¡Ah, pobre poeta!

¿Qué es la tristeza?

Es tener el alma enferma, desprovista de organización y limpieza. La tristeza es amar con cada partícula de la incólume piel. La tristeza, en efecto, siempre estará donde esté el amor; puesto que el amor es una fuerte corriente que arrolla la mente y ahoga la paciencia, la racionalidad, la lógica… ¡ah!, desdichado aquel que se enamora de unos ojos de ónix, una nariz griega, una boca de curvas y líneas matemática y geométricamente perfectas; fatal para el individuo es ser el esclavo de la estética, es decir, esclavo de aquella ciencia exacta que trata de explicar, comprender, analizar aquellas particularidades de lo bello que al mismo tiempo cumplen una misteriosa función: influir en nuestros sentidos. ¿Por qué lo bello es bello? ¿Cuál es el misterio? Una vez que lo bello se introduce en nuestro sistema sensorial es imposible aniquilar la terrible enfermedad incipiente. Esta extraña costumbre del ser humano de verse atraído por la belleza puede conducir, sin dificultad alguna, hacia ese sentimiento de tristeza que a posteriori resulta estar aliado con el amor…¡ah!, y es entonces un cruce de fuerzas, potentes, colosales, imparables, contundentes, tenaces, las encargadas de someter al romántico. Son las fuerzas del amor, la belleza y la tristeza.

El poeta es propenso a sufrir desastrosos estragos en cada terreno del corazón, ¡oh, pobre corazón es el corazón de aquellos que aman!, y lo hacen siempre bajo la guía del más puro arte… Siguiendo las enseñanzas y los preceptos de los románticos: Quien ama es un idealista, un ser que busca lo utópico, lo que pertenece a otro mundo, a otra esfera extraterrenal. Al fin y al cabo, eso es el poeta ¿verdad?, un ser extraterrenal. Porque lo terrenal es real, y lo real no tiene color, resulta insulso, falto de vida; lo real es deprimente, y por eso es mejor soñar, y vivir del modo en el que nadie más vive; esto es, a saber: amando. Amando idealmente. Lo ideal es lo que no es real, y no es real no porque no pueda serlo, sino porque la realidad no alcanza a abarcar lo ideal y, por ende, lo ideal termina escapándose.

Cuando por exóticas situaciones de la vida, el romántico encuentra esa flor azul, o se eleva hasta el cielo para asir esa flor azul, su felicidad raya con el éxtasis… ¡Poeta iluso! ¡Poeta inocente!, su instinto le seduce a ir en pos de la luz vital… y él avanza, cegado por la belleza, la pasión y la locura hacia su objeto del deseo. Pero ocurre que la luz se extingue más rápido de lo que se creía. ¡Ah!, pobre poeta…Se ha enamorado de una ilusión, de algo intangible, de un espíritu, de algo sin carne, sin huesos, sin órganos; ¡de algo puramente inasible!

El poeta envuelve su enamoramiento utópico en un ramo de rosas, que son la prueba máxima de sus sentimientos. Pero observa, para su desgracia, cómo este rebosante ramo de flores se degrada, se pudre, se muere, y lo hace de un modo lento; y en ese proceso de muerte cada pétalo es un recuerdo muerto que se graba en su cerebro para siempre… en ese proceso las rosas se desangran, cada gota besa con resignación el suelo y el alma siente que pierde parte de su esencia, gran parte de su esencia que ahora pertenece a ese río de sangre.

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