Por qué los diamantes.

Por qué los diamantes.

Camila

14/01/2019

08/05/2016

Mientras estaba escribiendo en su agenda se dio cuenta. Se sorprendió de no haberlo visto antes porque le acompañaba diariamente. Además, era zurda, algo no muy común. Se tendría que fijar más en su mano izquierda. Debería quererla más, mimarla más, como lo hace la mano. Encajado en el dedo anular estaba el anillo, como sujetándolo para que no se cayera. Un bonito anillo bañado en oro, fino y delicado. Perfecto para una mujer zurda con aquellas manos. Con el paso del tiempo, el reflejo del oro se había ido llenando de rayones y manchas, pero seguía brillando como sus uñas pintadas de rojo. La pintura de la uña del meñique se había roto y despegado. Ahora la mitad estaba vacía, como uno de los cuatro agujeros del anillo en los que estaban incrustados los cuatro diamantes. Soltó el bolígrafo, extendió el dorso de su mano, y se lo acercó a su cara. Lentamente fue estirando los dedos.

Vacío. Uno de los diamantes había desaparecido. El primer pensamiento que se cruzó por su mente fue buscarlo en casa. Pero se dio cuenta de que podría haberlo perdido hace tanto tiempo que el diamante se podría haber desintegrado. Un coche lo podría haber pisado y arrastrado kilómetros por una carretera; un niño, jugando en el jardín de su casa, lo podría haber encontrado y habérselo dado de comer a un perro; un huracán lo podría haber hecho volar por los aires. ¿Qué sabía ella? No lo sabía. Como tampoco sabía por qué su marido le había regalado un anillo con cuatro diamantes. Cuatro pequeños diamantes que hacían su anular izquierdo más largo. Su marido lo había encontrado, uno entre muchos anillos y pensó que era perfecto para su mano izquierda. O había estado buscando ese anillo en especial porque sabía que sólo aquellos cuatro diamantes encajarían tan bien en su anular izquierdo.

¿Por qué cuatro pequeños diamantes? ¿Por qué no uno solo y grande? Puede que uno solo y grande le hubiera gustado más. O puede que no. Porque si hubiera perdido su único diamante se sentiría devastada. Pero sólo había perdido uno de cuatro pequeños. Aún le quedaban los otros tres, brillantes y transparentes, como gotas de lluvia. Por eso su marido se lo había regalado. Ahora lo entendía y le quería un poco más. Volvió a coger el bolígrafo y anotó: «Comprar nuevo anillo. Sin diamantes.»

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