Busqué entre un historial de conversaciones de 2 meses para encontrar su único mensaje de voz. Lo reenvié con la intención de pasarlo hasta abajo. Entendía que ella no se daría cuenta, pues mis mensajes ya no le llegaban.
Podría decir que escuché ese mensaje mil veces, pero sé que lo escuché más que eso.
En ocasiones solía contestarlo. Me llevaba el aparato a la oreja; cerraba los ojos; presionaba la pantalla e imaginaba sus labios moviéndose al mismo tiempo que su voz me atravesaba el alma. «Yo también», respondía a una bocina sorda. Podrán con eso imaginarse qué clase de mensaje era.
Aún recuerdo el mensaje, ya no con tanta claridad, pero sí la sensación de vacío y nostalgia clavarse en mi pecho como dos dagas. Recurrí a cualquier sustancia y a cualquier método para dejar mi mente en blanco, pero su voz seguía hablando en mi cabeza. Me encontraba incluso hasta en sueños. Me mataba lentamente.
Aquello era más que dolor: era amar y extrañar con cada partícula de mí.
Tuve problemas con mi celular, perdí todos los datos, incluso el mensaje. El único método de revivirla murió. Pero así es mejor.
Ya no le extraño, eso es verdad. Ahora que lo pienso, todo eso no fueron más que pruebas y enseñanzas. Entiendo algo: tiempos mejores vendrán. Los recuerdos nunca serán de nuevo, por más que intentes revivirlos: no aparecerá esa persona de la nada a decirte que también te extraña. Eso solo sucede en las películas; la realidad es otra.
No te canses extrañando alguien que ríe sin ti. Tampoco le guardes rencor. Déjale. Sé egoísta. Aprende de esas experiencias. Nunca camines detrás de una persona, por más que te estés muriendo por dentro: no lo vale, no es sano: entiende eso

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