​Titanic: La verdad de los botes salvavidas

​Titanic: La verdad de los botes salvavidas

erica miller

09/01/2019

El día era soleado y fresco. Los tripulantes se subieron a la embarcación nueva y una inmensa caravana de familiares los despedían con pañuelos blancos como si se despidieran para siempre de sus seres queridos. Lágrimas de alegría y de tristeza eran derramadas por parte de ambos grupos. Hogares quedaban vacíos por mucho tiempo, el viaje sería largo y había llegado el día de la despedida. Intereses, maletas, sueños de progreso y amores entrelazados brillaban como el sol del mediodía. Las blancas telas de los vestidos de las mujeres arregladas y los trajes negros de los hombres de época se fueron perdiendo a lo lejos y las familias dejaban atrás la proa del barco en la espesura del mar. La embarcación era pesada porque muchos de los que iban a bordo de aquel gran convoy muy bien equipado contaba con todo lo necesario para la supervivencia de sus pasajeros. El barco hizo sonar sus sirenas y zarpo rumbo a nuevo york. El viaje se tornó una eternidad. Los comerciantes realizaban sus negocios. Las familias disfrutaban de la nueva vida tranquila y lujosa porque habían pagado un alto precio para llegar hasta allí. El tiempo era propicio para la navegación y ninguna tormenta había frustrado los momentos alegres y festivos. Todo estaba saliendo como se había planeado. Amigos se reunían día y noche para conversar, cenar y bailar en los salones ostentosos. Grupos musicales tocaban cada noche entre el público. El capitán no se preocupaba tanto por el viaje, pero si le importaba que la gente estuviera cómoda y libre de preocupaciones. Él había soñado con ser el capitán del navío y gasto todo lo que tenía para ser parte de esa travesía que iba a ser recordada por muchos de los tripulantes a bordo.

Cuando todo parecía que no podía ir mejor, paso lo impensable. El barco recibió llamadas de alerta que le decían que había iceberg o montañas de hielo delante de ellos y por donde pasarían. Como buen capitán negó los problemas y en lugar de ir despacio acelero la marcha. Las personas ni se imaginaban que el peligro estaba ante sus ojos. El océano estaba helado, las aguas frías anticipaban el encuentro con los gigantes escondidos y todo continuo como si nada. El romance y la pasión estaban en su máximo esplendor. Las olas eran testigos de amores de proa y de familias que cuidaban a sus hijitos de no irse lejos. El barco había estado preparado de hacía tiempo, pero había sido terminado del todo unos días antes. Muchos ingenieros sabían que era indestructible por la forma en el que estaba hecho. Sin embargo, otros dudaban de su protección y fortaleza. Algunos que habían estado en su construcción sabían bien que los materiales utilizados para las partes laterales del barco eran frágiles y se podían romper en cualquier momento y con cualquier rose. Era tal la algarabía de esa fiesta y el viento en popa que nadie se imaginó la tragedia que estaba por suceder. A todo vapor iba el barco cuando se topó con el peor de sus enemigos: el iceberg, montículo de hielo duro e invisible que la oscuridad ocultaba y era como un animal al acecho entre las aguas. Un temblor hizo que todos supusieran lo terrible y fulminante. El titanic había comenzado a hundirse y debían salvarse las personas. Las luces de bengala que se lanzaron y que mando a encender el capitán eran para pedir auxilio a cualquier barco o persona cercana a ellos. De lejos algunas pequeñas embarcaciones divisaron las luces, pero pensaron que el grupo de tripulantes estaba de festejos y que las luces eran fuegos artificiales. Las esperanzas como el brillo de las bengalas se fueron extinguiendo de a poco y las personas Vivian en carne propia el naufragio que había comenzado su conteo. Todos quisieron salir del infierno a la vez y tomar los botes salvavidas. Pero estos estaban destinados para los más pudientes. Los que habían pagado menos dinero para solventar el viaje quedarían a la espera por si sobraba alguno. Las miradas se cruzaban en pocos segundos y la desesperación creaba más terror y gritos de auxilio. Se creó una atmosfera de caos y de muerte inminente. El capitán, en estado casi inconsciente por el trauma de los sentimientos de culpa que lo agobiaban, se encerró en su camarote esperando que viniera el agua y se dejó morir. Todos luchaban por sus vidas. Algunos hombres se dieron cuenta de que los botes podían salvar a todos en esa noche helada pero la malicia y la crueldad de los encargados que no dejaban que todos subieran a los botes, cegó toda expectativa de salir de allí ilesos. El barco se inclinó casi en noventa grados y en pocos minutos quedo de forma perpendicular al agua. Muchos murieron ahogados y otros congelados, siendo que había lugar para ellos en algún bote. El corazón del hombre es egoísta y no piensa en los demás. ¿Si se repitiera la historia actuaríamos de la misma manera o dejaríamos lugar para que otros se salven? Pocos se salvaron en la tragedia y las almas que se perdieron quedaron en el silencio de la noche dormidas esperando un nuevo amanecer a una vida nueva.

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