para siempre.»
23. Y así fue como Dios lo expulsó del jardín del Edén para que trabajara la tierra de la que había sido formado.
24. Habiendo expulsado al hombre, puso querubines al oriente del jardín del Edén, y también un remolino que disparaba rayos, para guardar el camino hacia el Árbol de la Vida.”
Fatigas, dominación, espinas, cardos, sudor, dominación del hombre sobre la mujer. Fue una sentencia dura. ¿Quién puede dudarlo?
Pero desde ese momento, al menos para los cristianos, “lo violento” está indisolublemente ligado con la existencia de la especie. Para los que no lo son, en cambio, la violencia tendrá otro Génesis, pero también estará.
Se puede evitar la Biblia. Pero no lo divino. Los dioses fueron violentos. La guerra tenía su divinidad: Anat para los Caldeos (también era la diosa de la Fertilidad); Ares, para los griegos; Badb, para los celtas; Ek Chuah, para los mayas; Huitzilopochtli, para los aztecas; Sekhemet, para los egipcios o Tyr para los pueblos nórdicos. ¿Por qué habrían de tener dioses de la guerra aquellos seres humanos?
Las distintas culturas construyeron su muestrario de dioses y divinidades y les hicieron jugar batallas con ganadores y perdedores, guerras celestiales o en territorios imaginarios. Pero esas culturas, más allá de sus mitos, también hicieron sus guerras, en territorios reales, concretos, contra enemigos al que había que lastimar, herir, matar. Enemigos de carne y hueso que había que dominar. Y no podemos culpar de todo esto a la sociedad de consumo. Ocurrió muchos años antes.
¿Por qué se peleaba? ¿Por un Dios? ¿Por poseer el fuego? ¿Por mejores tierras? O simplemente ¿por mandato de la naturaleza humana?
Para decirlo con claridad: la hermandad “violencia/ser humano” es muy anterior a todos los factores que le atribuimos hoy a la violencia. Es que su desarrollo no se debe a condiciones exógenas al ser humano, sino más bien internas, propias, ¿podríamos decir esenciales?
De acuerdo con las Sagradas Escrituras el primer asesinato fue consumado por Caín al matar a su hermano Abel. Pero, dejando a un lado las creencias religiosas, la ciencia nos informa que el primer crimen de la historia fue cometido hace 430 mil años. La víctima –no se sabe si hombre o mujer, pero no me extrañaría que haya sido un femicidio- o mejor dicho, su cráneo, fue hallado en la Sima de los Huesos en Atapuerca, España.
No es el caso hacer un desarrollo antropológico del hallazgo, pero si rescatar algunos datos que sirven al propósito del presente ensayo. En ese yacimiento de huesos se encontraron los restos de por lo menos 28 individuos. El cráneo número 17 (Cr17, como lo llamaron los investigadores) presentaba dos orificios en el hueso frontal, un poco por encima del ojo izquierdo. Desde ya que no realizaré una exposición forense pero sí, al menos, presentaré en pocas palabras los argumentos que sostienen la tesis del homicidio.
De hecho, Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones de Atapuerca fue tan contundente en sus declaraciones como los golpes recibidos por Cr17: “Debían tenerle inmovilizado o debía haber quedado inconsciente, porque es inverosímil que se puedan aplicar golpes lo bastante fuertes para atravesar un hueso frontal en un combate cara a cara con un enemigo que se está moviendo. Y aunque un solo golpe hubiera bastado para matarle, le dieron dos. Se ensañaron con él”.
“A este tipo le remataron”, concluyó.
En síntesis, nuestro primer caso de violencia interpersonal, nuestro primer asesinato, ocurrido lejos de las pantallas de televisión, de la sociedad de consumo, de las guerras religiosas, de las diferencias de clases, de la ira que provoca la tensión de la vida moderna.
Un neardenthal contra otro neardenthal, probablemente compitiendo por algún recurso limitado: quizá un pedazo de carne, un poco de agua… Pero lejos de una resolución pacífica del conflicto, la herramienta para solucionarlo fue la violencia. ¿Es que acaso es posible conjeturar que el ser humano fue antes violento que pacífico?
Somos animales comunitarios. Volviendo a Aristóteles, no podemos vivir sino lo hacemos en comunidad. Pero ¿a qué obedece dicha asociación original?¿Al amor a los otros especímenes como nosotros, o a la necesidad de defendernos, al temor a otros especímenes como nosotros?
Nos asociamos por conveniencia. Parafraseando a Borges, “no nos une el amor…sino el espanto”.
Imaginémonos en un tiempo en el que no comprendíamos. Una era en la que no todo estaba explicado. Rodeados de sucesos sin nombre. Humanos machos y hembras,lejanos, en una hora original del planeta, pisando una tierra que nunca había sido pisada, mirando con ojos que todo lo absorben, avanzando por un valle de laderas vírgenes de palabras. El cielo nos deslumbra la ingenuidad. La tormenta, el rayo, el trueno, el granizo no eran ni la tormenta, ni el rayo ni el trueno ni el granizo. Un cometa rasgando la noche. Las estrellas, las fases de la luna. La montaña que tampoco tiene nombre se yergue como un dios de roca. El mar ruge con el rugido de mil fieras y las fieras en la tierra rugen como si se hubieran tragado una porción de mar. ¿Cómo explicarlos?
Y junto a esas incomprensibles circunstancias,a ese universo sin nombres, a ese “miedo cósmico”, las necesidades. El hambre y los primeros pasos de la evolución. Habrán salido de cacería por primera vez; habrán fracasado y habrán aprendido, entonces, las dificultades que implica conseguir la presa, sin tener conciencia de que con los años inventarían las palabras “presa”, “dificultad”, “conseguir”.Seguramente se habrán organizado para matar por primera vez, intencionalmente, y comer. Y esa primera organización que, debe de haber sido el origen de una incipiente comunicación destinada a dotar de orden a la cacería para rodear al mamut elegido para la cena, se prolongó después para defender lo cazado del acoso hambriento de otras fieras, humanas o no.
Por lo visto la solidaridad no nace con la especie. Y queda claro que la evolución tampoco fue lo que nos hizo solidarios. En verdad, nos une el miedo, el temor al enemigo común. Alguna vez ese enemigo fue el smilodon, el tigre dientes de sable, pero también la otra tribu. Con los años el enemigo terminó siendo el otro, el distinto,el extranjero, el negro, el homosexual, el judío, la mujer, el musulmán, el cristiano, el imperialista, el revolucionario, los republicanos, los monárquicos, los peronistas, los antiperonistas…y la lista podría seguir mientras la razón siga razonando.
A esta altura es apropiada una aclaración. No tengo intención dereavivar el derbi “Hobbes/Locke” sobre la bondad o maldad innata del ser humano. En principio y, sobre todo, porque asumo mi limitación intelectual para terciar en esa batalla. Pero al mismo tiempo porque las nociones de “bien” o “mal” no me resultan naturales al ser humano y mi intención es ir un poco más atrás con estas reflexiones. A riesgo de parecer ambicioso, pero al fin y al cabo es lo que despertó mi inquietud y mi curiosidad, y sin pretensión de que nadie se saque el sombrero al leer este ensayo, pretendo acercarme a algo que está más allá de nociones teñidas de religiosidad, condicionamientos culturales, éticos, u otro prisma. Aspiro a encontrar en nosotros, animales humanos, efímeros especímenes capaces de recordar y de olvidar, lo que aun conservamos de arcaico, de original, y que a medida que avanzamos en la trayectoria de los tiempos, parece emerger cada vez con más claridad.
En mis años de estudiante universitario, al cursar la materia Antropología Filosófica (con un notable profesor luego devenido en periodista, Miguel Wiñazky) se despertó en mí una pregunta básica: ¿Qué es el hombre? Jamás me conformaron las respuestas que se me fueron dando. De hecho, pocas actividades intelectuales me parecen más productivas que replantearse las respuestas. Y jugando con eventuales, humildes y admito, poco satisfactorias y muy irreverentes respuestas, llegué a creerme que ese ansiado y esquivo eslabón perdido que los antropólogos buscan para explicar nuestra evolución, no hay que buscarlo en el pasado. El eslabón perdido me lo imagino en el futuro.
Por supuesto que no lo veo caminando muy suelto de cuerpo por la Gran Vía, en Madrid, o por la avenida Corrientes, en Buenos Aires. Me refiero a emergencias de arcaísmos, de rasgos primitivos de modos de ser aflorando en cada uno de nosotros sin que podamos evitarlo, sin que siquiera seamos conscientes, en situaciones determinadas que tampoco sabemos cuáles pueden ser pero que posiblemente habiliten un rincón de nuestra memoria gregaria y resucite rasgos perdidos a fuerza de domesticación. Quizá sea un terremoto del que no tengamos dimensión que pueda ser posible, un cataclismo que no entre en la imaginación de los seres humanos,el choque de un cometa, una explosión nuclear que destruya un continente. En fin, hay mil variantes para pensar tragedias que sean capaces de despertar rasgos de comportamientos perdidos de la humanidad. Pero eso es tema de otro ensayo.
El tema de este ensayo es la violencia como característica esencial constitutiva de la especie humana. Quizá sea real que los seres humanos somos racionales. Aunque no sé si los únicos. Sin embargo, de lo que si tengo una certeza intuitiva es que no solamente somos racionales. Somos, por lo menos tan violentos,como racionales. De hecho me viene a la mente esa presuntuosa autodefinición de “los reyes de la creación”, los que estamos en la punta de la pirámide de todo lo creado, de todo lo vivo. Por sobre nosotros solamente Dios o la fuerza creadora, pero esa manera de vernos da un buen punto de apoyo para sostener esta idea de especie violenta. Esa forma de concebirnos, de relacionarnos con el resto de lo que existe, con el mundo, ¿no contiene algo de soberbia? O para andar sinrodeos, autoproclamarnos “reyes de la creación”, ¿no implica que solo nos concebimos dominando?
Y ¿cómo se somete a lo irracional si nosotros somos los únicos (de ser cierto y lo dudo) racionales? La respuesta es clara: mediante la violencia. No hubiéramos sobrevivido de no ser violentos. Y no pretendo justificarnos, simplemente, describirnos.
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1
2 de febrero de 2017. Desperté y como lo hago habitualmente recorrí las páginas del diario. Y a medida que avanzo en el recorrido siempre me parece ver las mismas noticias, con algunos ligeros cambios. Me da la sensación de que lo que leo ya lo he leído el día anterior. Pero esta mañana me conmovió un suceso ocurrido en los barrios pobres de París y que desencadenó la reacción de la comunidady la intervención del gobierno.
Se trata del “Caso Theo”. El hecho es el siguiente: Un joven negro de 22 años, llamado Theo, fue detenido en Aulnay-sous-Bois, un sitio normalmente habitado por árabes y africanos. La cuestión es que Theo terminó en el hospital con un tajo de 10 de centímetros en el ano y el músculo del esfínter seccionado. La causa de semejantes lesiones fue la violenta penetración del bastón de uno de los cuatro policías que lo interpelaban.
El muchacho que pensó que iba a morir y (ahora citó textualmente el párrafo del diario La Nación, de Buenos Aires, del 15 de febrero de 2017) “relató cómo le introdujeron voluntariamente el bastón extensible del policía en el ano, mientras lo rociaban con gas lacrimógeno en la cara y en la boca, lo golpeaban en la cabeza y lo insultaban”.
Todo fue filmado por las cámaras de seguridad instaladas en la zona por lo que todos en Francia pudieron ver lo ocurrido.
Mi mente se tentó con el adjetivo inhumano.
Inhumano, como el descuartizamiento de Túpac Amaru. Inhumano como el holocausto. Inhumano como el genocidio armenio. Inhumano como las bombas traicioneras en Atocha del 11M. Inhumano como los atentados a las Torres Gemelas. Inhumano como lanzar napalm. Inhumano como los desparecidos en Argentina. Inhumano como la pena de muerte. Inhumano como el desembarco en Normandía. Inhumano, inhumano, inhumano, inhumano…Y todos esos actos solo pueden ser cometidos por humanos. Nada más que un ser humano es capaz de esos actos.
Los actos más aberrantes de violencia los consideramos inhumanos y alejamos, desterramos a la violencia de “lo humano”. Nos convencemos de que es ajeno a nosotros, porque nosotros somos “racionales”, no violentos, a lo sumo tenemos, como todo animal un sano instinto de agresión.
Unas líneas más arriba confesé el placer que me produce cuestionar las respuestas. Creo, con convicción, que vivimos de eufemismo en eufemismo. Y no es un dato menor el hecho de que escondamos las verdaderas palabras. Las palabras tienen energía, y esa energía es el poder mágico que pone a las cosas en contacto con su manera de nombrarlas. Emerson decía que “el hombre es la mitad de sí mismo, la otra mitad es su expresión”.
Y nosotros vivimos errando las palabras, llamando a una cosa por otra, desviando lafuerza noble de las palabras y cuando hacemos esto ocultamos nuestra naturaleza, nuestra otra mitad al decir de Emerson. Nuestro primer eufemismo: considerarinhumana a la violencia. El segundo, llamar instinto de agresión a una violencia que nos acompaña vitalmente desde el principio de los tiempos.
Mentirnos con las palabras es habilitar el espejismo que nos hace creer que entendemos el fenómeno de la violencia y creer que la entendemos es el principal factor de incomprensión de la misma ya que partimos de la infeliz ilusión de suponerla “inhumana” en los casos más aberrantes, con el agregado de que lo “aberrante”, no siempre fue idéntico a lo largo de los siglos y de las sociedades.
En La Peste, Albert Camus, describe con una mirada amorosa y hasta podríamos calificar de optimista,todas las debilidades y virtudes de que somos potencialmente capaces los seres humanos, cuándo estamos sometidos a una circunstancia excepcional. En este caso se trata del cierre y aislamiento de toda la población de una ciudad, Oran, al despertarse una misteriosa enfermedad que mata de a puñados a las personas y a las ratas.
Uno de sus personajes, el principal,el doctor Rieux, plantea a un periodista (Rambert) que “el único medio de luchar contra la peste, es la honestidad”. Pero la peste no es la violencia en sí. La peste son los eufemismos que no nos dejan ver con claridad a la violencia. Los adornos que enmascaran al infierno para convertirlo en cielo porque al decir de Fernando Vallejo, en El desbarrancadero, “el peor infierno es el que uno no logra detectar porque tiene vendado como bestia de carga los ojos”.
Y a la luz de la sentencia de Vallejo, la frase de Camus adquiere una riqueza magnífica, pero sobre todo, desnuda una verdad tan cruda que termina por aliviarnos porque ilumina. Muestra un camino al encender una luz que nos deja al descubierto (si nos reclama honestidad, es porque advierte la deshonestidad), y nos señala humildemente cuál es la herramienta que nos permitirá, si no vencer a “la peste”, al menos enfrentarla. Los humanos, en La Peste, sin honestidad, compartimos el mismo destino que las ratas.
A fuerza de ser honesto, entonces, dejemos de lado los atenuantes. Cuando no hay palabras, o cuando fracasan por equivocadas, solo hay un camino posible para evacuar la fuerza de las pasiones humanas: ese camino es la violencia. Llamemos a las cosas por su nombre: no hay inhumanidad en la violencia. Por el contrario, la violenciaes esencialmente humana.
Ese supuesto instinto de agresión que la cultura convierte en violencia es una ilusión de comprensión de nuestra naturaleza. Una figura más en la alegórica caverna platónica. El ser humano es esencialmente cultura. No es sin cultura, por lo tanto, tal instinto de agresión, si existiese, no duraría más que lo que duran los primeros llantos de recién nacido ya que somos cultura desde del momento en que alguien nos acuna en sus brazos apenas llegados al mundo. Y somos violentos desde antes que la cultura nos provoque ningún malestar. De existir tal instinto cedería inmediatamente, y una metamorfosis inconsciente, involuntaria,nos hará lo que somos: seres humanos. Y violentos. Sobre todo si insistimos en pintar de un color lo que es de otro. Ivonne Bordelois, en su ensayo El país que nos habla, es categórica en la definición: “la violencia física es la expresión más común de la castración verbal”.
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“-Esos son cristales rotos. ¿No oyes caer los añicos? Y eso, piedras contra las paredes y la persiana de hierro de la tienda. Eso es la gente, que se ríe. Y una mujer que chilla como si la despellejaran viva. ¿Por qué? Y eso son los soldados, que cantan. Y eso…
Callaron a fin de identificarel profundo y cadencioso rumor que llegaba hasta sus oídos.
-Son oraciones –explicó Ben”.
El párrafo corresponde a la novela de Irene Nemirovsky, Los perros y los lobos. Describe como los personajes Ada y Ben, dos niños judíos y pobres, ocultos en un altillo, perciben los sonidos de uno de los pogromos a los que los judíos pobres eran sometidos en los barrios bajos de una ciudad ucraniana.
Dicho sea de paso, Nemirovsky es asesinada enAuschwitz.
La novela es ficción. Sin embargo los pogromos no. Y prefiero el relato literario para abordar una realidad histórica porque posee mayor riqueza y una multiplicidad de puntos de vista que el relato histórico, por cuestiones inherentes a su propia naturaleza no le está permitido practicar. La literatura, con su palabra cuidada, y un lenguaje no eufemístico que nace en la sensibilidad del escritor para describir y relatar,nos abre a una dimensión de comprensión mucho más humana. Despreocupada de los hechos y de su exactitud y rigurosidad, trae a nuestro espíritu el sentido real y la cercanía más cruda a los sentimientos y sensaciones de los hombres y mujeres.
Es la novela, en este caso de Nemirovsky, la que nos permite saber cómo se viven en los oídos de dos niños, los sonidos de la violencia, de la discriminación, de los golpes. Y además, qué provocan esos sonidos de la violencia en los seres humanos. Ningún libro de historia pone su atención en la persiana castigada por las piedras, ni en las oraciones de los que tienen miedo, ni usa la palabra añicos para describir la lluvia fría y lacerante de los cristales rotos durante un pogromo. Tampoco reparan los historiadores en los chillidos de una mujer a la que parece que despellejaran viva. Es el escritor el que revela lo que habita detrás del hecho, tan efímero y breve como un disparo o infinito como la duración de una batalla cuerpo a cuerpo.
Vasili Grossman reflexiona sobre el tiempo violento en Vida y destino al describir las sensaciones de un soldado durante la batalla de Stalingrado.
“La sensación de la duración de la batalla está en conjunto tan profundamente deformada que se manifiesta con una total indeterminación, desconectada tanto de la duración como de la brevedad.”
No se habla así del tiempo en los libros de historia.Ni de la culpa. La siguiente cita es extensa, pero magistral. También de Vida y destino.Una breve introducción: Segunda Guerra Mundial.Batalla de Stalingrado. El ejército nazi y las tropas soviéticas se enfrentanen una lucha interminable. Liudmila Nikolayévnaante la noticia de su hijo herido, el teniente Tolia Sháposhnikov, decide ir al hospital en el que supone que está internado. Al llegar se entera que había fallecido tras una penosa intervención quirúrgica. Todos los que tuvieron que ver con la atención del joven muerto sienten culpa.
“Y ahora el comisario se sentía culpable ante la madre del teniente muerto, porque el día anterior habían fallecido tres enfermos, y él había pedido una ducha y le había pedido su plato preferido al cocinero, estofado con chucrut, regado abundantemente con cerveza que había obtenido en la tienda de Sarátov. Le enfermera Teréntieva se sentía culpable ante la madre del teniente muerto porque su marido, ingeniero militar, servía en el Estado Mayor del Ejército y no había ido al frente y su hijo, que tan solo tenía un año más que Sháposhnikov, trabajaba en una oficina de diseños y proyectos de una fábrica aeronáutica. También el comandante se sentía culpable: era un militar profesional que prestaba servicio en un hospital de retaguardia, había enviado a casa tela buena de gabardina y botas de fieltro, mientras el teniente muerto había dejado a su madre un informe de percal.
El sargento de labios gruesos y orejas carnosas se sentía culpable ante la mujer que conducía al cementerio. Los ataúdes estaban fabricados con tablas de madera de mala calidad. Los cadáveres eran depositados en los ataúdes en ropa interior; los soldados rasos eran amontonados en fosas comunes, y los epitafios de las sepulturas se hacían con caligrafía descuidada, sobre tablillas sin pulir, escritos con tinta poco resistente. A decir verdad los muertos en las divisiones de los batallones médico-sanitarios eran enterrados en las fosas sin ataúdes y las inscripciones se hacían con un lápiz de tinta que se borraban con la primera lluvia. Y los caídos en combate, en los bosques, los pantanos, los barrancos o en campo raso a menudo no encontraban a nadie que los sepultara, salvo la arena, las hojas secas o las ventiscas de nieve.
Pero a pesar de todo, el sargento se sentía culpable ante la mujer por la pésima calidad de la madera; aquella mujer que se sentaba a su lado y le preguntaba como enterraban a los muertos, si amortajaban los cadáveres, si recibían sepultura juntos o separados, y si se pronunciaban unas últimas palabras delante de sus tumbas.
Todos los hombres son culpables ante una madre que ha perdido a un hijo en la guerra; y a lo largo de la historia de la humanidad todos los esfuerzos que han hecho los hombres por justificarlo han sido en vano.”
Esos esfuerzos a los que se refiere Grossman son los análisis de la historia. Solo el artista nos ofrece la dimensión humana de los días vividos. La culpa, el tiempo, el amor, la angustia, todos los sentimientos humanos, el terror, el miedo, la ira, que no se explican en los documentos oficiales, están en las palabras de los escritores. Son los escritores los que nos traen en palabras vivas, los acontecimientos muertos, porque nos acercan lo eterno de lo humano: su naturaleza. La Batalla de Stalingrado terminó el siglo pasado. La culpa por el hijo muerto se repite todos los días. Y la descripción de Vasili Grossman es la misma para Liudmila como para la madre de cualquier soldado asesinado.
Aclarada y justificada la preferencia por la literatura, volvamos a Nemirovsky y a Ada y Ben. “Aquellos dos niños hambrientos habrían surgido ante los judíos ricos como una eterna advertencia, un atroz y vergonzoso recordatorio de lo que habían sido, o de lo que podrían haber sido, pues nadie se atrevía a pensar: ‘De lo que podríamos volver a ser’ ”.
Dejando de lado la eterna cuestión de ricos y pobres, la violencia deriva del instinto de supervivencia, pero sobre todo,provoca instinto de supervivencia. Y a mayor violencia, menos miramientos. La violencia genera deseos de vivir, sin importar a costa de qué,por sobre otro ser humano, aunque sean niños, pobres y de mi misma raza.
Vivir, aun a costa del otro.
En este sentido resulta oportuno citar otra novela, en este caso llevada al cine. Se trata de El señor de las moscas, de William Golding. Esta novela, de los años 50 (1954 para ser más exacto), fue llevada al cine por Harry Hook, en 1990, pero no duden, es mucho mejor leerla.
El argumento puede resumirse rápidamente. Un avión que transportaniños ingleses cae y se estrella en una isla deshabitada. Mueren todos los adultos y solo sobreviven los chicos que deben darse una organización y un orden para continuar con vida y esperar que alguien los rescate. La novela es un viaje en el tiempo. Es un experimento de la imaginación que permite retroceder al origen de nuestras incipientes organizaciones para sobrellevar la vida en condiciones de naturaleza. Pronto se forman dos bandos entre los niños, con dos tipos de liderazgo. Y pronto, también, comienza la guerra entre los dos bandos. Por la comida, por el fuego, por el refugio. Pero en el fondo, la pelea es simplemente por saber quién manda. Por el poder. Por el placer del poder.
“La tragedia de los hombres, decía Shaltiel, no estriba en que los perseguidos y los oprimidos aspiren a liberarse y a hacerse respetar. No. La maldad está en que los oprimidos, en lo más profundo de sus corazones, realmente sueñan en convertirse en opresores de sus opresores. Los perseguidos anhelanser perseguidores. Los siervos sueñan con ser amos. Como en el libro de Esther”, escribe Amos Oz en su novela Judas.
Si nos miramos al espejo de la civilización que hemos construido, parece que nunca nos manchamos las manos con sangre. Somos razón. Inteligencia. Ciencia. Somos evolución. Desarrollo. Avance. Sin embargo, cada una de esas palabras con las que nos autodefinimos, no puede evitar la invocación de un orden, de una escala, de un sentido.
Avance, ¿hacia dónde? Dominación, ¿de qué o de quiénes? Ciencia, ¿para qué? Razonar es darnos un formato.
Todo nos lleva a un orden de la realidad que, por supuesto, lo ideamos nosotros. Y es legítimo, lógico e inevitable que así sea. De lo contrario, sin ese orden a la medida humana, para nosotros, todo sería caótico. No podríamos comprender absolutamente nada de lo que nos rodea. Necesitamos un adelante y un detrás, una derecha y una izquierda, un arriba y un abajo, una noción de mal y una de bien. Opresores y oprimidos con aspiración de opresores.
Somos dependientes de un criterio de organización. Estamos obligados para sobrevivir a entender, pero para que nuestro entender sea efectivo, debe ser compartido, es decir, el ser humano debe imponer ese orden.
No me refiero a un orden internacional, por medio del cual terminamos explicando las guerras. Cuando hablo del orden que imponemos pretendo referirme a un orden esencial, que acomode el universo que conocemos, que lo explique, que nos permita comprenderlo, nombrarlo, designarlo. Y desde ya, decidir quién está arriba y quien debajo y quién está dentro y quién no lo está. Un poco imitando a un Dios que es capaz de expulsarnos del Paraíso.
Quizá, inicialmente fue el mito. Luego la religión. Después la razón. Y ese orden, derivado de los mitos, las religiones y finalmente de la razón, se nos impuso. Y este “se” impersonal no es casual.
Pero, por aquel placer de cuestionar las respuestas, ¿es posible imaginar otro orden, una manera diferente de ser (me refiero al verbo “ser”) humano?
Nacimos. Crecimos. Y nos desarrollamos en un orden que basado en una violencia esencial, característica y distintiva de la especie humana, se justificó en la razón. O mejor dicho, se ocultó tras la razón. Todo lo explicamos. Todo tiene una causa, por más cruel que sea, pero es racional. Las guerras se asientan en diferentes motivos. Colonialismo, imperialismo, materias primas, petróleo… Siempre hay alguna razón. Incluso el Holocausto, desde la visión nacionalsocialista, se explicaba con la supremacía de la raza aria. Los militares en la Argentina explicaron la desaparición forzada de personas, su tortura, los vuelos de la muerte, en la defensa del estilo de vida occidental y cristiano. La violencia detrás de la razón.
¿Es posible un orden que le adjudique a la violencia la visibilidad que le corresponde, el lugar que realmente tiene en cada conducta humana y que, en consecuencia, deje de actuar escondida detrás de la razón?
En el orden vigente la razón, mediante infinitos mecanismos (entre ellos el lenguaje) es el cortinado tras del cual actúa la violencia. ¿Cómo sería ese orden si corremos las cortinas y dejamos al descubierto lo que somos en realidad? Si pudiéramos ver esa violencia natural, esencial, tal como vemos a la razón ¿sería posible desarrollar un modo de “ser” humano que la neutralice? Cuando reconocemos e identificamos una necesidad tendemos a satisfacerla para que desaparezca. Si sentimos frío, nos abrigamos o nos damos calor.Si identificáramos y reconociéramos nuestra constitución animal, violenta, salvaje, ¿podríamos neutralizarla, o al menos atenuarla? ¿Por qué no?
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3
Dios existe. Y no hay nada más evidente que eso. Dios tiene una existencia personal, basada en mi fe. Dios existe hasta para los ateos que lo necesitan para negarlo.
Para ser francos, no hay nada más sencillo que demostrar la existencia de Dios, como la existencia de cualquier idea abstracta.
Solo se necesita creer en ella para que sea una realidad.
Para ser más claro. Dios existe en la medida en que yo crea en él. Creer en Dios es crear a Dios y cada uno de nosotros lo crea en su fe personal.
El dinero –otra abstracción de lo más divulgada-(no me refiero a la riqueza) existe porque creemos en el dinero. Si no le adjudicáramos al dinero ese valor que dicen que implica, el dinero no tendría ningún valor, y el dinero sin valor no existe. En realidad existiría en mi negación, pero sin el objetivo que se supone tiene la moneda.
Con Dios nos ocurre lo mismo. Al creer en él lo creo. Incluso al negarlo lo creo, aunque sin el propósito que tiene ese dios de acuerdo con cada religión.
Lo concreto es que, al creer en un dios o en el dinero, estoy aceptando un orden. El orden de un dios o el orden del dinero. O ambos. No es la intención aquí formular una crítica a la religión y menos aún al orden capitalista. En realidad son realidades aceptadas que nos dan un criterio vital, incluso nos ofrecen un eje axiomático alrededor del cual disponer la vida.
Estamos lejos de “Un mundo feliz” –aunque quizá estemos encaminados- planteado por Aldous Huxley. Podría recurrir como ejemplo a la película LaMatrix, pero más allá de la declamada y argumentada predilección por la literatura, es preferible Huxley porque en realidad se anticipó con esa idea por lo menos 60 años. La novela del escritor británico describe a una sociedad mundial, alrededor del año 600 de la era Fordiana. Cabe aquí una aclaración. Huxley se basa para desarrollar su novela en una filosofía del industrialismo o fordismo (en referencia a la producción en serie pergeñada por Henry Ford) expuesta en otro de sus exquisitos libros, en este caso de ensayos: Música en la noche. En uno de los escritos que componen la obra –Al puritano todo se le antoja impuro- señala precisamente que el “fordismo” exige sacrificar la parte animal del hombre, en principio porque en las fábricas no entran los animales y de acuerdo con esta visión la producción fabril en serie es determinante de un modo de ser humano.
Ya en Un Mundo Feliz, el escritor imagina la superación de la era cristiana para entrar en la era fordiana. A esta altura de la civilización, el año 600 después de Ford, aproximadamente, el avance de la cienciaparece haber logrado la estabilidad social y que todos seamos felices. Pero para ser felices es necesaria una condición sine qua non: aceptar el lugar que nos es destinado, es decir, “amar la servidumbre”.
La definición que sigue corresponde a uno de los personajes de “Un mundo feliz”, el Director de Incubación y Condicionamiento (DIC):
“-Y este –intervino el director sentenciosamente-, este es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social”.
Huxley habla de un orden que desarrollado por una ciencia manipulada se nos impone desde antes de nacer (“decantar” es la palabra que usa).
En Un mundo feliz los niños no tienenpadres ni madres. Son concebidos en tubos de ensayo y no nacen, decantan. Ya desde su existencia como embriones son condicionados para ocupar una determinada casta, desde las inferiores hasta las más elevadas. Y ese condicionamiento se prolonga más allá de su “decantación” (nacimiento) mediante el procedimiento de la hipnopedia y el resultado final será amar el destino para el que fue condicionado. Una servidumbre planeada para hacernos felices. Nadie es capaz de imaginarse en otro lugar, ni de otra manera, de forma que es imposible concebir otra realidad que la que nos toca. Y como todos sabemos, ojos que no ven…
No estamos ni cerca de esa sociedad imaginada por Huxley, pero hay muchas cosas de hoy que se parecen. Desde Althusser a Foucault,todo el libro podría encontrar un parangón en los moldes de los aparatos ideológicos o en las productivas prácticas de las técnicas disciplinarias. De todas formas, y como digresión, Huxley les lleva la delantera en más 50 años.
Sin embargo, podemos dedicar unos párrafos a nuestro orden. No con el propósito de desarrollar una teoría del poder y sus tácticas de reproducción,pero al menos para mirarlo descorazonadamente, como a cierta distancia, como si fuera ajeno, aunque sabemos que no lo es.
Pensemos en la sentencia del Director de Incubamiento y Condicionamiento (DIC): “lograr que la gente ame su inevitable destino social”. No remite en absoluto a la felicidad. Mirándola a trasluz, más bien remite a una resignación basada en la ignorancia, en el desconocimiento de las posibilidades o en el reconocimiento a una única posibilidad personal.
“Si Dios quiere”. Esa es una frase que pronunciamos con frecuencia. Hasta los no creyentes, muchas veces, mecánicamente recurren a esas palabras. Pero por más maquinal que sea su pronunciación, anuncia siglos de domesticación y resignación frente al destino que enfrentó la humanidad cristiana y occidental. Lo que Dios quiere para mí, es mi manera de ser feliz, es mi amor a mi servidumbre, la cruz de mi resignación.
Las enfermedades eran producto del enojo de Dios. Las pestes se curaban con rezos. En muchas comunidades del interior de la Argentina aún se cree en las virtudes protectoras contra los terremotos de El señor del Milagro y cada año más de un millón de personas peregrinan a la ciudad de Salta,en el Norte Argentino, para participar de su veneración.
“La educación es la mejor herencia que puedo dejarte”, le dice el padre a su hijo. Es decir, tu domesticación y adaptación es lo mejor que puedo hacer por vos para evitar que tengas problemas con la autoridad y puedas sobrevivir en un mundo en el que las decisiones se podrán ejecutar ‘si Dios quiere’”.
Puede sonar exagerado, pero parece a primera vista que el margen que se deja al ser humano para ejercer su libre albedrio es escaso.
Domesticado, educado, resignado. Y para colmo de males rodeado de hechos de violencia que en los manuales solo aparecen como hechos históricos, ajenos, ocurridos en otro tiempo, en otro lugar, a otras personas. No es un mundo feliz.
Domesticados, educados, resignados, los reyes de la creación, dominamos racionalmente. Ocupamos el planeta hasta donde no debería ser ocupado. Degradamos el agua. Exterminamos especies. Aniquilamos bosques. Contaminamos el aire. Todo racionalmente.
¿Dónde está ese instinto animal propio de nuestra especie? ¿Dónde está lo que nos hace inhumanos, es decir lo que nos integra en la humanidad de ser lo que somos? Somos racionales, pero también irracionales, somos cuerpo y alma, humanidad y animalidad. Amables y crueles. Podemos amar y odiar e increíblemente podemos hacerlo casi al mismo tiempo.
¿En qué parte de nuestro “orden” esta visible la violencia que también somos?
Vuelvo a Huxley, en Música en la noche y a su ensayo Al puritano todo se le antoja impuro:
“El hombre es un animal que piensa. Para ser un hombre de primera categoría, es preciso ser un animal de primera categoría y un pensador de primera fila. (A la sazón, no podrá ser un pensador de primera fila, al menos en lo tocante a los asuntos humanos, si no es también un animal de primera categoría.) Ya desde los tiempos de Platón ha existido una acusada tendencia a exaltar el pensamiento,lo espiritual, a expensas de lo animal. El cristianismo vino a confirmar el pensamiento platónico; ahora a su vez, lo que podríamos llamar “fordismo”, o la filosofía del industrialismo, confirma –bien que con importantes modificaciones- las doctrinas espiritualizantes del cristianismo. El “fordismo” exige que sacrifiquemos la parte animal del hombre (y, con ella, grandes porciones del hombre pensante y espiritual) no a Dios, sino a la Maquina. No hay lugar para los animales en la fábrica, ni en esa fábrica de dimensiones mucho mayores que es nuestro moderno mundo industrializado; tampoco lo hay para los artistas, los místicos y, a la postre, para los propios individuos. De todas las religiones ascéticas, el “fordismo” es la que exige las mutilaciones más crueles de la psique humana: exige las mutilaciones más crueles y propone a cambio las mejores recompensas espirituales. Si se practica rigurosamente por espacio de unas cuantas generaciones, esta temible religión de la máquina terminará por destruir la raza humana.”
La razón exacerbada, lo que nos distingue desde que Aristóteles nos definió, lo que nos hace los reyes de la creación, el pensamiento, puede ser nuestro asesino, simplemente por anular nuestra identidad animal, nuestro espacio instintivo: por negar nuestra esencialidad de violencia. Así de paradojal es la naturaleza humana. Negamos lo que nos mata, y al negarlo nos estamos matando.
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4
El lenguaje nos engaña. Nos miente. La palabra nos esconde la realidad. La disfraza, la tamiza, puede oscurecerla o encandilarnos, pero sobre todo nos distorsiona la comprensión de la realidad. La violencia se esconde tras la razón y el lenguaje es su principal cómplice, su socio entrañable. Claro, no tenemos otra manera de designar a lo que nos rodea. Pero estaremos de acuerdo con que toda narración obedece a un orden de ponderación, ya sea por parte de quien narra, como por parte de quien escucha, lee o mira. Sería más sencillo decir que todo relato es ideológico, pero ello me resulta tan evidente que prefiero ir más allá, en busca de elementos más sencillos, más elementales, que para advertirlos no requieran de un alto nivel intelectual ni de una reflexión demasiado profunda, sino tan solo de paciencia para observar.
Unas cuantas líneas más arriba plantee que vivimos de eufemismo en eufemismo. Las cosas por su nombre. De acuerdo con la Real Academia Española un eufemismo es “una manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Y hasta esta definición termina por parecerme eufemística.
El desbarrancadero, de Fernando Vallejo, novela citada en las primeras páginas de este ensayo, es el relato en primera persona de su personaje a su psiquiatra. Por lo tanto, descarnado, brutalmente honesto, es humanidad en carne viva, verbalmente violento desde el principio. Describe sus relaciones familiares, las muertes de sus hermanos, de su padre, la relación con el SIDA, la homosexualidad, entre tantas situaciones.
En un momento de su exposición se refiere al poder de las palabras:
“Es muy fácil, doctor, estar loco y que los demás se jodan. Y si no véame a mí aquí ahora, hablando, desbarrando, abusando y usted oyendo. Es que yo creo en el poder liberador de la palabra. Pero también creo en su poder de destrucción pues así como hay palabras liberadoras, también las hay destructoras, palabras que yo llamaría irremediables porque aunque parezca que se las lleva el viento, una vez pronunciadas ya no hay remedio como no lo hay cuando le pegan a uno una puñalada en el corazón buscándole el centro del alma”.
Hay palabras liberadoras y hay palabras destructoras. Hay palabras que iluminan, que nos hacen ver, que nos revelan y otras que nos engañan, nos perturban.
Veamos otro párrafo, en este caso de la novela de Frank McCourt “Las cenizas de Ángela” que me resulta, además de simpático, tan claro y expresivo como el de Fernando Vallejo.
Se trata de la mirada de un niño que, por supuesto, es mucho más limpia que la que podemos tener nosotros.
Frank, de escasos 11 años, lee en la biblioteca La vida de los santos.
“Hay relatos sobre vírgenes, mártires, vírgenes y mártires y son peores que cualquier película de terror que pongan en el cine Lyric.
Tengo que consultar el diccionario para enterarme de qué es una virgen. Sé que la Madre de Dios es la Virgen María, y que la llaman así porque no tuvo marido en toda regla, solo al pobre viejo San José. En las Vidas de los santos las vírgenes siempre se están metiendo en líos, y yo no sé por qué. El diccionario dice: Virgen: mujer (generalmente joven) que está y se mantiene en estado de castidad inviolada.
Ahora tengo que mirar “castidad” e “inviolada” y lo único que saco en limpio es que “inviolada” significa “no violada” y que “castidad” significa “libre de trato carnal ilícito”. Ahora tengo que mirar “trato carnal”, que me remite a “miembro viril”, que me remite a “pene”, el órgano de copulación de cualquier animal macho. “Copulación” me remite a “copula”, que es “la unión de los sexos en el acto de la generación”, y yo no sé qué significa eso y estoy muy cansado de ir de una palabra a otra en este grueso diccionario que me obliga a una búsqueda inútil de tal palabra a tal otra, y todo porque los que han escrito este diccionario no querían que la gente como yo se enterase de nada”.
El pequeño Frank, que no es otro que Frank McCourt, lo dice con total claridad en la última línea: “los que han escrito este diccionario no querían que la gente como yo se enterase de nada”.
Las palabras que nos mienten son palabras destructoras.
Imaginémonos a nosotros mismos, con la ingenuidad y la franqueza de un niño, buscando los significados de lo que nos rodea, hurgando con las uñas de la curiosidad hasta comprender desde la raíz. Hasta entender más allá de lo racional, es decir comprender casi estomacalmente, haciéndonos dueños de lo entendido. Yendo a todos los por qué, a todos los significados. Tendríamos que admitir como Frank que no quieren que nos enterásemos de nada. En realidad, hay un orden previsto de la realidad que es la manera correcta de entender, como lo hace todo el mundo. Recordemos Un Mundo Feliz, de Huxley: “La heterodoxia amenaza algo mucho más importante que la vida de un individuo: amenaza a la sociedad”.
Entiendo que todos somos conscientes de que el lenguaje nos uniforma y nos talla y nos esculpe (no siempre como a una obra de arte) y nos da a todos el mismo prisma para leer, observar, mirar y entender la realidad, confirmando por la inversa aquella cuarteta ya legendaria de don Ramón y Campoosorio: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todos es según el color, del cristal con que se mira”. Este escritor y pensador español refutaba con estos versos las posiciones intelectuales, filosóficas, religiosas o políticas que pretendían tener alcance universal. La circunstancia hoy es que todos tenemos los lentes del mismo color porque, recordemos a Huxley, la heterodoxia amenaza a la sociedad.
Hay un proverbio japonés que dice: “El clavo que asoma se lleva un mazazo”. Con el martillo sobre la cabeza entonces podríamos preguntarnos ¿qué es el libre albedrío? Aun a riesgo de que ser tomado por pesimista no tengo dudas: el libre albedrío es lisa y llanamente obediencia.
Aun en el sentido religioso, por lo menos católico, estamos dotados del tan mentado y aparentemente prometedor libre albedrio para elegir cómo actuar. Pero, para decirlo de manera que lo entienda hasta el pequeño Frank de Las cenizas de Ángela: ¿Qué ocurre si no actuamos como Dios manda? Ahí están las hogueras del Infierno y su anfitrión, sentado con su tridente sobre una brasa incandescente, esperando nuestra llegada. Claro, podríamos confesarnos, pero por qué deberíamos hacerlo, si al fin y al cabo hemos actuado de acuerdo con esa potestad que el mismo Creador nos dio: el libre albedrío.
De hecho, Adán no tenía libre albedrio, por lo visto.
Clarence Wilmot, el personaje de las primeras páginas de La Belleza de los Lirios,de John Updike, es un pastor al que la fe se le evapora como alcohol y reflexiona sobre nuestra supuesta libertad de acción: “(…) (¿cómo puede el hombre tener libre albedrío sin inmiscuirse en la perfecta libertad de Dios?; ¿cómo puede Dios condenar al hombre cuando todas las acciones, de la alfa a la omega, son Suyas?) (…)”.
Debo aclarar que no escribo desde el ateísmo que en la novela de Updike atormenta al pastor Wilmot,ni tampoco desde el agnosticismo. Soy creyente, aun cuando no estoy seguro si este Dios es tan amoroso. Creo, a pesar de que sospecho que Dios es cruel y violento y, para colmo, ha creado criaturas desobedientes como nosotros los humanos, a su imagen y semejanza.
Creo a pesar de que admito que todas las guerras, pestes y tragedias de la humanidad son misericordiosas comparadas con la amenaza divina de la condena eterna.
A otro personaje de La belleza de los lirios, el señor Orr, a quien Updike describe como un “(…) un obrero manual (acarreó capachos de albañil, manejó cajas para tenderos, cobró por echar una mano a quienes tenían suficiente cabeza para ser comerciantes o empresarios) pero no logró jamás la comodidad de un hogar, una esposa, una familia. (…)”, se encuentra postrado y próximo a la muerte, y el tema de la condena divina lo atormenta:
“– Mis padres me criaron en la creencia de la condenación. Eran personas piadosas, del condado de Sussex. Están los elegidos y los otros, los condenados. ¿Cómo es posible que uno se salve si no puede ser condenado? Respóndame a eso. Forma parte de la ecuación. No puede existir el bien sin el mal, y por eso existe el mal. Así lo creían mis padres, personas piadosas, buena gente, perdieron su granja de cerdos a manos de los bancos cuando se produjo la oleada de pánico de 1873, y desde entonces nunca pudieron levantar cabeza. Cada noche antes de la cena, cantábamos un himno. El día ha terminado, la noche se acerca. Esa clase de cosas. Así pues, dígame, reverendo Wilmot, ¿en qué falla mi razonamiento?”
Dejemos de lado la religión, si es que es posible. Por lo menos hagamos el esfuerzo.
“Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos tal como los ven sus amigos”, dice Sartre en La náusea.
Así de alguna manera nos vemos todos iguales. Y ser igual en este orden en el que vivimos es simplemente comportarnos, reaccionar, consumir, decir, hacer, anhelar, desear, en fin, vivir del modo en que está previsto o prescripto. De lo contrario, allí está el Infierno, o mejor dicho, el afuera, la marginalidad.
Ser igual, es ser racional. Es vestirse con la definición de animal pensante (¿cómo es posible que sea válida aun una definición que tiene ya más de 23 siglos?) y salir a la calle a disfrutar de nuestro reinado en la creación, sin preguntarnos si es verdadero o falso.
De todas formas hoy estamos asistiendo a un fenómeno atractivo. La marginalidad cada día crece más y ésta va creando su propio orden, con sus propios códigos de previsibilidad y prescripción de conductas. Pero eso debería ser tema de otro ensayo.
En párrafos anteriores mencione lo “inhumano”. “Falto de humanidad”, dice la Real Academia. Aquello que carece de humanidad ¿está fuera de la esfera de lo humano?
¿Hitler no era humano?
¿Calígula no era humano?
¿Atila no era humano?
Los integrantes del Ku Kux Klan ¿no eran humanos?
¿Quiénes estrellaron sendos aviones contra las torres gemelas, no eran humanos?
¿Los que produjeron el atentado con gas sarín en el metro de Tokio?
¿Y los generales de la guerra, de cualquier guerra?
¿Y los capitalistas que financian las guerras?
¿Y los artífices del genocidio armenio, qué eran?
¿No eran humanos los generales, coroneles, mayores, capitanes, etcétera,del Proceso de Reorganización Nacional de Argentina?
¿Los hutu de Ruanda?
¿Qué clase de seres extraterrestres cometieron el genocidio de Bosnia?
¿El violador no es humano? ¿El asesino tampoco?
¡Si! ¡Son humanos!
Pero es más fácil desterrarlos de la especie calificándolos de inhumanos que admitir que hemos estado definiendo erróneamente la calidad de humano.
No pude evitar buscar en el diccionario la palabra “Humanidad”. “Sensibilidad, compasión de las desgracias de otra persona”, dice una de las definiciones. Otra dice “género humano”. Es evidente que la contradicción es humana.
¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. ¿Y qué?
(Yo soy inmenso, contengo multitudes)
Walt Whitman –Fragmento de Hojas de Hierba-
Le quitamos calidad humana al genocida, al torturador, al asesino, al dictador. Pero el humano es esa multitud de la que habla Whitman.
Montaigne, menos poético, fue más dramático: “Somos el doble dentro nuestro. Lo que creemos lo descreemos y no podemos deshacernos de lo que condenamos”.
A las acciones más espantosas las calificamos de demenciales, de locura. Y de esa manera las alejamos de “lo humano”, las colocamos como en vitrina, como fenómenos excepcionales, ajenos a la especie. Son anticristos. Y luego las transformamos en un libro de historia que nos explica las razones económicas de la primera Guerra Mundial, la Segunda, los intereses soviéticos o estadounidenses en Vietnam o Irak o Afganistán. Los terroristas son locos fundamentalistas que se inmolan por un paraíso. Y todos esos actos aberrantes se transforman en excepciones. Y las aceptamos como tales. Sin advertir que se repiten casi a diario. ¿Por qué?
Es inevitable, hay que volver a los eufemismos. Cuando los medios de comunicación califican a un acontecimiento violento de demencial, un acto de locura, en realidad (conscientemente o no) lo están separando, seccionando de lo humano, más allá de que la locura es evidentemente humana. A los dementes se los encierra. No se los ve. Es lo contrario de la razón, está en las antípodas de lo que somos. De acuerdo con el relato prescriptivo de nuestro modo de ser, somos racionales. Los locos, no.
Los relatos también son eufemísticos. He leído una decena de libros sobre la violencia en la Edad Media. Muchos señalando que aquel tiempo fue mucho más violento que nuestro tiempo. Otros denunciando precisamente lo contrario.
Las Eras no son más o menos violentas, son los humanos. Y el humano siempre fue violento. Ni un poco más ni un poco menos.
¿Cómo se mide la magnitud de la violencia?
¿La Guerra de Malvinas fue menos violenta que la Guerra de los Seis Días? ¿La Primera Guerra menos violenta que la Segunda? (si es que podemos hablar de Primera y Segunda Guerra). ¿El holocausto menos violento que el genocidio tutsi o el armenio?
Todavía existe una vergonzante polémica en Argentina a propósito de los desaparecidos. Los organismos de derechos humanos concluyeron, una vez finalizada la dictadura que se extendió entre 1976 y 1983, que 30 mil personas fueron secuestradas y asesinadas. Durante ese periodo también se sucedieron incontables cosas de tortura,robo de niños nacidos en cautiverio, violaciones y demás actos de los que solo el humano es capaz. 30 mil desaparecidos.
Los defensores del régimen militar, en cambio, dieron su versión. Para ellos solo fueron…9 mil. ¡Solo 9 mil!
Los relatos también esconden la violencia. Hay un muy interesante ensayo de Byung Chul Han –Topología de la Violencia-. En su Introducción se refiere a la violencia como algo “proteico”. “Su forma de aparición varía según la constelación social. En la actualidad muta de visible a invisible”. En realidad está haciendo referencia a una sociedad de la obediencia, en la que las presiones que someten a las personas son externas por lo tanto las formas de violencia son visibles, frente a una sociedad del rendimiento (la nuestra actual) en dónde las presiones son internas, por lo tanto si no invisibles, menos visibles.
Creo que las formas de violencia siempre fueron invisibles. Son los relatos los que la ocultan. Y somos los humanos que aceptamos esos relatos los que contribuimos, cómplices la mayoría de las veces inconscientes,a la eficiencia del hechizo del ocultamiento.
La Inquisición mandaba personas a la hoguera, pero eran brujos, o herejes. Ese era el relato. La conquista de América aniquiló a los pueblos originarios. Pero es que no se convertían a la fe correcta. Ese era el relato. Unos pueblos de la antigüedad contra otros pueblos de la antigüedad. Pero es que no creen en nuestros dioses. Ese era el relato. Y se lo aceptaba. Y después de tantas decenas de miles de año, lejos de reflexionar sobre la repetición de los actos de violencia, solo los hemos convertido en libros de historia.
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5
“Ellos”. “Nosotros”.
Los Terroristas. Las Victimas.
Dicotomías del relato para hablar de la violencia. Trampas del lenguaje para salvaguardar el orden racional.
De un lado, de este lado del orden, nosotros, los buenos, las víctimas, los cuerdos. Del otro, ellos, los criminales, terroristas, asesinos, dementes.
Visto desde el otro lado del orden, nosotros somos sus “ellos”: somos los criminales, terroristas, asesinos, dementes. Y ellos las víctimas, los cuerdos, los buenos.
La misma Alemania pre nazi había desviado la mirada ante la decidida marcha de violencia de las camisas pardas de las SA hitlerianas. En 1931, el abogado Hans Litten, expuso ante la opinión pública de la agonizante República de Weimar, durante el juicio por el ataque del Palacio Edén, la verdadera estrategia política de Hitler: atropellos y muerte.
Hagamos una breve reseña de los hechos. En noviembre de 1930 un comando paramilitar de camisas pardas –las despiadadas SA de Adolf Hitler- conocido comoComando de la muerte 33 irrumpe en una reunión de militantes de partidos de izquierda de aquel Berlín pobre, desempleado y violento y en el que las armas de la Primera Guerra Mundial se conseguían por pocos marcos. El encuentro se realizaba en el Eden Palace Hotel. De acuerdo con la historia los nazis ingresaron disparando a mansalva e hirieron a tiros a Willi Köhler, de 21 años; Norbert Budzinski, de 20, y Walter Braun, de 24. Durante el juicio que terminó condenando a dos años de cárcel a tres pistoleros -Konrad Stief, Max Liebscher y Albert Berlich-, Hitler fue citado por Litten como testigo.
El führer compareció entonces en calidad de testigo el 8 de mayo de 1931. La sagacidad y el coraje de Litten pusieron al descubierto que la práctica sistemática de la violencia era la herramienta política más importante de los nacionalsocialistas. Y pese a que la personalidad, ideología y métodos del luego canciller alemán, fueron expuestos a la luz, losnacionalsocialistas obtenían casi el 44 por ciento de los votos en las elecciones parlamentarias del 5 de mayo de 1933.
Un dato: en las elecciones de septiembre de 1930 (unos meses antes del ataque al Palacio Eden) Hitler había obtenido poco más de 6 millones de votos. Dos años después de su declaración en el juicio de marras, en las elecciones de 1933, ¡sacará 11 millones!
Buena parte de la sociedad miró para otro lado. Y peor aún, la clase política de la desfalleciente República de Weimar, comenzó a coquetear con Hitler. Por eso terminaron nombrándolo canciller.
¿Hitler era “ellos”? ¿Era el “demente”? ¿Una suerte de “anticristo”, como llegó a decirse años después? Para la lógica del orden vigente, el que pretende explicarnos con racionalidad (una racionalidad imposible de sostener porque no logra explicar nada, sino tan solo imponer una interpretación de la historia) el mundo en el que vivimos, sí. Pero íntimamente, humanamente, todos sabemos que la respuesta es todo lo contrario. Podemos negarle la naturaleza humana a Hitler, pero la tenía. Sabemos cuál es la respuesta a la supuesta inhumanidad demencial del canciller alemán,pero vale la pena exponerla con claridad: No, Hitler era humano.
No era un “ellos”. Era un “nuestro”. Uno de nosotros. Aunque disguste, una parte nuestra puede mirarse en Hitler como en un espejo. Era como nosotros. Habrá acariciado a Eva Braun, enamorado. Se habrá conmovido o llorado alguna vez. Quizá haya reído. Probablemente haya tenido algún gesto de gratitud, de solidaridad, algún gesto amable, afectuoso.
¿Molesta, no? Pero es que era humano. Nada más lejos de estas líneas que hacer una defensa de Hitler. Que quede claro. Nada más lejano en mi intención. Pero sí tengo toda la intención de humanizarlo, de que lo veamos como lo que era: un humano. Otro más. No era el “anticristo”. No estaba fuera de la especie.
Alguien, probablemente, podrá plantear la excepcionalidad de un sujeto como él. Pero, ¿puede argumentarse seriamente esa excepcionalidad? ¿Hubo un solo Hitler? Hagamosmemoria, por favor. Y por otra parte, su plan de acuerdos políticos, sus alianzas, sus promesas, sus traiciones, ¿no son acaso el modelo del político moderno? Quizá sea tema de otro ensayo.
Y ahora, permitámonos una pequeña digresión para no dejar en el olvido a Hans Litten. Una vez designado canciller, y tras la quema del Reichstag –el 19 de febrero de 1933-, Hitler culpa a los comunistas y habilita mediante un decreto cualquier tipo de acción tendiente a su eliminación. En una de las tantas redadas la policía detiene a Litten y este es trasladado a una dependencia de Alexanderplatz. Pocos días después Litten es entregado a las SA(grupo decamisas pardas al que respondían los sujetos que el abogado había hecho condenar). Argumentan que lo tienen bajo un régimen de “custodia preventiva” con el fin de protegerlo ante la posibilidad de que en libertad pudiera ser víctima de partidarios violentos del führer. Tanto celo en protegerlo termina con el traslado de Litten a los campos de concentración de Sonnenburg, Lichtenburg, y finalmente Dachau.
A salvo de la violencia en libertad es sometido a torturas, castigos y, por supuesto, brutales palizas que prácticamente lo dejan ciego.
(La televisión esta de fondo mientras escribo esto y de pronto, mi atención se aleja de Litten y los campos de concentración. Una voz neutra anuncia en la CNN en español que Trump atacó una base aérea en Siria, lanzando más de 50 misiles y los rusos califican la actitud norteamericana como una agresión y comparan la acción de EE.UU. con el ataque a Iraq en el 2003. Sigo prestando atención a lo que dice la tele y cambio de canal. Pongo la DW. Atentado en Estocolmo, Suecia. Un camión arrolla a una multitud: 4 muertos y 15 heridos por ahora. Las autoridades dicen que todo indica que se trata de un atentado. No quiero olvidarme de Litten.)
De acuerdo con el documental Hitler on Trial, para celebrar un cumpleaños del líder nazi, los SS a cargo del campo les exigen a los prisioneros una representación para homenajear al führer. Litten hace lo suyo y recita un viejo poema:
Los pensamientos son libres
Los pensamientos son libres,
¿Quién los puede apresar?
Vuelan más allá
como sombras nocturnas.
Ningún ser humano puede conocerlos,
ningún cazador puede dispararles,
ellos se quedan allí:
¡Los pensamientos son libres!
Yo pienso lo que quiero
y lo que me hace feliz.
Todo en silencio
y como venga.
A mis deseos y experiencias
no me los pueden quitar,
quedan allí:
¡Los pensamientos son libres!
Aunque me encierren
en un calabozo oscuro,
siguen siendo inmortales obras
porque mis pensamientos
destrozan las barreras
y a los muros en dos parten:
¡Los pensamientos son libres!
Ahora tampoco quiero
atarme por el amor
ni quiero encadenarme tampoco.
Se puede reír y bromear desde el corazón
Y pensar entonces que:
¡Los pensamientos son libres!
El campo de concentración de Dachau lo recibe en 1937 y ahí pierde su condición de preso político ya que es obligado a llevar la estrella de David en el uniforme. En mayo de 1938, más precisamente el 5 de mayo, va a ser sometido a un nuevo interrogatorio. ¿De qué podían interrogar a un hombre casi ciego que llevaba ya años incomunicado del mundo? En realidad era el pretexto para someterlo a una nueva sesión de golpes y humillaciones. Esa noche, Litten, se cuelga y se hace libre como sus pensamientos.
Volvamos al lenguaje y a su notable capacidad para incorporar la violencia a lo cotidiano y hacerla digerible, diaria, común, vulgar,hasta que ya no puede digerirse y, entonces, la vomitamos. La expulsamos. La transformamos en “ellos”.
No es un pensamiento original ni nuevo. Lo afirmaba Roland Barthes y lo comparto. El lenguaje es fascista, autoritario. Y no tanto por lo que impide decir, sino más bien por lo que obliga a decir. Y a nosotros nos ha obligado a decir “ellos”, desterrándolos de nuestro “nosotros”.
Pero ese “ellos” es solo en tanto y en cuanto lo que hayan hecho no podamos digerirlo. Es decir, en tanto la razón no pueda convertirla en “relato”. Es probable que el bombardeo decidido por Donald Trump a la base Siria y que interrumpió mi escritura sobre Litten, logre integrarse en un relato racional que lo explique, lo “ordene”, y lo haga comestible. Por el contrario, estimo que difícilmente el atentado con el camión en las calles de Estocolmo logre superar esa barrera: ahí habrá un “ellos”, los locos, inhumanos. Pero el camionero asesino de Estocolmo y Trump son humanos.
Inclusive cada SS que pateo las costillas de un prisionero caído o cada SA que golpeó hasta el hartazgo la carne deshecha de un opositor.
Detesto decirlo, pero Hitler y Litten, también. Ambos eran humanos. Es aterrador, pero eran iguales en su esencia y su naturaleza humana.
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6
“Han enloquecido; matarían al Dios que los creo. Ningún ser racional hace eso. Cristo no murió en la cruz para limpiar a los hombres de sus pecados; fue crucificado porque estaban locos; veían lo mismo que yo veo ahora. El paisaje de la locura.
Creen estar haciendo lo correcto.”
(La invasión divina. Philip. K. Dick)
Nací en abril de 1962. Y como bien manda Aristóteles, ya que no soy ni bestia ni dios, nací rodeado de seres humanos. Podría decir sin demasiados rodeos que nací, como todos, rodeado de delitos. Femicidios. Secuestros. Filicidios. Pequeños robos. Asesinatos resueltos. Asesinatos sin resolver. Violaciones. Abandonos de personas. En la casa de al lado de mi casa. En la otra cuadra de mi casa. A dos cuadras, en mi barrio, en mi ciudad…
Haga el ejercicio… ¿Cuántos delitos rodearon su vida desde que abrió los ojos al mundo?
Preguntémosle a las personas que conocemos si recuerdan un mes de su vida sin que se haya cometido un delito.
Vivimos en medio de una violencia cotidiana que se nos fue presentando a lo largo de años en pequeñas y crecientes dosis. Pequeños actos de violencia pero actos de violencia al fin. Algunos ni siquiera son noticia (de hecho, el criterio periodístico cada vez le exige a los hechos una mayor dosis de violencia para ser considerado una noticia). Incorporamos con la misma facilidad con que respiramos o comemos, una infinita variedad de violencias diarias que no merecen la producción de un documental, que ni siquiera tienen mención en los diarios. Snacks de violencia. Tentempiés de violencia. Inoculaciones diminutas y diarias de dosis de violencia. Como un calendario de vacunación anual que finalmente parece inmunizarnos contra la capacidad de reacción frente a cada hecho violento. Por supuesto, hay acontecimientos que todavía nos conmueven. Pero es simplemente por el hecho de que no hemos recibido aún la cuota adecuada que nos inmunice. Si seguimos por este rumbo, ya llegará.
Vacunados y contenidos en la racionalidad, la violencia es ajena. Es el otro. Pero para el otro, el otro soy yo. Porque, admitámoslo de una vez, el otro soy yo. No solo no soy sin el otro. Soy él. Somos nosotros. No hay otros. Hay un nosotros como género. Y dentro de ese género somos genios, talentosos, hábiles, inteligentes, nobles, leales, buenos, sinceros. Pero también somos idiotas, inútiles, torpes, desleales, traidores, deshonestos, malvados.
Somos la razón, y la locura. Somos racionales e instintivos. Somos las víctimas y los victimarios.
No hay malestar de la cultura al que culpar. Nosotros somos la cultura, la hacemos a nuestra imagen y semejanza. ¿Violenta? ¿Consumista? ¿Discriminadora? ¿Acusadora? ¿Esclarecedora? ¿Bella? ¿Tolerante? ¿Asesina? ¿Exterminadora? ¿Alienante? ¿Excluyente? ¿Esperanzadora? ¿Optimista? ¿Racista? Si. Si a todo.
Violenta, consumista, discriminadora, acusadora, esclarecedora, bella, tolerante, asesina, exterminadora, alienante, excluyente, esperanzadora, optimista, racista. Y todos los adjetivos que le quepan a los humanos.
Somos una bellísima aberración, una lógica contradicción capaz de asesinar y de amar. Capaz de procrearse y de exterminar. Capaz de negar la paz y de añorarla, de admirar la belleza y de romperla a martillazos, de elevar una oración por el prójimo y de bombardear las ciudades del prójimo.
“Me había dormido meditando en el ser y el parecer, contándole los travesaños al andamiaje inmenso de la hipocresía y la mentira sobre la que se ha construido la vida humana. Pero tuve un sueño hermoso. Soñé que estaba en Colombia y que me habían dado un puestico en el Ministerio de Relaciones Exteriores y que les abría un boquete del tamaño de un camión por el que les metía a los Estados Unidos un camionado de coca. La coca, apocope de cocaína, es un polvito blanco, sutil, que se nos va por la nariz a acariciar el cerebro, y que pese a su sutileza da más que el café. El café es una maleza, una roya, una broca, la tumba de las ilusiones, y si no me cree, cultívelo a ver. Ayudado por la burocracia, esta roña se cagó en Colombia. Maldito el que lo trajo. Y su madre. Y de paso España y la religión católica. Y enmalezado hasta la coronilla, haciéndoseme agua la nariz por ese polvito travieso que se escapaba por las rendijas del camión, he aquí que suena el teléfono y me despierta (…)”, relata Fernando Vallejo en otro párrafo de El desbarrancadero.
La razón es hipócrita. “La sempiterna razón es de hecho tierra quemada”, dice Amos Oz a través de uno de sus personajes en la ya citada novela Judas. Es la peste de la frase de Camus. Por eso nos exige honestidad. Nos escondió la violencia. Nos hizo cielo el infierno. Miramos al humano y no lo vemos. Apenas está a la vista nuestro camuflaje.
No somos esencialmente buenos. No somos esencialmente malos. No somos el lobo del hombre, pero tenemos la capacidad de serlo. Y a veces lo fuimos, y así como lo fuimos,lo somos y lo seremos.
No somos animales racionales. Somos animales. ¿Racionales? Si. ¿Irracionales? También. ¿Solo nosotros? No creo que haya un solo científico que pueda demostrar la incapacidad de razonar de una cucaracha. Desde ya, yo tampoco puedo demostrar la capacidad de raciocinio del pobre insecto. Pero vivimos en el orden de la negación, de manera que si no puedo demostrarlo, no existe; si no se ajusta a la normalidad arbitrariamente acordada, no es normal. Ergo, la cucaracha no razona. Vistos como nos vemos somos humanos. Vistos como nos vemos, como nos reflejamos en nuestro espejo de razón y normalidad, somos “los reyes de la creación”.Sin embargo, vistos desde la inmensidad de la creación, en el marco del universo en el que existimos, apenas somos bacterias inteligentes capaces de imaginar el mal. Y por supuesto, de pensar el bien. Esto debería hacernos reflexionar sobre la inteligencia del resto de los seres vivos…
Sin embargo, dejando de lado las habilidades intelectuales de las cucarachas, deberíamos preocuparnos por el hecho de que esa capacidad de raciocinio que nos adjudicamos con exclusividad, haya negado desde nuestros orígenes el resto de nuestras características esenciales.
Porque negarlas no las elimina. Simplemente las reprime. Las oculta. Pero están. Como las raíces de una planta demasiado grande para una maceta demasiado pequeña: apretadas, promiscuas, sin forma, dolorosamente enredadas se confunden unas con otras, conteniéndose para no estallar en un grito que las devuelva a la luz.
Otra vez Vallejo y El desbarrancadero: “Se nos han ido pasando los días, los años, la vida tan atropelladamente como ese río de Medellín que convirtieron en alcantarilla para que arrastrara entre remolinos de rabia, en sus aguas sucias, en vez de las sabaletas resplandecientes de antaño, mierda, mierda y más mierda hacia el mar.”
La razón entubó el río vertiginoso de nuestra naturaleza. Y no nos permitió volver a verlo. Pero está. Existe. Reprimido. Y aun reprimido, encorsetado, está. Corre en nuestra esencia. Y cada tanto aflora. Estalla. Ante la más mínima grieta en el dique de la racionalidad, la violencia irrumpe.
Los polémicos experimentos sobre la autoridad y la obediencia realizados en la década del 60 por el psicólogo Stanley Milgram son una evidencia de como nuestro nervio de violencia se activa ante la más pequeña e inesperada oportunidad.
Una breve y ligera referencia para quienes no lo conocen. Milgram realiza esta experiencia para medir la disposición de una persona para obedecer las órdenes de una autoridad, aun cuando estas órdenes pudieran entrar en conflicto con su conciencia.
Requería de una persona designada como el maestro y otra que haría las veces del aprendiz.
Se le daba al aprendiz una lista de pares de palabras a memorizar y luego el maestro debía pronunciar una de esas palabras y el aprendiz asociarla con la palabra correcta. A cada respuesta incorrecta, el maestro aplicaría al alumno una descarga eléctrica que aumentaba a medida que se sucedían las respuestas equivocadas.
Es necesario aclarar que el aprendiz era cómplice de la prueba y que no recibía ninguna descarga eléctrica sino que fingía mientras que el maestro ignoraba esta circunstancia.
A medida que avanzaba la prueba, el maestro subía el voltaje de cada descarga y escuchaba los gritos del alumno al recibir el castigo, gritos fingidos, por cierto, pero que para el maestro eran reales.
En algunos casos las personas designadas como maestros intentaron detenerse y no continuar con la experiencia. En ese caso aparecía el científico a cargo del experimento (en este caso la autoridad) que los instaba a proseguir.
¿Los resultados? El 65 por ciento de los sujetos que participaron como maestros administraron el castigo máximo a sus alumnos: 450 voltios. Ningún participante se detuvo en el nivel de 300 voltios, que era el límite en el que los “alumnos” dejaban de dar señales de vida.
Unos meses después de iniciado el experimento Adolf Eichmann fue juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalem por crímenes contra la humanidad cometidos por el régimen nazi en Alemania. La pregunta que se planteaba era si Eichmann pudo haber hecho lo que hizo, simplemente siguiendo órdenes.
Mi pregunta en cambio, es ¿por qué obedecemos, aun a sabiendas que estamos matando?
Oz nos ofrece con lucidez e imaginación una tentativa de respuesta: “La crueldad, señoras y señores, es la maldición de la humanidad. No fuimos expulsados del paraíso por culpa de la manzana, al diablo la manzana, a quién le importa una manzana más o una manzana menos, no fuimos expulsados del paraíso por culpa de ninguna estúpida manzana, fuimos expulsados de allí solo por culpa de la crueldad. Hasta el día de hoy todos somos expulsados de un lugar a otro solo por culpa de la crueldad”.
Una aclaración necesaria, solo para que no provocar sospechas indeseables: Eichmann era un asesino sin lugar a dudas. Y sin lugar a dudas, también era humano. Y cruel.
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7
Así como los grandes asesinos de la historia fueron catalogados de anticristos, inhumanos, locos, y en consecuencia, expulsados del paraíso de la humanidad, en los delitos cotidianos, el criminal también es desterrado. Una forma del destierro es su encierro. Foucault básico. Pero también hay un destierro en la manera en que es concebido socialmente el crimen, en la forma que adquiere el sentimiento comunitario hacia el asesino.
Pierre Lemaitre en Tres días y una vida, relata la historia de un niño de 12 años (Antoine Courtin) que en un ataque de furia mata de un golpe con un palo a otro niño de 6. En ese momento el crimen queda sin resolver.
Cuando Antoine ya tiene 24 años y vuelve a su ciudad natal (Beauval) en la que cometió el homicidio, se imagina apresado y además cómo sería visto por la sociedad:
“A la gente le encantaría esa historia, porque ante ella todo el mundo se sentiría de lo más normal. La televisión se apresuraría a pasar revista a los casos más famosos, remontándose tan atrás como lo permitieran los archivos policiales. El crimen de Beauval exorcizaría las veleidades de violencia de todo un país, la gente podría deleitarse descargando la responsabilidad de lo ocurrido sobre una única persona, con la satisfacción de ver a alguien castigado por algo que podría haberle pasado a cualquiera.
En cuestión de minutos, ascendería al firmamento de los asesinos de antología. Dejaría de existir. Ya no sería un ser humano: Antoine Courtin se convertiría en un personaje”.
La cita tiene dos aspectos a mi entender interesantes. El primero, el destierro del asesino del territorio de la humanidad al de los personajes de antología. Y el segundo: encontrar al responsable nos quita de encima la sospecha porque todos sabemos que podríamos haber cometido un crimen. En el caso de la novela de Lemaitre la sospecha se funda en el hecho de que el asesinato fue cometido en un pequeño pueblo, en el que todos se conocen.
Sin embargo parece una buena metáfora para aplicarla a la especie humana. Nos conocemos y si bien podemos aceptar que no se trata de una carga consciente, sabemos que uno de nosotros cometió el delito. Alguno de nosotros asesino a la anciana, violó a la muchacha, discriminó al negro. Sabemos que solo pudo haber sido uno de nosotros. No me refiero a una lógica jurídica, sino a una lógica de la especie. Tenemos la certeza de que no fue una cucaracha racional. Solo un humano pudo ser. Entonces la necesidad de encontrar culpables se impone y lo hace con dos sentidos. Por un lado, para poder explicar lo ocurrido (la exigencia de la razón normalizadora) y por el otro, para librarnos de la sospecha que pesa sobre cada uno de nosotros cuando se cometió un crimen (la defensa de la razón, del dominio de la razón, del cielo frente al infierno que amenaza con hacerse ver, de la estructura del entubamiento que esconde a ese río violento).
Es verdad que somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Esa es la lógica jurídica. Pero también es verdad que todos somos sospechosos hasta que encontremos al responsable. Una vez hallado, nuestra culpa decae. Necesitamos encontrar al “loco”, al “inhumano”, al “diferente”, al que “no es uno de los nuestros”, al que debemos desterrar y así dejar indemne e inmaculada a la razón humana.
No se trata de un debate sobre lo justo o lo injusto. Lo que se pretende es, simplemente, desterrar al “peligroso”, sea el mesías o el violador, sea el asesino más cruel o una muchacha de 17 años que lidera las tropas francesas durante el asedio de Orleans. Todo,en aras de conservar intacto al reinado de la razón.
En su momento, la crucifixión fue justa, tanto como la ley del Talión o apedrear a la adultera. El cadalso fue justo, la hoguera, la mazmorra, o la Ordalía. Sobran ejemplos de “lo justo” que hoy sin dudarlo podemos considerar de una injusticia abrumadora. Sin embargo, detrás de cada uno de estos plexos jurídicos, que el tiempo y la civilización fueron descartando, siempre hubo destierro del territorio de lo humano, siempre estuvo la violencia al servicio de la razón, y la razón enmascarando a la violencia. Hermanadas en esencia, violencia y razón. Otra vez, el infierno camuflado de cielo.
En El adversario, Emmanuel Carrere rememora el crimen cometido por un falso médico, Jean-Claude Romand, quién asesino a toda su familia, esposa, hijos y padres, en apariencia para ocultar 17 años de una vida de basada en la mentira. El hecho fue real. Ocurrió en 1993.
Los amigos del asesino se reúnen para tratar de comprender lo que sucedido. Y Carrere describe: “Cuando hablaban de él a horas tardías de la noche, ya no conseguían llamarle Jean-Claude. Tampoco le llamaban Romand. Estaba en alguna parte fuera de la vida, fuera de la muerte, no tenía nombre”.
Pero hay otros delitos que no son homicidios, ni secuestros, ni violaciones. No me refiero a delitos tipificados en un código penal, ni definidos en un ordenamiento jurídico, sino a esas pequeñas dosis de violencia diaria que nos inocula el simple hecho de vivir en sociedad,rodeado de violencia negada, encubierta. Violencia inoculada en proporciones tan pequeñas que no merecen el destierro de la condición humana racional, pero que nos preparan, nos entrenan para tolerarla y de paso, nos ciegan. Fernando Vallejo nos lo advierte casi de manera constante: no hay peor infierno que el que no se percibe.
Violencias diarias, como casuales, pero funcionales, que caminan a nuestro lado, con nosotros. Son sombra de nuestros cuerpos. Tinieblas tan rutinarias que si faltarán nos alarmaríamos, las extrañaríamos. Son los maltratos de cada día, en cada hecho ordinario de nuestras vidas. Son actos tan humanos que no podríamos vivir sin ellos.
Degradamos el medioambiente no solo con la polución ambiental de las grandes chimeneas de descomunales plantas fabriles. Lo degradamos diariamente cuando preferimos usar nuestro vehículo para trasladarnos unos pocos kilómetros que podríamos caminar, lo ensuciamos con basura arrojada por la ventanilla del tren, lo intoxicamos con las baterías descartables de los juguetes de nuestros hijos. Indiferentes, displicentes. Nos asesinamos, despacio.
No hablo de la contaminación que pretenden regular con convenios multilaterales los organismos internacionales, pactos que lejos de impedir la violencia contra el planeta, parecen antes que nada, ir administrando el daño.
Me refiero a cada humano, a cada uno de nosotros, Atilas del siglo 21, que por donde vamos pisando ya no volverá a crecer el pasto, ni nada.
Encerramos a los viejos, los desterramos. Los escondemos en hogares-depósitos y nos convencemos de que allí estarán mejor, con otros de su edad. Como si la edad fuera una suerte de metamorfosis kafkiana que de humanos nos convierte en otra cosa, en otra especie y en consecuencia hay que agrupar a la especie “ancianos” con los de su misma forma, arrugados, dependientes, enfermos, olvidadizos.
Los ancianos y ancianas no producen, no consumen, tardan en adaptarse a la tecnología en el hipotético caso de que alguna vez lo hagan, en algunos países después de los 70 años no tienen obligación de votar. Es decir, murieron, pero aún viven. Ocupan un lugar improductivamente. Estorban, molestan.
Estigmatizamos a los ancianos y ancianas, a los homosexuales, al drogadicto, al obeso, al que no usa ropa de moda, al que no tiene el último modelo de teléfono móvil.
Vivimos diariamente en una guerra microscópica. Tras nuestro paso la tierra queda inerte inundada de residuos y a vastos sectores de la población, los obligamos a usar una estrella amarilla en el brazo, la misma estrella que hace años discriminaba al judío, hoy señala al anciano, al homosexual, al adicto (al adicto a lo que el sistema prohíbe, por supuesto), a la mujer, al negro, al pobre, al que no consume, al extranjero… La lista no es taxativa y nunca está completa; siempre admitirá una nueva categoría.
En El museo de los sueños, de Miguel Seman, el personaje, Rodolfo, se encuentra con una antigua compañera de escuela:
“- Hace poco me acordé de vos, le dije para recuperarla.
– Sos un mentiroso.
– En serio. Alguien me hizo acordar de la señorita Sonia y enseguida me acordé del día que te ató al pupitre con una soga de saltar.
– Esa mujer me usaba para torturar varones. Un día tuve la mala idea de contárselo a un ex marido y me dijo que la maestra sabía muy bien lo que hacía (…)”
Más adelante, el diálogo continúa.
Rodolfo cuenta: “No sé qué cara puse, ni como la miré, pero le molestó, pateó el piso y dijo: -¿Ves? Ya me miraste como me miraban todos en la escuela.
– ¿Cómo?
– Así, como si yo fuera el diablo”.
Los niños inquietos son estigmatizados como hiperquinéticos. En los años 60 las maestras más comprensivas los ataban. Ahora van al psicólogo o al psicopedagogo. Como se lo mire, ser viejo, hiperactivo, obeso, homosexual, transexual, etcétera, etcétera, etcétera… está mal. Hay que curarlos de esa enfermedad que molesta al resto de los normales y les hacen perder el paso de la danza guerrera a los que se mueven “a tempo”, por moverse demasiado o por no moverse, por mezclar las parejas o por ampliarlas a números impares.
Tenemos mascotas para que nos defiendan. Instalamos cercos electrificados para marcar nuestro territorio.
Vivimos en un combate cuerpo a cuerpo. Las mesas de los bares tienen dispositivos para enganchar los bolsos para que no los roben. Vivimos curando nuestra salud para que no se enferme. La amenaza es contante.
La imagen es la siguiente: en la esquina, sobre la ochava, una pequeña garita que sirve de refugio al personal de una empresa de seguridad privada. Unos metros más adelante,al frente de la casa, un gran parque. Dos perros ovejeros alemanes montan guardia en el porche, atentos al más mínimo movimiento, vigilantes… Por sobre el portón de acceso a la propiedad, un alambre electrificado y sobre las medianeras, cuatro hilos de alambre de púas que en los últimos años lo han “mejorado” agregándole unas cuñas filosas como hojas de afeitar cada 30 centímetros y alternadas en cada hilo del alambre de forma que cubran la mayor superficie posible. Hay aplicados sobre las paredes de la medianería dos pares de reflectores que se activan con el movimiento. Parece un puesto fronterizo nazi durante la Segunda Guerra. Pero no, es tan solo la fachada de una casa tipo de un pacífico barrio acomodado y residencial de la Argentina.
¿Por qué? ¿De qué se están protegiendo los habitantes de esa vivienda? De los otros. De mí. De todos. Como todos. De lo que llaman “inseguridad”. En el marco de este trabajo, podríamos asegurar que se defienden de la capacidad de violencia de los otros. Pero es tan frecuente que los alambres electrificados ya se han transformado en parte del paisaje urbano.Los reflectores cada vez tienen diseños más elegantes. El alambre de púa, sin embargo, no puede disimular su naturaleza desgarradora. Los empleados de la empresa de seguridad privada, en cambio, son diferentes. Normalmente son hombres maduros, pobres que han perdido su trabajo o jóvenes que no consiguieron otro. De no ser por su uniforme de “vigiladores”, jamás transitarían las mismas calles que están vigilando. O por lo menos no podrían hacerlo sin que la mirada inquisidora de otros “vigiladores” siguiera celosa cada uno de sus pasos hasta que se alejen sin haber tocado nada para que los buenos vecinos del otro lado de la frontera se sientan como en su casa.
¿Es lógico este escenario? En principio es habitual. Y además es lógico. La razón disfraza a la violencia y cuando la violencia se desviste de sus adornos de cielo, entonces se la encierra. Pero…no todos los desnudos están encerrados. Algunos no fueron cazados aun.
Sin embargo, no lo vemos como violencia. Lo vemos como inseguridad, como delito. Y lo explicamos sobre todo teniendo en cuenta las desigualdades sociales, la pobreza. Desde el punto de vista sociológico, es muy posible que la injusticia social sea uno de los disparadores del crimen. De todas maneras no se puede evitar mencionar que no todos los hambrientos matan, roban o violan. La pobreza no es ni fue sinónimo de delito. En cambio, el humano es sinónimo de violencia. El Golem, a medida que se humaniza se vuelve destructivo.
En El don de la vida, Fernando Vallejo, explica con claridad como lo humano es lo violento: “Lo que usted llama perros malos, son los que han sido humanizados por sus dueños, y por lo tanto han dejado de ser perros”.
El marginal no amanece una mañana en el territorio de la marginación. Fue marginado. Entonces,detrás del hambre, detrás de la marginación, ¿qué hay? Hay naturaleza humana, común a todos, ricos y pobres.
Es la misma respuesta a la pregunta de por qué obedecemos si sabemos que estamos matando…
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8
¿Somos una amenaza? La respuesta es sencilla: sí. Lo somos. Y si es que los argumentos planteados hasta ahora no convencen,veamos cifras.
Vivimos en la cultura de la estadística, empírica, positivista. Los números, no solo gobiernan, como se dice habitualmente. Los números son la única manera con la que los gobiernos parecenentender la realidad. Sin estadísticas ni encuestas los Estados parecen ciegos. En lo personal creo que son ciegos de todas formas. De tanto número, no solo los gobiernos enceguecen. La oscuridad termina llegándonos a todos. Un muerto no es solo uno. Por cada hijo o hija asesinados un padre y una madre pierde la vida. ¿Cómo medir cantidades de muertos sin tener en cuenta en la ecuación a los que quedan vivos? Y además, por más exactas que sean las matemáticas, uno más uno, en términos de vitales (lo cual incluye a la muerte) no da dos.
“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.»
(John Donne -1572/1631)
Los números mienten, sean pequeños o de una interminable hilera de ceros. Anulan la sustancia que no puede ser medida, descartan todo aquello que no entre en su escala. Como tan claramente lo señala William Ospina en su Ensayo Los románticos y el futuro: “(…) todo lo no cuantificable puede ser deleznable, para la estadística bien pueden no existir muertos sino índices de mortalidad, bien pueden no existir seres destruidos por la sociedad y la miseria, sino insensibles índices de pobreza (…)”.
Lo que no se mide no existe. Aunque sepamos que existe.Sin embargo hay quienes creen en ellos. En fin…
Citemos algunos números, que por supuesto quedan inevitablemente desactualizados en el mismo momento en que uno los cita.
En la Argentina se asesina a una mujer cada 18 horas según el Instituto de Políticas de Género Wanda Taddei (Wanda Taddei fue una muchacha asesinada por su esposo en febrero de 2010. La prendió fuego durante una discusión). En los primeros 43 días de 2017 (del 1 de enero al 12 de febrero) mataron 57. Quizá sea oportuno aclarar que femicidio no es cualquier asesinato que tenga como víctima a una mujer. Es aquel homicidio cometido por un hombre cercano a esa mujer. Es decir, ese espantoso 57 no incluye el resto de mujeres asesinadas en otro tipo de hechos delictivos.
Más números: sólo en la provincia de Buenos Aires, en Argentina, se realizan aproximadamente 420 denuncias por día, por parte de mujeres violentadas que lograron romper el muro de silencio, alimentado de golpes, control y amenazas. Sin embargo, muchas veces en las comisarías o en las fiscalías se hace lo posible por eludir la denuncia de la víctima, se la maltrata y así se la vuelve a victimizar, esta vez por las instituciones del Estado que deberían velar por su protección.
2017 sigue dando que hablar. En 26 días del mes de abril, 26 mujeres fueron asesinadas en la Argentina. No lo puedo evitar. Los números son detestables porque dejan la sensación de estar contando cosas, kilos de carne, arboles, piedras. Pero se trata de rostros cuyo último gesto fue el del terror. No todas fueron asesinadas y violadas por personas cercanas. Pero fueron víctimas, mujeres. Como dije, con rostros que alguna vez sonrieron y cuyo último gesto fue una mueca de espanto. Voy a hacer la excepción de dar sus nombres: 2 de abril, Belén Rivas – (violada y asesinada). 8 de abril, Micaela García (violada y asesinada) y Claudia Lima (violada y asesinada). 9 de abril, Silvia Castañera (asesinada) y M. Estela Torres (asesinada). 10 de abril, Florencia Di Marco (violada y asesinada). 11 de abril, Silvina Núñez (violada y asesinada). 12 de abril, Ornella Dottori (violada y asesinada) y Antonia Ríos (violada y asesinada). 14 de abril, Lucía Hoyos (asesinada). 15 de abril, M. Adela Duarte (asesinada). 16 de abril, Gabriela Barceló (asesinada). 17 de abril, Noemí Salvaneschi (asesinada) y Cielo Torres (violada y asesinada). 18 de abril, Paulina Portillo (asesinada) y Cristina Sandoval (asesinada). 19 de abril, M. Esther Ramírez (asesinada). 20 de abril, Alejandra Polizzi (asesinada). 21 de abril, Marina Vedia Durán (violada y asesinada) y Malvina Noelia (violada y asesinada). 23 de abril, Silvia Morales (asesinada). 24 de abril, Carmen Solís (asesinada). 25 de abril, Tamara Córdoba (asesinada). 26 de abril, Mayra Díaz (asesinada). 27 de abril, Analía Núñez (asesinada) y Araceli Fulles (asesinada). La fuente esel diario La Nación de Argentina en su edición del 28 de abril de 2017.
Podrá objetarse la utilidad de dar a conocer los nombres de estas mujeres y que con las cifras basta. Sin embargo, justamente ese es uno de los juegos perversos de la razón para ocultar la violencia: quitarle a la víctima el rostro, el gesto, el cuerpo, su identidad, y así seguir el calendario de vacunación para que podamos tolerarlo.
No es lo mismo un porcentaje con decimales, que contar que esa muchacha se llamaba Aracelli, que tenía 27 años, que se había enamorado y que ese hombre con el que tuvo dos hijos la asesino. Que vivía en un barrio de clase media, y trabajaba en una tienda de alimentos todo el día y a la noche iba a la facultad a estudiar Abogacía porque su sueño era ser abogada. Porque esa muchacha muerta ahora, madre, estudiante, tenía sueños. Contaba a sus amigas que soñaba con recibirse, pero también que muchas veces cuando llegaba tarde de cursar tenía miedo porque “él” se ponía celoso y le hacía escenas y alguna vez hasta le grito. No se animó a contarles que le había pegado.
No es lo mismo la historia de una vida, que simplemente citar una estadística sin nombres.
No cabe duda, Fernando Vallejo es genial. En La virgen de los sicarios, desnuda como los humanos necesitamos de los velos que nos permitan tolerar una realidad cercada por alambres de púas, perros amenazantes (humanizados), asesinatos y demás violencias cotidianas.
Vallejo describe su entrada a una Iglesia: “(…) El murmullo de las oraciones subía al cielo como un zumbar de colmena. La luz de afuera se filtraba por los vitrales para ofrecernos, en imágenes multicolores, el espectáculo perverso de la pasión: Cristo azotado, Cristo caído, Cristo crucificado. Entre la multitud anodina de viejos y viejas busqué a los muchachos, a los sicarios, y en efecto, pululaban. Esta devoción repentina de la juventud me causa asombro. Y yo pensando que la Iglesia andaba en más bancarrota que el comunismo… Qué va, está viva, respira. La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro (…)”.
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“Más por la vieja costumbre que por cualquier principio ordenador del mundo, el sol comenzó a salir agarrado del filo de la colina, como en un último esfuerzo de montañista pendiendo sobre el abismo de la noche anterior. El bostezo imperceptible de las moscas y el estirón de alas de la flota de zopilotes, no significaron novedad alguna para los buzos de la madrugada. Entre la llovizna persistente y los vapores de aquel mar sin devenir, los últimos camiones, ahora vacíos, se alejaban para comenzar otro día de recolección. Los buzos habían extraído varios cargamentos importantes de las profundidades de su mar muerto y antes de que los del turno del día llegaran a sumar sus brazadas, se apuraban a seleccionar sus presas para la venta en las distintas recicladoras de latas, botellas y papel, o en las fundidoras de metales más pesados. Los buzos diurnos comenzaban a desperezarse, a abrir las puertas de sus tugurios edificados en los precarios de las playas reventadas del mar de los peces de aluminio reciclable. Los que vivían más lejos, se preparaban para subir la cuesta de arcilla fosilizada que contenía desde hacía ya veinte años el paradero de la mala conciencia de la ciudad. Como fue al principio, y lo sería hasta el apocalíptico instante de su cierre, a eso de las seis de la mañana, los lepidópteros gigantes esperaban a sus operarios para comenzar a amontonar las ochocientas toneladas de basura que la ciudad desecha diariamente; como fue al principio, los operarios de los tractores se calentaban primero con un café con leche que servían de una botella de coca cola envuelta en una bolsa de cartón; después, a bordo de sus máquinas, emprendían la subida. Salvo el descanso del almuerzo y el del café de la tarde, todo el día removían y amontonaban basura, como una marea artificial, de oeste a este, de adelante hacia atrás, con la vista fija en las palas, mientras las poderosas orugas vencían los espolones de plástico de las nuevas cargas que depositaban los camiones recolectores; de adelante hacia atrás, todo el día, como herederos del castigo de Sísifo sin haber ofendido a los dioses con ninguna astucia particular.”
Así comienza Única mirando al mar, la novela del costarricense Fernando Contreras Castro.
¿Contaminamos? Además de los desastres de Fukushima (2011), Bophal (1984), Chernobyl (1986) o los incendios de los pozos petroleros de Kuwait (1991), entre tantos desastres ecológicos, todos los días, humanos sin el poder de destruir con una sola decisión medio planeta, también provocamos las peores catástrofes ambientales. Lentamente,con paciencia de hormigas deshojando un inmenso árbol, colaboramos con la agonía cada vez más perceptible de nuestro planeta.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) nueve de cada 10 personas respiramos aire contaminado (incluidos los técnicos y asesores de la OMS), lo que provoca enfermedades pulmonares y cardiovasculares y, por supuesto, millones de muertes anuales.
Un artículo publicado el 14 de junio de 2017 en el diario La Nación de Argentina por Pedro Moreno, afirma que “los científicos usan las expresiones “antropoceno” y “sexta extinción masiva” para hacer referencia a la acelerada destrucción de los ecosistemas y pérdida de la biodiversidad como resultado de la acción del hombre, con pronósticos de dos tercios de fauna desaparecida para el 2020, lo que pondría en riesgo nuestra supervivencia”.
Me resultó revelador también en ese artículo un detalle: humano viene de humus (tierra fértil). Y la estamos asesinando.
En el mismo diario, otro nota menciona que de 6500 toneladas diarias que genera la ciudad de Buenos Aires, es decir las personas que habitan y trabajan en esa urbe, solo se reciclan 400. ¿Las causas? Irresponsabilidad de los productores de basura y de los gobiernos que no dan continuidad a las políticas pertinentes. ¿La consecuencia? Humanos viviendo de la basura, “buceando” en ese “mar sin devenir” que describe Fernando Contreras Castro. Humanos o “esta estirpe paralela a la humana”.
“(…) la mano había aprendido a ver con ojos de rata, a oler con percepción de zopilote, a degustar con lengua de mosca, mientras allá arriba en su cabeza, el oído se cerraba con la ignición del motor de los tractores, el olfato había muerto hace varios meses, los ojos dormían abiertos en una suerte de vigilia de zombi, de la que cada vez resultaba más difícil salirse (…)”. (Fernando Contreras Castro, 1994).
Contaminar es violencia. Se trate de grandes desastres o esas pequeñas inmundicias cotidianas de las que somos capaces y no dudamos en cometer. O, si en el mejor de los casos dudamos, igual cometemos mientras con un ligero movimiento de hombros nos desligamos de la culpa.
Y deshumanizamos lo humano.La basura es humana. Sin humanos no hay basura. Los residuos son un invento humano. Con nosotros nace el basural y el deshecho.
Sin humanos no hay crímenes. Sin humanos no hay diferentes, por lo tanto no habría discriminación, ni encierro. Sin humanos “no hay una estirpe paralela a la humana”.Sin humanos no hay violencia.
Al menos, sin humanos con esta forma de ser humana, tan racional y negadora de su propia sustancia.
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Llevo una buena cantidad de páginas intentando poner en evidencia el hecho de que la violencia es tanto o más distintiva de “lo humano” como la capacidad de razonar. O mejor dicho, tanto o más constitutiva de lo esencialmente humano que la razón, pero que nuestra civilización se ha erigido entronizando a la razón para ocultar esa violencia esencial. Y alegando nuestro monopolio de racionalidad en toda la creación, nos declaramos hechos a imagen y semejanza de un único Dios. Y con ese argumento y un Dios en retirada, en el siglo 21, nosotros, los humanos, somos sus legítimos y únicos herederos.Y recordemos que como lo señaló Novalis (seudónimo del filósofo alemán Georg Philips Friedrich von Hardenberg), también citado por Ospina, “en ausencia de los dioses, reinan los fantasmas”. Y el ser humano, en ese afán por ocultar su mitad más humana, su mitad violenta, intuitiva e irracional, para relegarla en pos de la racionalidad, va convirtiéndose en un fantasma, en una entidad medio muerta, medio viva.
Pretendo ahora y aun a riesgo de alejarme un tanto del propósito de estas páginas, permitirme la licencia de unas líneas dedicadas a un punto, que como una moneda con sus dos caras, es condición necesaria de la violencia: la amenaza y el miedo. Un mundo que suda violencia solo se puede asentar en los pilares de la amenaza y el miedo.
Hay miedos y amenazas evidentes que los medios de comunicación exponen casi sin interrupción. En la Argentina sobrevuela constantemente sobre la cabeza de sus habitantes la amenaza de la delincuencia, la de la pérdida del trabajo, la incertidumbre respecto del futuro.
En el mundo, después del atentado al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001, Occidente siente la amenaza y el miedo consiguiente como una posibilidad inevitable en cualquier punto del planeta. Y Estados Unidos, es apenas una opinión, amplificó la voz de ese miedo hasta convertirla en la justificación de la profundización de sus políticas intervencionistas en medio oriente. Y el mundo, al menos el conocido por nosotros, insignificantes humanos occidentales, se convirtió en un escenario inseguro, resbaladizo, en un campo minado en el que en cualquier esquina medianamente transitada puede estallar una bomba. O en el que por cualquier calle comercial un camión puede atropellar a medio centenar de personas, gracias a esta modalidad del atentado de bajo costo. Es notable como la lógica capitalista de reducción de costos y maximización del rédito ha influido hasta en el modo de producción de atentados del fundamentalismo islámico. En La posibilidad de una isla,Michel Houellebecq, imagina a una nueva especie, quizá una evolución de la nuestra a la que llama neohumanos. El humano antecedente, Daniel1, del neohumano de la novela, Daniel24 y sus correlativos (para entenderlo hay que leerla, no está de más) describe con claridad en varios pasajes la existencia de la violencia del mundo. Yo elegí dos. Del primero se deduce que los humanos nos vimos obligados a controlar lo violento de lo que se desprende que lo violento viene de nuestra mano desde el origen.
“La humanidad, como todas las especies, se había constituido sobre la prohibición del asesinato dentro del grupo, y más en general sobre la limitación del nivel de violencia aceptable en la resolución de los conflictos interindividuales; ese era el verdadero contenido de la civilización. Y esta idea era válida para todas las civilizaciones posibles, para todos los seres “razonables”, como habría dicho Kant, ya fueran mortales o inmortales: era una certeza definitiva”.
En el segundo párrafo, Daniel1, recorre las calles de París durante una ola de frío intenso y ve como la gente sin techo muere congelada en las veredas, al negarse a ir a los albergues para protegerse. Houellebecq compara los albergues con las cárceles. Y yo vi en esa descripción una metáfora de nuestro mundo.
“Entendía perfectamente que se negaran a ir a los albergues, que no tuvieran la menor gana de mezclarse con sus congéneres; era un mundo salvaje, poblado de gente cruel y estúpida, cuya estupidez, por algún proceso particular y repugnante, exacerbaba más aun su crueldad; era un mundo donde no había ni solidaridad ni piedad, las broncas, las violaciones y la tortura eran moneda corriente, de hecho era un mundo casi tan duro como el de las cárceles, con la diferencia de que en aquel no había vigilancia y el peligro era constante”.
En las cárceles como las imagina Daniel1, se estaba más protegido que afuera, que en el albergue, un albergue que es algo así como la civilización, que nos protege de esa ola de frio que mata en las veredas, pero que amenaza y aterra igualmente.
Mafalda, quién casi ha superado a su genial creador, el humorista gráfico e historietista argentino, Joaquín Salvador Lavado Tejón –Quino- lo explicó en apenas dos cuadros.
Ahora el encierro es de todos, para todos, porque todos somos sospechosos. Y la amenaza y el miedo nos acechan. Pero nosotros también amenazamos, asustamos y acechamos.
Nos hemos referido hasta ahora a miedos inmensos, casi como aquel miedo cósmico original de los primeros humanos: el rayo, la tormenta, el bramido del mar son equiparables al terrorismo, la incertidumbre sobre el futuro, la delincuencia.
Pero hay otros miedos más cotidianos, más cercanos, más sutiles. El psiquiatra, historiador y escritor español, Enrique González Duro, autor entre otras obras, de Memoria de un manicomio y de La neurosis del ama de casa, en su Biografía del miedo, describe con absoluta claridad la situación de terror a la que nos ha llevado el avance de la ciencia médica. “La medicina ha avanzado tanto que nadie está sano”.
Ray Moyniham y Richard Smith en un artículo publicado en el British Medical Journal en 2002, bajo el título Too much medicine (Demasiada medicina) sostienen que “resulta fácil inventarse nuevas enfermedades y tratamientos. Muchos procesos normales de la vida –el nacimiento, el envejecimiento, la sexualidad, la infelicidad y la muerte- pueden medicalizarse. Si sumamos todas las estadísticas cada uno de nosotros debería tener unas 20 enfermedades”.
González Duro completa esta afirmación: “El aumento de los diagnósticos ha adquirido proporciones gigantescas, y para cada enfermedad existe una pastilla. Y cada vez con mayor frecuencia, para cada pastilla hay también una nueva enfermedad”.
Y las campañas de marketing son las que completan el trabajo. No me consta pero he leído varios artículos en los que se denuncia que los laboratorios farmacéuticos invierten más en agencias de publicidad que en investigación científica.
Vivimos mirando la vida desde la ventana de un hospital y nos afanamos en esfuerzos titánicos para no enfermar y nuestros días transcurren en un tratamiento constante para conservar la salud.
Yogures para prevenir el colesterol. Pastillas para no perder masa muscular. Agua con bajo sodio. Otras pastillas para no perder la memoria. Alcohol en gel para esquivar la gripe aviar. Y más aún, bactericidas en aerosol para eliminar el 99,99 por ciento de esos riesgos invisibles que nos acechan en nuestro propio hogar. Justo allí en dónde siempre habíamos estado a salvo, abrigados en el calor de nuestro hogar. Bacterias, ¡enemigos invisibles!, que amenazan a nuestros hijos, a nosotros… Parecen terroristas, que no se ven, camuflados entre la sociedad, pero capaces de lo peor. Bacterias, como fundamentalistas islámicos, a los que no reconocemos pero que sin darnos cuenta cobijamos bajo nuestro techo. Ese aerosol es la garantía de nuestra vida. Sin él estamos en riesgo.
Recuerdo una publicidad de un insecticida contra los mosquitos. Los pobres bichos que contagian zika, dengue y cada día más enfermedades, aparecían en la publicidad disfrazados de ladrones, con antifaz, gorra, cahiporra y acechaban en la ventana de la casa para intentar entrar en cuanto sus moradores se descuidaran.
Bacterias terroristas, mosquitos ladrones, las amenazas que dan miedo en el planeta traducidas a lo cotidiano. Los fantasmas gobernando, amenazando, sembrando la vida de miedo.
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La amenaza es una advertencia para que hagamos algo a riesgo de recibir un castigo si no cumplimos lo que se nos ordena. No lo dudemos entonces: estamos rodeados de amenazas. La imagen, nuestra imagen, lo que los demás esperan de nosotros es una orden a cumplir, vernos como es mandado ser vistos es unaamenaza. Qué hacemos, cómo debemos ser, cuál es el modelo del éxito que se nos impone obtener, todo está basado en una amenaza cuyo castigo consiguiente es el destierro de la humanidad reconocida, mejor dicho, admitida. Vivimos en un mundo binario: bueno-malo, lindo-feo, verdad-mentira, amigo-enemigo, útil-inútil, paraíso-infierno, ganador-perdedor, sano-enfermo, humano-inhumano. Y como binario que es, a su vez es discriminatorio, y lo es con tanta fuerza, con tanta vehemencia que hasta incluye unas cuantas gotas de esencia concentrada de fascismo. Obsérvese el segundo término de esta autoritaria ecuación binaria. Siempre en el segundo lugar aparece lo no deseable, lo que debería evitarse. Me llama la atención otra paradoja que, por lo general, en el mundo occidental al menos, rara vez se la formula al revés: macho/hembra. De la misma manera que los otros binomios citados no suelen exponerse en sentido inverso, no es frecuente escuchar la paradoja “hembra/macho”. Podríamos suponer que siguen un orden ¿lógico?, en el que lo valorado, lo aceptado, lo validado, en síntesis “la autoridad”,ocupa el primer término y luego, su opuesto (el desvalor, lo rechazado, lo inválido). Por supuesto que este no es el origen ni la causa de la discriminación de lo femenino, pero es una evidencia más de que tal discriminación existe y está encarnada en nuestro modo de ser y de ver, nombrar y comprender al universo. Igual que un viejo ligustro se come al alambrado que alguna vez lo sostuvo, dejando apenas un rastro que solo puede percibirse con una mirada atenta.
Podrían escribirse una gran cantidad de ensayos (como ya se ha hecho) sobre cómo el lenguaje oculta y confirma la discriminación de la mujer, pero no es ese el propósito específico de este trabajo.
Lo binario lleva en sí mismo la amenaza, de hecho implica una suerte de derecho de admisión a la humanidad.La puerta abierta es el 1 y la cerrada, el 0. Es en esencia unesquema práctico de muy bajo nivel de error ya que solo admite dos posibles respuestas: en términos humanos, la correcta y la incorrecta. La belleza o la fealdad, la verdad o la mentira, el éxito o el fracaso, hombre o mujer ¡Qué espanto! El ario o el judío, el blanco o el negro. ¡Tremendo! La vida o la muerte, aunque sea simbólica. De todas maneras el decurso de la humanidad nos dejó infinidad de testimonios certificando que esa muerte no fue tan simbólica.
Nací, ya lo dije, rodeado de violencia. Como ustedes, como todos. Y desde ese momento, todos, somos sometidos a un aprendizaje constante que no es otra cosa que desarrollar nuestra capacidad para adaptarnos a los condicionamientos de la existencia. ¿Qué son los condicionamientos? A mi modo de ver, otro eufemismo. Cada condición, esconde una amenaza. Otra vez la razón disfrazando al infierno.
El error en la adaptación implica un castigo. Vivimos obedeciendo a un prescriptivo y casi taxativo código penal tácito. No se trata de no hacer lo prohibido, sino de hacer lo prescripto, lo mandado. Cómo ser. Qué hacer. Qué desear. Un principio básico de la libertad humana es aquel que anuncia que aquello que no está prohibido, está permitido. Pero ¿pudieron los judíos de la Alemania nazi decir que estaba permitido ser judío? Y los negros en aquel “Domingo Sangriento” de 1965 en Selma, en Alabama, ¿pudieron? Han pasado ya muchos años de estos dos ejemplos, pero la discriminación racial no cesó. Sin embargo hay otros condicionamientos/amenaza que nos regulan y nos rigen.
La imagen es una amenaza a través del modelo de belleza. Al comienzo de este trabajo me pregunté a mi mismo cuál es la diferencia ideológica entre una ablación del clítoris que aún se sigue practicando en vastas zonas de África y las operaciones a las que se someten millones de mujeres para continuar activas en el mercado de la seducción. Insisto que me refiero a diferencias ideológicas. En el caso de lamutilación ninguna mujer pudo aceptarlo libremente, y en el de las operaciones estéticas me atrevo a decir que las mujeres que se someten a ellas lo hacen respondiendo a una imagen de belleza que ellas no eligieron. En ambos casos se trata de imposiciones, amenazas que obligan a parecer de determinada manera. De lo contrario el castigo es el rechazo. Muchas madres de familia africanas creen que no conseguirán casar a sus hijas si no las someten al ritual de la ablación. Es un mecanismo para mantenerlas domesticadas. Pero Ana Buquet Corleto, directora del Programa Universitario de Estudios de Género, de la Universidad Nacional de México (UNAM), clavó el puñal que descarna hasta llegar al hueso y desnuda el fondo de discriminación que existe en estas prácticas. Afirmó en una entrevista al diario El País, de España, en agosto de 2015: “Esto no significa que en los países donde no se practique la ablación no existan otras formas más sutiles pero enfocadas al mismo fin: el control de la sexualidad de las mujeres es uno de tantos mecanismo de subordinación femenina”.
Corleto utiliza el término de “subordinación” que en realidad quiere decir dominio, anulación, sometimiento. Una manera de ser mujer impuesta por el hombre. La autoritaria ecuación binaria que prescribe lo que debe hacerse y entiendo que nadie puede discutir el contenido de violencia que encierran estas prácticas, tanto la ablación del clítoris como el implante de mamas, la lipoescultura, la lipoinyección glútea, el levantamiento de cejas, la cirugía en los parpados, entre otras,para parecer más atractiva. Y no nos olvidemos de otra intervención que parece una ironía respecto de las muchachas africanas sometida a la mutilación: la operación de rejuvenecimiento vaginal.
La amenaza del mandato de la imagen las obliga a agradar, a someterse, a aceptar sin elegir en base a la falsa opción de un perverso múltiple choice binario.
Con todo el temor de que se puedan confundir los párrafos que siguen con los de un libro de autoayuda (contra los que no tengo nada en absoluto, pero que no leo) me referiré a otra de los condicionamientos/amenaza que nos acompaña desde que somos niños: el éxito.
Nuestros sistemas de enseñanza son uno de los principales mecanismos de amenaza a los que nos enfrentamos indefensos desde los primeros años de vida. No se trata de hacer un análisis pedagógico, pero haber transitado esas aulas de manera obediente y silenciosa habilita para realizar un par de observaciones.
“Si querés ser algo en la vida, tenés que estudiar”. Con esa lacerante frase un padre/madre o cualquier adulto pretenden aconsejar a un niño. Y el niño, desde su inocente estatura, asume el reto. Y desde ese momento carga en su mochila escolar con la estigmatizadora alternativa binaria: ser o no ser.
Esa aparentemente inocente frase carga con una violencia demoledora de la identidad porque, convengamos que el chico ya es alguien en la vida. Estudie o no lo haga ya es alguien al que su propio madre-padre (la autoridad adulta que se nos ocurra) le está negando existencia.En consecuencia le arrebata su identidad, su proyecto, su espacio dedecisión. Todo está sujeto a la normalización de las curriculas educativas y a la arbitraria asignación de notas de evaluaciónde parte de otros adultos que ya le han planteado a otros niños que si quieren ser alguien en la vida…
El éxito es la nota más alta. Las notas del medio, mediocridad. Las más bajas o la desaprobación, el fracaso y, en este caso, la consecuencia es obvia: ser nadie en la vida. Un don Nadie de carne y hueso, al que ya se le advierte que crecerá con sus sueños cercenados.
Seamos honestos. Esa forma de ser alguien o nadie nos acompañará a casi todos para siempre. Y los años se nos irán en la búsqueda del paraíso del éxito con el que nos amenazaron seduciéndonos apenas teníamos unos pocos años.
El éxito en la escuela, el éxito social, el éxito profesional, el éxito económico, el éxito amoroso… Y frente al éxito, el fracaso en el que hay que admitir, analizado con el prisma binario que se nos impone, desbarrancamos casi todos los adultosporque de pequeños caímos en la trampa de creer en la falsa premisa del éxito basado en el esfuerzo. Hay que admitir que todos conocemos crueles, perversos, malvados, muchos ignorantes, maltratadores, tramposos y demás adjetivos que han tenido éxito. ¿La razón? La respuesta es tristemente sencilla: el éxito no está asociado con la ética que nos planteaba aquella metáfora escondida en la parábola del esfuerzo del estudio.
Alain Delambre, es el personaje principal de Recursos inhumanos, la novela del ya citado Pierre Lemaitre. Delambre tiene 57 años y es “un directivo en paro”.
“Antes era director de recursos humanos en una empresa de casi doscientos empleados. Era responsable del personal, de la formación, controlaba los salarios y representaba a la dirección ante el comité de empresa. Trabajaba en Bercaud, una empresa de bisutería. Diecisiete años viviendo de perlas. A la gente le gustaba gastar esa broma. Decían: “En Bercaud se vive de perlas”. Había un montón de bromas muy divertidas sobre las perlas, las joyas de la familia.”
Hasta aquí el orgullo de Delambre cimentado en su “éxito”. Pero perdió su trabajo: “En cuatro años a medida que mis ingresos se volatilizaban, mi estado de ánimo paso de la incredulidad a la duda, después a la culpabilidad y, por fin, a una sensación de injusticia. Hoy lo que siento es cólera”.
Duda, primero, culpa después, y luego lo que el humano lleva dentro desde que es, violencia.
Delambre desbarrancó en el fracaso. Y el fracaso, así como al niño que no cumple con las expectativas escolares, nos impide ser alguien o, mejor dicho, no nos deja ver que aun somos alguien.
“Calculo mi lugar en la escala de utilidad social por el número de correos que recibo. Al principio, los compañeros de Bercaud me enviaban cortos mensajes a los que respondía inmediatamente. Charlábamos. Más tarde me di cuenta de que los únicos que seguían escribiéndome eran los que habían sido despedidos. Compañeros de promoción en cierto modo. Dejé de responder y dejaron de escribir”.
Y todos entraron en ese cono de ausencia al que se ingresa para dejar de estar, en el que ya no se nos nombrara, ni se nos reconocerá. Un territorio en el que nosotros mismos dejamos de reconocernos y la cólera (aquella que Delambre confiesa sentir luego de pasar por la duda y la culpa) rompe el dique porquedescubre (¡A los 57 años!) que “hacer las cosas bien” no era la única herramienta útil, el único camino correcto, ni la estrategia adecuada. Recordemos que la ética no está necesariamente relacionada con el éxito. De hecho el final de la novela así lo demostrará.
Delambre se lo dice de manera clara y vehemente a su esposa cuando esta le reprocha cierta polémica conducta que se le exigirá para conseguir un empleo: “(…) –Tu encuentras la forma de tener moral y escrúpulos porque tienes trabajo. Para mí es todo lo contrario. (…)”
Así como se impone un prototipo de belleza, sobre todo a las mujeres y cada vez más a los hombres, o un paradigma de salud, a todos por igual, se nos impone también un modelo de éxito, un modelo de cómo vivir la vida y, para decirlo sin eufemismos, toda imposición es violenta. Toda, pero aún lo es más aquel que nos ordena a qué debemos dedicar el esfuerzo de cada uno de nuestros días. No cabe duda, vivimos rodeados de violencia y no debemos olvidar que cada uno de nosotros rodea a los otros con nuestra propia violencia. Se trata de una violencia que se enmascara tras la armoniosa forma de la belleza impuesta, el aséptico modelo de salud prescripto y el atractivo destino de éxito prometido, entre otros escondites cotidianos. Violencia que acaricia, violencia seductora, amorosa, saludable. Pero que llegado el momento se desnuda de su vistoso atuendo y se descubre como lo que es: violencia implacable, sorda y ciega, fría como el filo insensible de la navaja e inapelable como un juez que sentencia a sus súbditos.
Pero es un mundo humano binario. Y así como existe un modelo de belleza, uno de salud, otro de éxito, existen modelos de fealdad, de enfermedad y de fracaso. Y ambos paradigmas se encuentran en un solo lugar: en la tragedia humana. De hecho, no habrá un exitoso sin un fracasado. No por una dialéctica marxista, (la antítesis no es un invento marxista, lo opuesto estaba ahí antes de que Marx naciera. Dios hizo la luz de las tinieblas.) sino porque la necesitamos para reconocer el éxito. Y aunque nacemos con la certeza de que vamos a morir, negamos a la muerte hasta que nos arrincona. Vivimos sabiendo que todo es efímero, que nuestro destino es trágico,y que de buenas a primeras la belleza, la salud y los días en el Paraíso se desvanecen. Lo sabemos, pero no lo creemos.
Philip Roth, en Pastoral Americana, lo describe con la precisión de un francotirador. En esta novela, un ensayo de la naturaleza humana, Roth muestra por un lado el modelo norteamericano de los años 60 y 70 y en él, el derrotero de Seymour Levov, el Sueco, un gran atleta, buen hijo, que hereda una fábrica de guantes. Su vida es una armonía de trabajo, prosperidad, con una esposa hermosa, una hija…pero todo se desmorona.
“¿Cómo podía él, con su bondad minuciosamente calibrada, haber sabido que los riesgos de ser tan obediente eran tan altos? Uno se decanta por la obediencia para reducir los riesgos. Una mujer guapa, una casa hermosa, dirige sus negocios como si fuera hechicería. Maneja correctamente la fortuna de su padre. Vivía a fondo esta versión del paraíso. Así es como vive la gente de éxito. Son buenos ciudadanos, se sienten afortunados y agradecidos, Dios les sonríe. Hay problemas pero ellos se adaptan. Y entonces todo cambia y se vuelve imposible. Ya nada sonríe a nadie. ¿Y entonces quién puede adaptarse? He aquí una persona que no está hecha para un funcionamiento deficiente de la vida, y no digamos para lo imposible. ¿Pero quién está hecho para lo imposible que va a suceder? ¿Quién está hecho para la tragedia y lo incomprensible del sufrimiento? Nadie. La tragedia del hombre que no está hecho para la tragedia…, esa es la tragedia de cada hombre”.
Hasta aquí la cita de Roth, pero vale la pena repetirse las preguntas que plantea. ¿Quién está hecho para la tragedia? Nadie, es verdad, aun sabiendo que como humanos tenemos un destino trágico. Negamos los paradigmas del fracaso así como negamos el paradigma de la violencia, desterrándolo de la especie humana (recordemos aquel bendito Credo de eufemismos).
La cita de Roth concluye con las siguientes líneas: “Seguía contemplando su propia vida desde el exterior. Concentraba su esfuerzo en enterrar lo ocurrido. ¿Pero cómo podía hacerlo?”.
No se puede. Formadosforzosamente, violentamente,para el éxito desde que nos advierten que no seremos nada si no obedecemos, ciegos para reconocer la ambivalente naturaleza que nos distingue como violentos y racionales a la vez, quedamos solo con la mitad de las herramientas de las que estamos provistos y olvidamos que ganar implica necesariamente derrotar. Y esa es la tragedia de cada hombre.
Thomas S. Eliot lo sentencia con belleza:
«Se cierne el águila en la cumbre del cielo.
El cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud.
Conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo. «
Y Hölderlin, quién por supuesto no conoció a Eliot, sella el destino del humano:
“…el hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando piensa…”
El artista sueña, el escritor sueña. El Bosco soñó El Jardín de las delicias. No lo pensó, no es razón, es sueño. Picasso soñó El Guernica, y ese sueño es pesadilla. El creativo sueña y delira y en su delirio sueña sin eufemismos la naturaleza de lo humano. En los sueños sabemos que somos mortales, malos, trágicos, violentos, efímeros, miedosos, egoístas; sin embargo,capaces de actos que perduren para siempre, que trasciendan, generosos, valientes. Soñando somos eternamente mortales.Pero pensando, nos creímos los reyes de la creación. Pensando, racionalizamos nuestra violencia naturaly la disfrazamos de palabras que nos permitan desterrarlo de lo humano. Pensando escribimos libros de historia.
Pensando bombardeamos Guernica. Soñando se pinta la obra de arte.
Soñando, se escribe La Divina Comedia. Pensando, desterramos al Dante.
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12
La violencia no es una desviación humana, ni las conductas violentas son conductas enfermas. La violencia no se cura y pretender curarla es convertir a los humanos en “naranjas mecánicas”.
Alex Delarge, el personaje de La naranja mecánica, de Anthony Burgess, es sometido al método Ludovico con la pretenciosa intención de “liberarlo” de su violenta vida. La supuesta cura consiste en someterlo a sesiones en las que lo saturan con imágenes de violaciones, asesinatos y sangre, matizados con escenas de crímenes de guerra, acompañado por la música que ama. Hiperviolencia para combatir la violencia. (Cualquier similitud con mirar un noticiero televisivo en la actualidad es pura casualidad). Para obligarlo a ver lo que ya no soportaba era atado a su sillón, en una sala de cine, con los ojos (los glasos en lenguaje nadsat) abiertos a la fuerza. Una aclaración, entre otras virtudes, Burgess desarrolló un vocabulario que él denominó nadsat. Se trata de un léxico propio de adolescentes. En las siguientes transcripciones figuran entre paréntesis los significados de los términos nadsat usados por el personaje.
Tras la primera sesión, Alex, ya no soporta el “tratamiento”. Sin embargo, el doctor Brodsky, a cargo del experimento del cual el gobierno se vanagloria para terminar con la delincuencia, es categórico.
“– Todavía no estás curado. Falta mucho por hacer. Sólo cuando tu cuerpo reaccione pronta y violentamente a la violencia, como si estuviera frente a una víbora, sin ayuda nuestra, sin medicinas, entonces podremos…
“-Pero señor –lo interrumpí- señores, ya veo que está mal. Está mal porque va contra la sociedad, está mal porque todos los vecos (individuos) de la tierra tienen derecho a vivir, sin que los golpeen, tochoquen (golpear) y apuñalen. Aprendí mucho, de veras lo digo. – Pero el doctor Brodsky smecó (rio) ruidosamente, mostrando todos los subos (dientes) blancos y dijo:
“-La herejía de la edad de la razón –o unos slovos (palabras) por el estilo- Veo lo que es justo y lo apruebo, pero hago lo que es injusto. No, no muchacho, tienes que ponerte en nuestras manos. Pero alégrate. Pronto terminará. En menos de dos semanas serás un hombre libre. – Brodsky me dio unas palmaditas en el plecho (hombro)”.
El hombre libre de Brodsky es la metáfora del humano libre que creemos ser nosotros. Es el que carece del libre albedrío, el que responde al modelo de belleza, a la prescripción de salud, a la búsqueda del éxito tal y como se ordena.
F. Alexander, otro personaje de la novela de Burgess, se pregunta: “¿Querrán todos que sus hijos se conviertan en lo que tú eres, pobre víctima? ¿No terminará diciendo el propio gobierno qué es y qué no es delito, y destruyendo la vida y la voluntad de quien se atreva a desobedecer?”
No hay humanidad sin la posibilidad de desobediencia. F. Alexander lo explica con claridad:
“Te han convertido enalgo que ya no es una criatura humana. Ya no estás en condiciones de elegir. Estas obligado a tener una conducta que la sociedad considera aceptable y eres una maquinita que solo puede hacer el bien. Comprendo claramente el asunto, todo ese juego de los condicionamientos marginales. La música, y el acto sexual, la literatura y el arte, ahora ya no son fuente de placer sino de dolor.
“–Siempre se exceden –dijo el veco (individuo) secando un plato con aire distraído-. Pero la intención esencial es el pecado real. El hombre que no puede elegir ha perdido la condición humana.”
Y eso somos. Para la visión de 1962, año en que se publicó la novela de Burguess,naranjas mecánicas. Hoy, un complejo entramado de circuitos y chips programado para dar satisfacción a lo previsto. Unos elegidos, otros condenados, según el moribundo señor Orr de Updike. Un término de la ecuación, una mitad del universo binario. Fracasados para que haya exitosos;enfermos como ejemplos de lo saludable. Intercambiables, inevitablemente,sin chance de rebelión. Humanos sin capacidad de elección, obligados a una humanidad mutilada, despojada de humanidad.Y ese despojo, quién puede dudarlo, también es violento. Y violento también es que esa amputación se nos entregue como un don gracioso del avance de la especie, como una ampliación de nuestros horizontes de libertad, convirtiéndonos en ciegos de nuestra propia ceguera.
¿Podemos recuperar la vista, el andar par de nuestras piernas en lugar de seguir serpenteando creyendo que volamos? Responder que sí es una tentación más de este infierno adornado de paraíso. Sin embargo la respuesta más equilibrada es el silencio. No hay certezas. La única certeza es que no es posible un mundo sin violencia. No habrá jamás unmundo feliz. O mejor dicho, este es nuestro mundo feliz, un mundo que cree que la violencia es una aberración capaz de ser corregida, reprimida, extirpada de nuestros cerebros; o desterrada del territorio de la humanidad.
¿Qué es la felicidad?, se pregunta Fernando Vallejo en El don de la vida. Y la respuesta nos va dejar sin esperanza. “La felicidad es un instinto reciente del homo sapiens que le apareció a este bípedo alzado y subido de tono y bajado del árbol no bien se pudo sentar tranquilo en sus nalgas a rascarse las pelotas sin temor a que se lo comiera el tigre.”
“El hombre es una repetición continua de sí mismo”, define Vallejo en la misma novela/ensayo, apenas unas páginas más adelante.
Por eso es que jamás podremos sentarnos tranquilamente a “rascarnos las pelotas”. Porque el tigre sigue ahí. Es el otro humano, que tampoco podrá sentarse tranquilamente a “rascarse las pelotas”. Porque yo estoy ahí, repetido en otro humano, que tampoco podrá sentarse tranquilamente “a rascarse las pelotas”. Soy la acechanza, la intimidación, el reto, el anuncio de un posible ataque.
No hay Fiesta de la Paz. Solo puede haber honestidad, la honestidad que nos reclama Camus para enfrentar a la peste. Pero es una honestidad a la que no estamos habituados. Una honestidad que también desterramos y que reemplazamos con eufemismos que convierten a los actos más naturales de la humanidad en acciones inhumanas e incomprensibles que luego tratamos de explicar, forzada y trabajosamente,en los manuales de historia. Sin embargo, serían totalmente comprensibles si asumimos con honestidad que somos esa contradicción que incluye al amor y al odio, somos en nuestro interior el doctor Jekyll y míster Hyde. Profundos, inmensos. “Contengo multitudes”, canta Whitman.
¿Cuál es el destino? ¿Qué hay en el horizonte si seguimos por este camino? Imaginar un mañana de resurrección y luz, en el que los humanos nos amemos los unos a los otros y un nuevo verbo inaugure una era de armonía y concordia, sin guerras, odios raciales, genocidios, discriminación por sexo o religión, ni siquiera es una tentación: es una absoluta ingenuidad. La paz de los cementerios solo es para los muertos, siempre y cuando no haya vivos. La vida en los cementerios hace desastres. Los vivos nos robamos las placas de bronce, destruimos lápidas del adversario político y pintamos esvásticas en la tumba del judío, armenio, negro u homosexual muerto (por citar solo algunos casos).
El camino que seguimos nos trajo hasta aquí. A este presente de cielos ciegos de smog, especies extinguidas sin ningún argumento darwiniano aceptable, mujeres marchitadas a la fuerza desde su pubertad, rezos iracundos que se auto inmolan en busca de la vida eterna, holocaustos de la vida, crímenes inmortalizados en los libros de historia, encuestas que no citan nombres propios, belleza de botox y silicona, vejez tragicómicamente disfrazada, hombres y mujeres tristemente felices porque creen que son felices abandonados en barriadas urbanas guetizadas, hombres y mujeres tristemente tristes abandonados en campamento de refugiados, también guetizados, por supuesto.
Y mañana, ¿cómo será?, ¿cuánto tarda el presente en hacerse pasado? La nada misma. Ya estamos en el mañana.Este trabajo no tiene por intención adelantarse a los tiempos y anunciar un futuro apocalipsis, lleno de incendios, pestes e inundaciones. La peste está, y también los incendios e inundaciones y es fácil anunciarlas si nada se hace para corregir lo que las causa. Por el contrario, este ensayo no tiene más intención que la de alertarnos: nos hemos mutilado, auto mutilado, unos a otros, en nombre del progreso y la evolución. Y la automutilación continúa, cada vez con más eficiencia, y es tan eficiente el cuchillo, tan perfecto su filo, que ya no sentimos el corte que nos hacen apenas abrimos los ojos a la vida. Nos amputan los parpados para tener que mirar siempre y ya no poder soñar. “En general, el sueño es peor que la realidad: a esta la gobierna Dios”, dice Updike en Corre, Conejo. Y al gobierno de Dios podemos cambiarlo por el gobierno de la razón, tanta razón que terminamos aceptando cualquier mandato por más absurdo que sea creyendo que es la voz de la lógica: Guerra Santa, ablación de clítoris, exterminio de lo que se mueva, ganadores-perdedores; la lógica de Dios, vida eterna o condena eterna. Otra vez la vida sometida al lenguaje binario de las computadoras, aun desde antes de la invención de las computadoras.
¿Cómo será el mañana? O mejor aún, ¿es posible un mañana? O seguirá por los siglos un eterno presente que no dure nada para repetirse una y otra vez, presente tras presente tras presente, forjando una cadena de un eslabón que se clona a si mismo y replica un escenario en el que una humanidad mutilada avanza cercenándose a sí mismo las culebras de la cabeza de Medusa que vuelven a crecer interminables, movedizas y provocativas.
“Que larga es la lista de la violencia: hogueras, prisiones, técnicas de exterminio, fortalezas carcelarias de varias plantas, campos de concentración enormes como ciudades. Al principio la pena máxima se ejecutaba con una maza, que te hundía el cráneo, y con la soga. Hoy el verdugo acciona un interruptor y ejecuta a cien, mil, diez mil hombres (…)”, describe Vasili Grossman, en Todo fluye.
Y agrega unos párrafos más adelante, en la misma obra, una afirmación que se acerca mucho a una ley innegable y evidente aunque se nos hace invisible, de la existencia humana: “La violencia es eterna; por mucho que se haga para destruirla no desaparece, no disminuye, solo se transforma. Ahora toma la forma de esclavitud, ahora de invasión mongola. Salta de un continente a otro, se transforma en lucha de clases, y de lucha de clases en lucha de razas, ahora de la esfera material se traslada a la religiosidad medieval, ahora la emprende con la gente de color, ahora con los escritores y los artistas; pero en general sobre la Tierra, siempre hay la misma cantidad de violencia. El caos de sus transformaciones es interpretado por los pensadores como una evolución, motivo por el cual buscan sus leyes. Pero el caos no tiene leyes ni desarrollo, ni significado ni objetivo”.
Grossman lo dice claramente. Siempre hay la misma cantidad de violencia entre los hombres y mujeres, y su transformación es caótica. Porque se trata de un río entubado, de naturaleza maniatada, que se desborda, inexorable, siguiendo su destino de imprevisión.
Pero nuestro error es creer con Hegel que “todo lo real es racional” y con esa premisa como brújula del pensamiento encerramos la potencia de la humanidad en el corsé de lógica que se exige universalmente como carta credencial de la especie.
Olvidamos como dice Grossman que “(…) la historia de la humanidad es la historia de su libertad. El crecimiento de la potencia del hombre se expresa sobre todo en el crecimiento de la libertad. La libertad no es una necesidad convertida en conciencia, como pensaba Engels. La libertad es diametralmente opuesta a la necesidad, la libertad es la necesidad superada. El progreso es en esencia progreso de la libertad humana. Ya que la vida misma es libertad, la evolución de la vida es la evolución de la libertad (…)”.
No debería llamarnos la atención que la mayoría de los libros de historia utilizados en la enseñanza versen sobre la historia de nuestra esclavitud y no de nuestra libertad. La violencia mutante es así explicada y racionalizada para que el infierno otra vez, se adorne de paraíso. Para decirlo con claridad, la historia de las guerras no es la historia de la búsqueda de la libertad. La historia de las guerras es el relato del sometimiento, de la dominación y de la imposición. Es la narración de la caza de unos humanos por otros humanos. Y esto, simplemente porque no somos libres. Nuestro libre albedrío está destinado a optar por necesidades a satisfacer. Es decir no es libre albedrío. La libertad es la necesidad superada. Cada una de nuestras decisiones obedecen a un paradigma que se asienta en negar la integridad de nuestra naturaleza: lo real es racional. ¿Y lo otro, lo que es escapa a la razón? Lo otro es lo inhumano, absurdo e inútil. Pero esa inhumanidad siempre está, porque “sobre la tierra siempre hay la misma cantidad de violencia”. Y nuestros libros de historia vendrán a ordenar administrativamente la manera cómo contamos la memoria. La violencia que no podemos explicar la desterramos a lo inhumano. La otra la razonamos, la justificamos y la enseñamos, de 8 de la mañana a 12 o de 13 a 17, a los niños que pretenden “ser algo en la vida”.
Volvamos a la pregunta por el mañana. ¿Habrá un día después de éste? Claro que sí. Hay un mañana. Con nosotros así o sin nosotros. Charles Bucowski, ese californiano inconformista, de lenguaje agresivo, crudo, a veces obsceno, otras veces violento, desde su temática marginal nos enciende una luz, no de optimismo, simplemente nos ilumina, para asomarnos poéticamente a ese mañana incierto.
Nosotros los dinosaurios
Nacimos así
en medio de esto
mientras rostros de tiza sonríen
mientras doña muerte ríe
mientras los ascensores se rompen
mientras panoramas políticos se disuelven
mientras el chico del supermercado
termina la Universidad
mientras peces envueltos en petróleo
escupen su aceitosa plegaria
mientras el sol está enmascarado.
Nacimos así
en medio de esto
en medio de guerras prudentemente enloquecidas
en medio del paisaje de fábricas con ventanas
rotas y vacías
en medio de bares en donde la gente ya no habla
en medio de peleas que pasan de los puños a
las armas y a las navajas.
Nacimos en esto
entre hospitales tan caros que es más barato morirse
entre abogados que te cobran tanto, que es más
barato declararse culpable.
En un país donde las cárceles están llenas
y los manicomios cerrados.
En un lugar donde las masas elevan a los ineptos
a la categoría de héroes.
Nacimos en esto
Caminamos y vivimos
a través de esto
muriendo por esto
mutando por esto
silenciados a causa de esto
castrados,
abusados,
desheredados
por esto,
engañados por esto,
usados por esto,
jodidos por esto,
enloquecidos y enfermos por esto,
convertidos en seres violentos
convertidos en seres inhumanos
por esto.
Los corazones están ennegrecidos
los dedos buscan las gargantas
al revólver
la navaja
a la bomba
los dedos se dirigen hacia un Dios insensible
que no responde.
Los dedos van a la botella
a las pastillas
a la pólvora.
Hemos nacido en medio de esta lastimosa devastación
hemos nacido en medio de un gobierno endeudado
hace 60 años
que pronto no podrá pagar siquiera los intereses
y los bancos arderán
y el dinero no servirá para nada.
Habrá asesinos libres e impunes por las calles
habrá pistolas y mafias oficiales.
La tierra se volverá inútil
los alimentos serán una recompensa que se esfuma.
El poder nuclear estará en manos de la mayoría
explosiones sacudirán la tierra.
Hombres robot afectados por radiaciones
acecharán a otros hombres.
Los ricos y los elegidos observarán
desde plataformas espaciales.
El infierno de Dante parecerá
un juego de niños.
El sol ya no se verá y será siempre noche
los árboles morirán
toda la vegetación morirá
hombres afectados por radiaciones comerán
la carne de otros hombres afectados por radiaciones.
El mar estará contaminado
los lagos y los ríos desaparecerán
la lluvia será el nuevo oro.
Un viento oscuro esparcirá el hedor de
cuerpos putrefactos de hombres y animales
los escasos sobrevivientes serán, asediados
por nuevas y horribles enfermedades.
Y las plataformas espaciales se irán
destruyendo por el desgaste y la
escasez de provisiones
y el simple efecto de la decadencia general.
Y entonces surgirá de eso
el silencio más hermoso
jamás oído
y el sol todavía ahí, oculto
estará esperando el próximo capítulo.
Charles Bukowski (1920-1994)
¿Cómo será el próximo capítulo? ¿Nos incluye el futuro o estamos destinados a convertirnos en las carnes radiactivas y los cuerpos putrefactos que imagina Bukowski? ¿Lo escribiremos nosotros u otra especie que nos sobreviva, por ejemplo las irracionales cucarachas? ¿Seremos la causa de ese silencio tan hermoso jamás oído o tendremos el privilegio de ser testigos?
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A MODO DE EPILOGO
Quise, a través de todas estas páginas, desmoronar el concepto que nos define como animales racionales para esbozar la idea de un humano animal, simplemente, que lejos de ser esencialmente racional es antes que nada, irracional y, en consecuencia, violento.
Somos animales que transitamos por este planeta igual que cualquier otro animal. La razón no nos distingue de una hormiga porque todo nos diferencia de la hormiga. Nos parecemos tanto a una hormiga, como esa hormiga se parece a un delfín. Sin embargo, los humanos creamos un relato que nos permitió erigirnos en“reyes de la creación”, y para eso no bastaba con aceptar todas las diferencias: había que encontrar “la” diferencia. Porque aceptar todas las diferencias, implica reconocer todas las virtudes de las otras especies. Las hormigas son más tenaces que los humanos, y los perros más leales.
Creamos un modelo de segregación cuya vara de medición es el paradigma de la razón, lo binario, la ficción que distingue humano de animal. Reconocer que la diferencia no es una, sino que son todas, implica admitir la multiplicidad, la diversidad, los diferentes modos de ser.
La especie humana lleva en su propia denominación su sentencia: ser humano. Ese “ser” tiene el peso de todas condenas, la sospecha de todos los prejuicios, la desconfianza de todos los miedos y el autoritarismo de todas las imposiciones.
Ser humano obliga a la heterosexualidad, en algunas comunidades a la ablación del clítoris, en otras a la inyección de botox o el rejuvenecimiento vaginal; ser humano lleva a despreciar al que no consume, a encerrar a los ancianos y ancianas, a guetizar al pobre, al negro, al extranjero; ser humano impone modelos de belleza, de salud, de vestir, de andar, de tener, de éxito.
Ser humano implica no tener identidad hasta “ser alguien”, privilegio que no se logra hasta haber cumplido con las condiciones a las que obliga, precisamente “ser” humano, porque de no ser así, los desterrados, los segregados, no superan la categoría de hormigas.
Una cruz. Una condena. Sentencia inapelable que nos amenaza constantemente, pero que hemos naturalizado a lo largo de siglos y siglos. El binomio de palabras “ser humano” niega la infinita posibilidad de maneras de ser.
El reinado de la razón nos condujo a esa antesala del mañana que describe Bukowski en Nosotros los dinosaurios. Debemos asumir sin reparos y de manera urgente que la razón no es la única guía de nuestras acciones. Admitirlo es el gesto de honestidad que nos reclama Camus para enfrentar a la peste. Lo reclama también la eterna cifra de víctimas desde el oscuro sin fin del tiempo. Y la violencia relatada es la evidencia.
Nuestra naturaleza esparadojal, contradictoria, y tanto lo es que no solo la violencia da testimonio de nuestra irracionalidad. Hay otro elemento que se empeña en acompañar el derrotero de hombres y mujeres en este asustado planeta Tierra. Sin ningún anclaje en la razón, tan enfrentada a ella como la violencia, con su misma edad y quizá su misma perseverancia, sobrevivió a los genocidios, las guerras, la tortura, las muertes absurdas, las hambrunas, las persecuciones y todos los tormentos. Desnuda de argumentos, y tan irracional como una catástrofe atómica, la humanidad, también tiene a la esperanza.
Octubre de 2017.
Claudio Semán
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