LA PAREJA PERFECTA

LA PAREJA PERFECTA
Por: Renato Fámulo



Se cansó de buscar o descubrir la pareja ideal en su pequeño pueblo, así que decidió buscar ese amor ideal, en la gran ciudad. La decisión fue fulminante y rápidamente estaba mudada a La Gran Manzana, llena de ilusiones o tal vez de promesas con un contundente potencial. Y para estar a la misma altura de su príncipe azul, no dudó en terminar sus Estudios Graduados en Ciencias de Computadoras. Victoria, era una mujer ambiciosa, determinada, controladora y pensaba que el destino, había que construirlo con nuestras propias manos…

Su inigualable belleza, dulzura e inteligencia, unidas a sus bellos ojos verdes, la hacían, una mujer difícil de echar al olvido, y sonreír era su golpe mortal. Muy pronto obtuvo su grado universitario en Nueva York y de inmediato una oportunidad de empleo surgió, con una de las empresas más prestigiosas en Cibernética y Robótica de la ciudad, era una mujer muy afortunada y feliz, pues todo corría sobre ruedas…

Después de un año de estar trabajando con la empresa y de conocer muchos prospectos, sus jefes advirtieron en ella, un gran desarrollo profesional, sensibilidad, gran inteligencia y dedicación. Entonces, decidieron darle la oportunidad de trabajar en el Laboratorio de Diseño y Desarrollo, con el grupo de científicos, ayudando con la programación de los prototipos y los Paradigmas De Inteligencia Artificial. También se le asignó un joven y elegante mentor, llamado Andro Rubit, muy educado, jovial y excelente adiestrador, para guiarla en el plan de trabajo semanal. La relación comenzó muy formal y profesional, pero con el pasar del tiempo se convirtió en algo más…

Sin haberse percatado, la pareja en poco tiempo, estableció una relación que iba creciendo día a día, a pasos agigantados y en el breve lapso de un año, decidieron casarse y al regreso visitar el pueblo natal de Victoria, para conocer su familia. Ella estaba fascinada con todas las atenciones y cuidados que le brindaba Andro; él por su parte, estaba descubriendo un mundo de sentimientos, que jamás hubiese concebido o imaginado que existieran en su naturaleza y que permanecerían en su recuerdo para siempre.

Finalmente llegaron a la salida del Expreso Estatal y al desvío que los llevaría al pueblito de Beaver, donde vivía la familia de Victoria. Y justo detrás del letrero de bienvenida que leía: “Bienvenidos a Beaver, Imperio lechero del Noreste”—“50 Mil Habitantes / 60 Mil Vacas”; los detuvo un semáforo con luz roja. Por primera vez en el viaje, Victoria se sintió totalmente ansiosa y desesperada por llegar a la casa de sus padres, para presentar su flamante esposo a todos sus familiares. Por fin la luz roja llego a su fin, dando paso a la luz verde, luego la luz negra arropó todo el escenario…

De pronto, Victoria se encontró totalmente aturdida y confusa, solo alcanzaba a escuchar el susurro de la voz de Andro que replicaba:

− ¿Estás bien mi amada esposa? ¿Estás bien mi amada esposa? ¿Estás
bien mi amada esposa? ¿Estás bien mi amada esposa…?

Andro no paraba de repetir la pregunta, mientras se recuperaba Victoria del aparatoso choque, con un camión de carga que no pudo detenerse al cambiar la luz a roja. Poco a poco, fueron definiéndose las figuras alrededor de ella, y pudo reconocer la sangre sobre su traje mezclada con un líquido verde y baboso, como el usado en el laboratorio. Sin perder tiempo miró a su esposo y estaba, básicamente cortado por la mitad con el metal doblado de la puerta, aunque continuaba haciéndole la misma pregunta; entonces observó que no emanaba sangre de sus heridas, solo el fluido verde y baboso que ya conocía…

Muy de espacio su cara se fue transformando en una mueca de dolor, cólera e indignación, gritando a los cuatro vientos:

− ¡Andro, a ti te puedo perdonar porque fuimos víctimas de un
experimento, pero a esos malditos bastardos no los perdonaré
jamás,
ya lo verán…!

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