A poco andar me di cuenta de lo que pasaba, más por intuición que por pruebas fehacientes, pero por orgullo y dignidad, decidí que mientras no tuviera la certeza y comprobación absoluta del asunto, no tomaría ni decisiones, ni medidas a la ligera. Escuche calmadamente el relato, miré fijo a los ojos del acusador, tratando de obtener comprobación en sus gestos, de sus dichos
– ¿Estás seguro de lo que me dices?
– 100%, te lo juro, yo la ví
Me aleje un poco, porque incrédulo, me atacaron unas palpitaciones, como aviso del colapso. Camine despacio las calles que me separaban de nuestra casa . Me mantuve firme y enfilé hacia la entrada, por el rabillo descubrí el auto estacionado calle abajo, el cómplice estaba también allí.
Me saludó como si nada, sentí rabia y una sensación de decepción infinita, como podía ser tan cínica. Me dirigí despacio hacia la nevera y sí… se habían comido mi helado de Piña…
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