“No es una historia más, es algo que realmente sucedió y los que no estén preparados para oírla es mejor que se retiren a sus respectivos hogares”. Así comenzó su relato aquel anciano, es decir, uno de los antiguos pobladores que residía en nuestro barrio, luego de que Elián le preguntara sobre la anticuada y desolada casa de la que todos los adultos hablaban en el vecindario y a la que nos tenían terminantemente prohibido ingresar o siquiera acercarnos.

Don Abilio, como lo dije antes, era el vecino que llevaba viviendo más tiempo en el barrio, era cascarrabias y gruñón, siempre nos retaba cuando pasábamos frente a su vivienda, ya sea hablando fuerte o riendo sin parar de los chistes que hacía Tomás. Antes le gritábamos “viejo cascarrabias” y salíamos corriendo, hasta que un día nos vio la madre de Kevin y les contó a todas las madres de mis amigos, incluida la mía, recibimos por ello una hermosa tunda y un sermón interminable; desde ese día pasábamos frente al anciano y lo saludábamos con respeto, lo que conllevó a que un día nos invitara heladitos que él mismo los había preparado para nosotros, y desde entonces nuestra relación fue muy buena, está bien lo admito “regularmente buena”.

Casi todas las tardes, luego de jugar al futbol, andar en bicicleta o jugar video juegos, nos sentamos alrededor de Abilio y nos narraba impresionantes historias, donde podríamos estar horas y horas escuchándolo con suma atención, obviamente demás está decir que esas historias eran inventadas por él. Desde que su esposa doña Alicia murió, el viejo Abilio (mi madre me decía que no es bueno llamar por su nombre a los adultos, pero hago una excepción porque ella ahora está ausente) sacaba su silleta a la vereda y se quedaba observando hacia la calle, podría estar en ese estado, pensante he ido, por mucho tiempo, hasta que oscurecía y luego ingresaba a su hogar. Era evidente la tristeza que lo envolvía y en la que estaba sumergido. Todos pensábamos que solo esperaba el momento para reencontrase con su querida, con la que compartió gran parte de su vida.

Bueno, creo que me he desviado un poquito del tema, volviendo al relato inicial que esbozó Abilio, en ese instante Lucas y Braian se levantaron y se retiraron del lugar; el primero dijo “debo ir a ayudar a mamá con los quehaceres de la casa”, mientras que el otro refirió “me olvidé que debo cuidar a mi hermanita, nos vemos luego”. Tanto Tomás, Elián, como yo, soltamos una carcajada al unísono, pues sabíamos que se habían ido porque los atemorizaba lo que el anciano iba a contar respecto de la casa; en realidad a todos nos causaba temor pero pesaba más la intriga así que nos hicimos de valentía y escuchamos atentamente lo que Abilio tenía para decirnos…

Y dijo… “hace aproximadamente veinte años, luego de que el Sr. Eufemio construyera esa vivienda para habitarla junto a su esposa y su hijo Alfonso, recuerdo que una tarde habíamos estado con Alicia tomando mates en la vereda, y cuando nos disponíamos a ingresar a nuestro hogar, porque ya caía el atardecer, se oyó un grito tan pero tan ensordecedor que nos dejó inertes por el lapso de unos segundos, luego vimos a Eufemio acercarse hasta la vereda llorando y gritando, ¡¿por qué?! ¡¿Por qué le hiciste esto a mi hijo?! Nadie entendía nada, hasta que rápidamente se hicieron presentes varios policías y la ambulancia”.

“Con Alicia nos quedamos boquiabierta, totalmente perplejos con lo que acontecía, tanto que no sabíamos si ir hasta donde se encontraba Eufemio para consolarlo o no interceder. Luego vimos salir de la vivienda al personal médico, para infortunio de los camilleros, quienes trasladaban sobre la camilla un costal de color negro (los que comúnmente utilizan para trasladar cadáveres), trastabillaron perdiendo el equilibrio, haciendo caer ese costal al suelo, el cual se abrió dejando ver el cuerpo ensangrentado del joven Alfonso, sí así come les comento, estaba empapado de sangre y eso no es todo, yo no quise decirle nada a Alicia pero me pareció ver que al joven le faltaban ambos ojos, lo que hacía que el contexto fuera más aberrante aún”.

“Al retirarse la ambulancia del lugar, donde además también llevaron a Eufemio, que para ese entonces no hallaba consuelo por su pérdida, egresaron dos policías custodiando a Mónica (esposa de Eufemio), con las manos esposadas, con su rostro pálido y sus ropas empapas de sangre; no vimos más que eso porque luego de que el cuerpo del joven Alfonso cayera al suelo, los policías crearon un perímetro unos metro más alejado de la casa, para que los curiosos no nos acercáramos demasiado”.

“Hasta el día de hoy nadie sabe lo que sucedió realmente, porque todos conocíamos a esa familia y cualquiera que los veía se daba cuenta que era una familia inmensamente feliz, o al menos así lo aparentaban”.

“En una ocasión, y tras haber pasado unos meses del trágico hecho pude hablar con el detective Emmanuel, el cual llevaba adelante el caso, a quien le consulté respecto de Eufemio, ya que quería verlo, y me dijo que el pobre había enloquecido y lo habían derivado a un psiquiátrico en otra provincia donde quedó al cuidado de uno de sus hermanos y respecto de lo sucedido, me comentó que Mónica había asesinado a su propio hijo y le había quitado los ojos y la lengua, argumentando que Alfonso era utilizado por fuerzas satánicas que la observaban y hablaban a través de su hijo. También le pregunté qué había pasado con ella, y me dijo que fue inevitable impedir que se suicidara en su celda luego de transcurridas dos semanas”.

“El hecho fue trágico y nadie hablaba de ello en el barrio, todos preferían el silencio y como en ese tiempo no existían los medios de comunicación –como en la actualidad-, en otros lugares ni enterados estaban del sanguinolento hecho”.

Mientras el anciano continuaba con el relato, para entonces los ojos de Elián estaban más abiertos que los de un búho y ni contarles de la expresión en el rostro de Tomás, quien en ese momento si ingresaba una mosca por su boca ni cuenta se daría, y bueno con respecto a mí, también sentía temor y ello se evidenciaba por la piel de gallina que se dejaba ver en mis brazos y el escalofrió que recorría de forma constante por todo mi cuerpo, pero como lo advertí anteriormente, la necesidad e intriga que nos envolvía era más fuerte que el temor que hasta ese entonces nos generaba el pausado relato de Abilio.

Y continuó… “nadie en el barrio quería hablar del tema, pero decían que si uno se acercaba a la vivienda en horas de la noche, se podían escuchar voces, pasos y todo tipos de ruidos, como si alguien aún habitara en el lugar; por eso es que sus padres les tienen prohibido acercarse allí; además cuentan que la señora “Lulu” quedó loca porque su hijo, en un descuido ingresó a esa casa y nunca más lo volvió a ver, pese a que los policías al enterarse del hecho revisaron toda la casa pero no hallaron al muchacho”.

Aquí debo parar para comentarles sobre la señora “Lulu” o la “loca de la esquina” como le decíamos nosotros; era una anciana que habitaba una pequeña casa que se ubicaba en una abandonada esquina; quien a su vez deambulaba por el barrio con sus ropas desaseadas, con sus cabellos largos y grasosos. Cuando la veíamos, nos atemorizaba porque tenía un aspecto típico de una bruja, como suelen pasar en las películas de terror y además cargaba una muñeca de trapo que poseía el mismo aspecto que su dueña.

Cuando le gritábamos “loca”, volteaba y sus ojos parecían salírseles del rostro y nos gritaba con mucha furia, pero no entendíamos lo que nos decía. Mi madre, en una ocasión me dejó sin televisión por un mes cuando me oyó, mientras me escondía en unos arbustos, que le dije “loca”, eso me bastó para que nunca más molestar a la “pobre” Lulu.

Regresando a lo nuestro, Elián interrumpió el relato de Abilio y le preguntó si en alguna oportunidad se había acercado hasta la vivienda para ver si era cierto lo que decían de que se escuchaban pasos y voces, a lo que el anciano sentenció, “No te precipites Elián, lo que contaré responderá a tu pregunta”, pero el semblante de Abilio tomó un aspecto que jamás habíamos visto en él, un rostro difícil de describir, tan aterrador que con Tomás y Elián nos miramos sin decir una palabra, pero creo que ese momento los tres pensamos en inventar una excusa para regresar a nuestros hogares. En realidad la situación nos causó mucho miedo, pero decidimos permanecer allí, para oír lo que el desteñido anciano nos iba a decir.

Y dijo: “a mí también me causó intriga lo que decían de la casa, y como mi Alicia no estaba ya conmigo, a ello sumado que ya soy un anciano y no tengo familiares, mi vida es aburrida y monótona, así que una noche decidí acercarme hasta el lugar y aseverar por mí mismo si la versión era cierta o solo se trataba de una historia para aterrorizar a los niños del barrio”.

“Me senté en el sillón del living esperando que se hicieran las doce de la noche, porque sabía que en ese horario la mayoría de los vecinos, y como es costumbre en este lugar, estarían durmiendo y en la calle no andaría ninguna persona,para poder ir hasta el lugar; pero en mi condición de longevidad, me dormí sentado, y luego desperté bruscamente; y al ver el reloj me percaté que eran las tres de la madrugada. Por un momento pensé si ir o dejarlo para otro día, pero bueno, era la oportunidad de hacerlo, así que me abrigue porque hacía frío y salí con destino a la desolada edificación. Como dije, en la calle no había nadie, era todo un silencio abismal y como nunca había salido de mi casa a la noche, no sabía que el vecindario carecía de luminosidad, lo que generaba un ambiente bastante terrorífico”.

“Caminé hasta el lugar lentamente, hacía frío y las ráfagas de viento, aunque no eran muy fuertes, generaban que los arboles se movieran y emitieran sonidos propios de películas de terror; no tenía miedo porque a mi edad las personas no somos temerosas de este tipo de historias pero en mi mente tenía presente lo sucedido años antes cuando la policía egresaba de la casa con el cuerpo sin vida del pobre Alfonso, y la mirada perdida de Mónica, que como relaté anteriormente, estaba empapada en sangre; así también me vino a recuerdo la estremecedora tristeza de Eufemio”.

“Sin darme cuenta, de un momento para otro, estaba parado frente a la vivienda, si bien ahora que es de día la casa les causa impresión, no se dan una mínima idea de su condición nocturna, tal es así que fue la primera vez que realmente sentí temor; el pastó alto, la edificación deteriorada y la carencia de luz generaban que cualquier persona por más valiente que fuera, tuviera una cuota de temor o como mínimo que su piel se pusiera como la que tú tienes ahora Milagros”.

Yo que estaba tan atenta escuchando lo que el anciano relataba, me tomó por sorpresa su comentario y obviamente su observación, pues pensé que nadie había notado el estado de mi piel, créanme eso me causó más temor del que estaba padeciendo.

Entonces Abilio siguió diciendo. “Cuando me asomé hasta la puerta, apoyé el lado izquierdo de mi rostro, es que solamente mi oreja izquierda funciona, por si no lo sabían perdí el sentido auditivo de mi oreja derecha en una pelea, pero esa es otra historia que les contaré en otra ocasión ¿Dónde me quedé? Ah sí, en que había apoyado mi oreja para intentar oír algún sonido proveniente del interior, pero no escuché nada, pese a que permanecí en ese estado por varios minutos. Luego me acerqué a una de las ventanas y realicé la misma acción pero nada, así que me olvidé del temor que me había generado el aspecto de la casa y dije en voz baja, -es un fiasco, se trataba de otra historia típica de los padres que intentan asustar a sus hijos para que no se acerquen al lugar-. En ese contexto di media vuelta y me dispuse a retirarme”.

“O sea que es como dice usted Abilio es solo una historia que inventaron nuestros padres para que no juguemos en esa casa” -dijo Tomás-, mientras su rostro pasó de un tono pálido a su estado natural, soltando una tímida sonrisa, pero para desconcierto de todos el anciano replicó: “claro que no, la historia no culmina ahí Tomás, y les vuelvo a repetir que no me acusen con sus padres por lo que les voy a contar y si alguno tiene miedo es mejor que hagan lo que hicieron Braian y Lucas y se retiren a casa”.

Nuevamente nos miramos con Tomás y Elián, pero esta vez el miedo se hizo expresión en nuestros rostros, el comentario del anciano había causado temor, pero un temor verdadero, que es difícil de describir para los que estábamos escuchando su historia; no obstante, decidimos quedarnos para terminar de oír lo que Abilio tenía para decirnos… y continuó…

“Como les dije, ya me había hecho a la idea que se trataba de una historia falsa, porque permanecí pegado a la puerta y luego a la ventana por varios minutos y no escuché nada; es más hasta el miedo abandonó mi ser y resignado me dispuse a retirarme, cuando por detrás escuche una voz juvenil que dijo lo siguiente: ¿Por qué te vas abuelito, acaso no has venido a jugar conmigo?… sí así como lo oyen, por varios segundos me quedé inerte, como si una fuerza no me permitiera siquiera movilizar un solo musculo, sintiendo una leve energía circular por todo mi cuerpo, siendo incapaz de emitir cualquier tipo de sonido. Cuando por fin pude conducir mi cuerpo, logré voltear lentamente, pero al mirar, no había nadie, solo estaba la desolada y deteriorada edificación. Pensé, y quise mentirme diciéndome que se trataba de una idea mía, generada por mi inconsciente, una idea no tan descabellada, pero que rápidamente se vio derrumbada, ya que comencé a oír voces que provenían desde el interior de la vivienda, como si varias personas charlaran fluidamente y caminaran por todo el lugar”.

“Y nuevamente oí: ¿Por qué no ingresas abuelito, acaso no has venido a jugar conmigo?, cuando la puerta principal se abrió lentamente, emitiendo un sonido característico de las puertas antiguas que por mucho tiempo no le realizan ningún tipo de mantenimiento”.

Elián no soportó más el relato y dijo que mejor se iba a su casa porque su madre estaría preocupada y que además el anciano estaba inventando una historia para que no nos acercáramos a esa absurda vivienda, que seguramente estaba en complot con nuestros padres para hacernos creer esa historia que a su entender no tenía ni pie ni cabeza. Así que Abilio, quien era poco tolerante, le espetó que seguramente tenía miedo de seguir escuchando, que mejor se fuera a casa con su madre porque por las noches no podría conciliar el sueño. Elián al ver que quedaría como un “gallina” delante de nosotros, nuevamente tomó su lugar y dijo “sigue con tu historia anciano, te demostraré que no temo a esos cuentos que inventas”.

Tomás y yo solamente cruzábamos miradas tímidas, porque no podíamos tener la misma postura que Elián, ojalá pudiésemos pensar que se trataba solo de una historia inventada y no de un relato verdadero, que por cierto para ese momento el miedo se hizo eco en nuestra mente y se veía reflejado en mi piel de gallina y en el rostro de Tomás.

Y otra vez Abilio retomó el relato. “Por un momento pensé en salir corriendo despavorido del lugar, miré hacia la calle para ver si otra persona circulaba por allí, hubiese querido en ese instante que alguien más estuviese conmigo y me dijera que no era producto de mi imaginación lo que estaba pasando, pero no había nadie y la oscuridad se volvió aun más oscuridad, el silencio más silencio y la ventisca más friolenta que nunca… seguidamente supuse que al abrirse la puerta de la vivienda era una invitación para que ingresara, por parte de lo que fuera que sea que en dos ocasiones me dijo –abuelito-“.

“Me armé de valor y con pasos tímidos ingresé a la casa. Una vez que estuve adentro, la puerta se cerró fuertemente, haciéndome temblar hasta los tuétanos; las rodillas no me respondían, e debilitaba, y el aire parecía no encontrar su lugar dentro de mi cuerpo, a ello sumado que el lugar era totalmente oscuro, por lo que rápidamente y cuando volví en sí, me di vuelta y comencé a golpear la puerta desesperadamente intentando salir. Grité más que un niño cuando es atemorizado por algo o alguien, a su vez sentía que por detrás se asomaba una fuerza extraña, como si alguien de u momento otro iba a tomar de los brazos y me arrastraría y azotaría contra las paredes o lo que fuera que hubiera dentro del recinto donde me hallaba”.

“Sentí un completo arrepentimiento de haber ido hasta ese lugar, de nada me había arrepentido de todas las cosas que había hecho en mi vida, como en esa ocasión. Luego, comencé a escucha voces, como si muchas personas estuviesen hablando a mi alrededor; en eso nuevamente pude oír la voz juvenil “- No temas abuelito, ven a la habitación para que juguemos-“; generándose una grieta de luz a fina del pasillo y esfumándose todas las voces, quedando el lugar en terminado silencio. Ya estaba en el lugar así que me encomendé a mi amada Alicia y me armé de valor, un valor que solamente un hombre decidido podría tener; y me dirigí hasta el único sector de la vivienda donde se veía una tenue luz.”

¿Y qué sucedió?, cuenta más a prisa la historia viejo que debo irme -esas fueron las palabras de Tomás-. Abilio solo se limitó a mirarlo y tras una pausa, continuó.

“Al llegar hasta allí -por cierto fueron los metros más extensos que habría caminado en mi vida-,pude ver que se trataba de una pequeña habitación, en el medio se disponía una cama y en uno de sus extremos se dejaba apreciar una figura, que por su contextura se podría decir que era la de un niño o adolescente –así como ustedes-, que estaba sentada y con su rostro mirando al suelo, como si estuviera triste o llorando. Me limité a observarlo por unos segundos, no sabía que decir y tampoco tuve el valor de acercarme, pero de inmediato dijo: ¿Por qué nadie quiere jugar conmigo abuelito? ¿Acaso me temen?, pero yo seguía con muchísimo miedo como para poder responder a esas preguntas, es más, no sabía ni que decir. No pasaron más de dos segundos luego de que la figura infantil me preguntara lo que le acabo de decir, que levantó lentamente su cabeza y se pudo de pie, echándose a andar hacia donde yo me encontraba; haciendo cono pasos pausados y eternos. Cuando estuvo a pocos centímetros de mí, no podía verle el rostro pero si su vestimenta y en ese momento se me vino a la mente la ropa que comúnmente utilizaba Alfonso (el hijo de Eufemio, quien como les conté había muerto a manos de su madre). Poseía un buzo de lana, que se lo había tejido su madre, lo recuerdo porque cuando lo veía en la vereda jugando siempre lo llevaba puesta; además tenía unos botones en el sector frontal; y también el pantalón pude distinguir que era el mismo que el joven Alfonso utilizaba, el cual era de color negro”.

“Tras ello, vino a mí una paz enorme, tanto es así que sin pensarlo dije -¿Eres tú Alfonso?-, ¡qué alegría me da poder saber que estás bien!, grité. Y luego…”.

En ese preciso momento el anciano hizo una pausa eterna, sus ojos se estremecieron envolviéndose su rostro en una tristeza, despidiendo una lagrima, la cual corrió a lo largo de su mejilla. Así que Tomás enfurecido y a la vez con un miedo que se manifestaba evidente en él, casi gritando se dirigió a Abilio – ¡¿Qué paso?! ¡¿Qué?!, ¡¿qué?! -.

Dijo Abilio: “Luego acercó su rostro y no tenía sus ojos”. Elián salió corriendo despavorido, diciendo que fue una mala idea haber escuchado la historia del anciano, pero Tomás y yo permanecimos atentos a su relato.

“Si antes sentía temor, creo que al ver al joven Alfonso en ese estado hizo que mi alma abandonara mi cuerpo”. El anciano abandonó el relato y nos dijo -“Mejor vayan a casa, es solo una historia que hemos inventado con sus padres para que no se acerquen a esa casa, ya que por su deterioro es peligroso y puede llegar a derrumbarse”-. Tomás echó una sonrisa y dijo, “qué buenas historias cuentas viejo, la verdad que nos asustaste mucho, pero qué bueno que solo haya sido una historia”. Yo no me tragué el cuento del anciano, además no lo veía como un gran actor como para hacer hasta que le salieran lagrimas de los ojos, yo sabía que lo que contaba era verdadero, podía verlo a través de su semblante, y de sus movimientos corporales; así que muy enojada y con un tono elevado le dije que terminara de contar la historia. Y créanme que estaba en lo cierto, porque automáticamente el anciano me miro y respondió: “¿Estás segura que deseas seguir escuchando Milagros?”, y su rostro otra vez tomo una forma aterradora. Tomás no aguantó la idea de seguir escuchando y decidió retirarse a su hogar, por lo que únicamente quedamos Abilio y yo.

Luego, siguió: “El joven sin ojos, y parado frente a mí, me dijo que yo estaba ahí para que él pudiera cumplir con su misión, para la cual había sido creado y la que se vio derrumbada porque su madre acabó con su vida antes de que pudiera lograr su objetivo. Me dijo que la habitación era su mundo y que sería destruida cuando encontrara un alma joven como la suya y a la cual la haría eterna como lo es él. Me dijo que había encontrado el vecindario perfecto y que solo esperaba a que su alma amiga naciera hasta cumplir la edad de 12 años”. Interrumpí brevemente al anciano, y le mencioné que el día anterior yo había cumplido 12 años.

Nuevamente, tras haberle comentado sobre mi edad, Abilio me observó detenidamente, con una mirada penetrante, y sus ojos se volvieron como el fuego, y ahí estaba otra vez, su semblante transformado, tan transformado que ni se parecía al anciano gruñón con el que nos habíamos hecho amigos y quien nos contaba historias fascinantes; era una persona totalmente distinta. Y sonrió de modo casi diabólico, dijo: “Ya sé que tienes 12, por eso solamente estamos tu y yo, para poder cumplir con la misión que me ha encargado Alfonso”.

Esas palabras fueron suficientes para que el temor me abrazara e hicieran que perdiera el dominio y las fuerzas de mi cuerpo, por lo que caí al suelo perdiendo el conocimiento.

Al despertar, me vi tirada en el suelo al costado de una cama, el lugar estaba bastante oscuro, y al lograr ponerme de pie, ahí estaba sentado en uno de los extremos de la cama; se trataba de la misma figura juvenil, que el anciano había mencionado en su relato, quedé inerte y hasta ahora mientras escribo estas líneas puedo sentir que la piel se me eriza al traer a recuerdo lo que allí sucedió. La figura se levantó y camino lentamente hacia donde me encontraba, no podía movilizar un solo cabello, sentía temor, un temor infinito, inexplicable. Cuando se paró frente a mí, observé su rostro, era el de una joven o adolescente, como yo, al cual fiel relato de Abilio, le faltaban ambos ojos; quedé perpleja, me sentí morir; sentí que mis extremidades y mis órganos abandonaban mi cuerpo. Pero eso no es todo, la figura levantó su mano derecha e indicó con su dedo hacia un sector de la habitación y dijo: “Él ya cumplió con su propósito, que fue el traerte hasta aquí”, cuando miré hacia donde apuntaba, vi que sobre el suelo se hallaba el cuerpo inmóvil del anciano Abilio, y con sus vestimentas repleta de sangre, sumado a que carecía de ambos ojos. Y seguidamente, la figura dijo: “Ya es hora, toma mi mano para que juntos podamos unir nuestras almas eternamente” y al instante la edificación comenzó a derrumbarse. Yo no podía hacer nada, estaba despavorida, pero me hice de valor y tomé las manos frías del joven, mientras el resto de la casa se abatía, solo la habitación permanecía intacta; y nuevamente refirió: “Ahora ya no estaré nunca más solo en el infierno”, pero en ese momento vi mi oportunidad y corrí logrando salir a salvo de la vivienda, antes de que terminara de derrumbarse por completo.

El ente, muy enfurecido gritó. “Si no eres tú, dentro de 12 años vendré a buscar a la próxima, mi verdadera alma gemela, y no intentes contar sobre mi misión porque será en vano”, y en un santiamén desapareció.

Han pasado 12 años de aquel episodio y he pretendido por todos los medios, lograr que la próxima víctima pueda escapar de esta terrible amenaza, y hoy puedo decir que no lo he logrado, que fallé, pues nadie creyó mi historia, ni siquiera mi madre quien desde hace mucho tiempo me ha abandonado en este lugar, aduciendo que la trágica muerte de mi padre Eufemio y de mi hermano Alonso ha despertado en mí una desviación psicológica y que era necesario que pueda ser tratada por profesionales médicos, que lo único que hacen es encerrarme en esta habitación y suministrarme choques eléctricos y abundaste pastillas. ¡No estoy loca!, por más de que me encuentre encerrada en este Instituto Psiquiátrico, esta es mi última carta que escribo y espero que llegue a las manos correctas para que cuente al mundo que la maldad realmente existe y podría estar esperando pacientemente, habitando cualquier vivienda, cualquier habitación, inclusive en la que tú te encuentras en este instante.

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