MI desierto

En un mundo tan perfecto, tan lleno de luz y esperanza, me encontraba yo un día cualquiera, enfrentándome a la prueba más grande de mi camino. Sentada en una banca del parque, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón hecho pedazos, miraba a mi alrededor, buscando una señal, un rumbo, una decisión que me ayudara a seguir adelante.

De repente, sentí cómo mi mundo se oscurecía. Mi mirada se elevó al cielo mientras una lágrima cargada de dolor se deslizaba por mi mejilla. En ese instante, con toda mi desesperación, le pedí al Creador la fuerza para levantarme, para no rendirme y seguir luchando por esos sueños que tanto me han desvelado, los mismos que acortan mis noches y alargan mis días.

Son sueños por los que he derramado lágrimas de sangre y soportado dolores profundos al verlos arruinados. Sueños que un día me empujaron a dejar mi tierra, mi familia, y todo lo conocido para aventurarme en un lugar lejano y extraño. Llegar no ha sido fácil. Ha sido como atravesar mi propio desierto: un trayecto áspero, lleno de obstáculos, pero siempre con la esperanza de que al final encontraría un oasis que calmara mi seda.

Sin embargo, una

Tirada en la arena, con la cabeza invadida por mil pensamientos, la desilusión se apodera de mí. Esa desilusión pronto se convierte en ira hacia mí misma por no ser capaz de seguir adelante, por sentir que estoy fallando.

En ese momento de total desesperanza, cuando parece que no hay salida y cada paso pesa más que el anterior, mi mente se llena de recuerdos. Entre ellos, resalta el más bello de mi vida: el día en que mi madre, con lágrimas en los ojos, me abrazó antes de emprender este viaje por mi desierto. Con su voz cargada de amor y confianza, me dijo:

«Hija mía, yo creo en ti. Eres grande. Créeme, tu desierto será cada vez más largo y difícil de cruzar, pero no te rindas. Tarde o temprano encontrarás una gran cascada, rodeada de árboles. Allí podrás beber toda el agua que deseas y descansar bajo la sombra del árbol que crecerá con las semillas de tus esfuerzos.