El bloqueo literario

Hay tres reglas para escribir una novela. Desgraciadamente nadie sabe cuáles son.

W. Somerset Maugham

Para empezar a escribir es interesante conocer las reglas de este oficio. La primera sería que ninguna regla es un dogma. Cualquiera de los enunciados que se afirmen en estos días sólo funcionan por aproximación. Lo que trataremos es de sugerir, de que os hagáis preguntas. Esas preguntas no siempre tendrán una respuesta clara porque su principal intención será disparar la creatividad. Casi os diría que mi propósito principal es compartir con vosotros lo que a mí me ha servido como escritora.

Si a vosotros os valen otras técnicas y os sugieran más otras lecturas, también eso podemos ponerlo en cuestión y aprender unos de otros. El mundo de la literatura es un océano muy amplio, inabarcable, que admite múltiples clasificaciones y selecciones. En este taller sólo haremos un acercamiento al infinito caudal de intentos que constituye la historia de la literatura desde que el hombre empezó a querer comprenderse y comprender qué demonios hacía en este planeta y cuáles eran sus demonios particulares.

Dicho esto, si hay otra regla para empezar debería ser la de que antes de ser escritor hay que ser lector. Nadie que no lea podrá avanzar en este oficio apasionante ni podrá detectar los materiales de su vida que le servirán para escribir.

Como dijo el filósofo Wittgestein “Casi todo es otra cosa”. Con ello puede que quisiera expresar que nunca somos originales del todo o que casi todo está ya dicho. Eso no debe desanimarnos porque igual que todos tenemos una cara distinta, nuestra manera de escribir es también algo personal y cuanto más nuestra sea, mejor será. Pero para que nuestra escritura beba de la mejor tradición hay que conocer lo que han escrito los que nos precedieron. Todos ellos leían, todos se lo tomaron en serio. La lectura es el mejor equipaje para un escritor.

Aquí os propondremos lecturas ya verificadas por el paso del tiempo. La mayoría son lo que se llaman “clásicos” en el sentido que le da Italo Calvino que escribe:

Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompetente se impone.

Y luego afirma:

Queda el hecho de que leer a los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura que nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que se convenga a nuestra situación.

Es decir, como clásicas entenderemos las obras literarias que han sobrevivido y han sido leídas con interés por muchas generaciones. Para empezar a luchar contra la parálisis os hablaré del bloqueo literario. Todos los que escribimos, al principio o en medio de la escritura tenemos baches, momentos en los que no conseguimos concentrarnos o encontrar las palabras salvadoras para escribir una historia con fuerza. Es algo normal, no hay que preocuparse por eso. A menudo es por la pereza que da sentarse cada día ante la pantalla del ordenador o del papel en blanco y que no se nos ocurra nada. Otras veces, es por un exceso de responsabilidad que nos produce angustia: queremos hacerlo perfectamente y nos parece que todo lo que escribimos ya lo dijo alguien mejor que lo que nosotros somos capaces de expresarlo.

Hay una serie de recetas que a algunos les han funcionado y que enuncio aquí para romper el fuego:

1 Trabajar. El primer enemigo del escritor es la pereza. Flaubert decía: El genio lo da Dios pero el talento nos concierne. Con una conciencia recta, amor al trabajo y una constante paciencia podemos obtenerlo. Buffon llamó al talento una larga paciencia. Es cierto que el camino es largo. En esta profesión no hay atajos ni se consiguen resultados inmediatos pero, en cambio, es casi seguro que, si se tiene la suficiente pasión y voluntad para hacerlo cada día, el resultado a medio plazo está garantizado. Os aconsejo no tener prisa en publicar. Repasar, releer y corregir lo que se escriba muchas veces porque, salvo en casos excepcionales, en una primera relectura no vemos los problemas de un texto. Cada cosa se puede decir de mil maneras distintas y la mejor manera es la que tenemos que encontrar.

2 Ser humildes. Decía Doris Lessing que no debemos enamorarnos de nuestros propios textos de manera que no veamos sus defectos. Los escritores aficionados, decía, se agarran a sus primeros borradores imperfectos. Saber desprenderse de lo que sobra o está mal escrito, es una de las virtudes del escritor.Esa humildad nos servirá también para darnos cuenta de que un relato, y mucho más una novela, no se pueden escribir de golpe porque el hecho de intentar ir demasiado deprisa nos agobiará. Cada obra que emprendamos hay que construirla como una casa con sus cimientos, sus desagües, sus muros. Es preciso saber que tardaremos en cubrir aguas y en hacerla habitable pero que la mejor manera de terminarla es avanzar cada día un poco. Esto nos irá haciendo mejorar paso a paso, sin prisa, pero sin pausa. A veces ser orgullosos nos paraliza. Es mejor escribir mal y corregir que no escribir. Traza un plan de trabajo que estés seguro que puedas cumplir. Unas etapas realistas que no te dejen exhausto el primer día pero que te mantengan concentrado en los textos.

3 Copiar a los maestros. El plagio no es conveniente y está penado por la ley pero se aprende mucho leyendo despacio a los grandes escritores. Para ello es muy útil hacer una segunda lectura en la que intentes ver a través del texto los trucos que utilizó el escritor que admiras y hacer ejercicios parecidos. Otra posibilidad es practicar el llamado “plagio creativo”. Se trata de tomar un tema de otro autor y contarlo a tu manera. Piensa por ejemplo que un autor tan importante como James Joyce se inspiró en la Odisea para escribir el Ulises y en cuántas versiones se han hecho del mito de Don Juan.

4 Ser capaces de estar solos. La escritura es un trabajo solitario. Una de las virtudes de los talleres literarios no sólo es que serás tratado como un escritor sino que podrás compartir inquietudes de ese proceso solitario que es escribir. La tranquilidad, la soledad, la reflexión son herramientas tan potentes como el ordenador o la pluma. El escritor tiene que estar inmerso en el mundo, mirarlo con atención pero luego recluirse en su mesa de trabajo durante el tiempo necesario para poder trasladar esa vida al papel.

5 Recurrir a la memoria. Si estamos bloqueados rescatemos un recuerdo, cambiemos algún elemento, inventemos un final distinto. En eso consistirá parte del trabajo de este taller.

En un taller que impartió el escritor Luis Landero en Santander nos propuso un juego que quizás os sirva. Se trataba de hacer un maletín con las herramientas útiles para el escritor. Él proponía las siguientes:

Una buenas botas, para subir al monte y mojones para ir orientado porque es fácil empezar y perderte.

Un catalejo, para ver a distancia, coger perspectiva, ver con luces largas y trazar un plan.

Una lupa, para ponerla en los ensueños y en el recuerdo. Para detectar los detalles.

Alas como las de Ícaro el personaje mitológico que quería volar pero que no sean de cera para que no se derritan. Hay que llevar la imaginación hasta su máxima verosimilitud pero sin despeñarse por la fantasía arbitraria. Ser atrevidos, ser desmesurados pero siempre anclados en la realidad.

Un espejo, para defenderse por igual de los halagos y de las críticas. Decía Ray Bradbury que hay que saber por igual aceptar rechazo y rechazar la aceptación. Un reloj roto: No tenemos prisa pero tenemos una tarea en marcha. Sin angustia pero sin complacencia.

Un mástil para atarnos como Ulises contra los cantos de sirena de la pereza, la fantasía estéril, el dinero, la fama, el miedo.

¿Se te ocurren más herramientas para emprender el viaje? Escríbelas y haremos una lista que nos sirva a todos.

Vida y literatura

Pero, ¿por qué escribimos? ¿Porqué decimos que la vida y la literatura no tienen las mismas reglas?

Nuestra vida tiene un principio que no recordamos (por muchas fotos que nos enseñen del día que nacimos) y un final que no sospechamos. Ni siquiera los suicidas o los condenados a muerte saben exactamente cómo será su final ni lo que sucederá después. A esto debe referirse Shakespeare cuando en Macbeth dice que “la vida es un cuento dicho por un idiota”.

En la literatura, en cambio podemos poner orden en ese absurdo. Somos capaces de inventarnos un final feliz para aquella historia de amor en la que nos abandonaron o matar en un cuento de terror a esa vecina que no nos deja dormir y librarnos de la cárcel. Nuestra vida real es limitada y absurda pero en la ficción somos omnipotentes.

Como escribe Vargas Llosa los escritores buscamos una realidad alternativa, más coherente que la realidad que nos ha tocado vivir y de esa realidad alternativa forman parte también los deseos, los sueños, los recuerdos. Así dicen unos hermosos versos de Borges:

Somos los que se van. La numerosa

nube que se deshace en el poniente

es nuestra imagen. Incesantemente

la rosa se convierte en otra rosa.

Eres nube, eres mar, eres olvido.

Eres también aquello que has perdido.

Sobre ser buenos

Como ya os he adelantado tampoco las reglas morales son lo mismo en la vida que en la ficción. Aunque el héroe tradicional era un personaje positivo que se enfrentaba con empeño a todas las dificultades posibles para salvar a la dama o rescatar el reino, en la literatura, tal como la entendemos hoy, no hace falta ser bien educado ni bueno.

Las virtudes morales dejémoslas para la vida real. ¿Cuántas veces en una película te has puesto de parte de un ladrón o de un asesino porque algún autor te ha hecho comprender las causas de su crimen?

Lo que digo no es gratuito. A menudo nuestra “buena educación” o nuestras creencias morales nos quitan fuerza cuando tenemos que dibujar y dar vida algún personaje que en la historia que escribimos no cumpla las normas de convivencia en las nos desenvolvemos en la vida real.

Tampoco en literatura es necesario ser sincero. La honradez y la sinceridad las emplearemos en casa pero en nuestros textos no es necesario que se refleje la verdad sino que sean verosímiles. Como dice Vagas Llosa:

El poder de persuasión de una novela persigue… acortar la distancia que separa la ficción de la realidad y, borrando esa frontera, hacer vivir al lector aquella mentira como si fuera la más imperecedera verdad, aquella ilusión la más consistente y sólida descripción de lo real.

Ése es el formidable embauque que perpetran las grandes novelas: convencernos de que el mundo es como ellas lo cuentan, como si las ficciones no fueran lo que son, un mundo profundamente deshecho y rehecho para aplacar el apetito deicida (recreador de la realidad) que anima –lo sepa éste o no- la vocación del novelista.

Por eso llama a la literatura “La verdad de las mentiras”.

Cuando leemos novelas no somos los que somos habitualmente, sino también los seres hechizados entre los cuales el novelista nos traslada. El traslado es una metamorfosis: el reducto asfixiante que es nuestra vida real se abre y salimos a ser otros a vivir vicariamente experiencias que la ficción vuelve nuestras.

Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y fantasías de desear mil.

La literatura se convierte así en un consuelo, en una alternativa apasionante, en una vida doble, triple, multiplicada y multiplicable donde podemos redimirnos de nuestras vidas limitadas y difíciles. Muchos escritores han hablado de este misterio y de los sentimientos que produce:

Me gustó también lo que decía sobre esto Caballero Bonald en una entrevista en El País:

Cuando estoy trabajando descubro que la literatura es una maravillosa, fascinante habitación donde tu entras y te puedes quedar ahí ya para toda la vida. Me cuesta salir ya cuando estoy metido en el trabajo. Escribir nunca ha sido tortura sino dicha. Para mí siempre escribir ha supuesto una especie de legítima defensa. Escribir en legítima defensa contra las ofensas de la vida.

Juan José Saer dice que:

Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen.

Muchas veces he pensado que la vida de cada uno de nosotros es una inmensa almoneda donde guardamos recuerdos, ideas, emociones, sentimientos, esperanzas y pasiones como si fueran muebles, y que para escribir quizá sólo sea necesario escoger uno, quitarle el polvo, pasarle despacio una lija fina, darle un poco de cera y con un trapo suave y con mucha paciencia sacar los brillos a la pieza. No vale para esto el barniz. Si brilla demasiado perderá el carácter, la belleza de lo auténtico. Tiene que conseguirse ese fulgor secreto que conserva los colores y la veta natural. Es necesario que la madera respire. Recordará entonces cuando fue árbol y tenía raíces y con ese trabajo cobrará otra vida que no es exactamente la del tronco que fue. Así lo que escribamos se parecerá a algo de lo que somos o fuimos pero le habremos dado una calidad distinta y será material restaurado por la mano cuidadosa del ebanista que es el escritor. Aunque trabajemos la memoria, nuestro objetivo será seleccionar, manipular, mentir, para hacer creíble lo que recordamos. Si pretendemos hacer una fotografía exacta de lo que hemos vivido seguramente no seremos capaces de hacer literatura. Incluso si queremos incluir un personaje “real” dentro de una historia ficticia, como dice Enrique Páez, tendremos que “inventarle” algunas anécdotas que expliquen quién es dentro del relato aunque nunca le hayan sucedido. Lo que importa en literatura transmitir con exactitud la esencia, los motivos, la sensación, no lo que realmente sucedió. Sobre esto seguiremos hablando.

El Club de escritura es una plataforma gratuita para la didáctica y la práctica de la escritura gestionada por la Fundación Escritura(s). Los materiales de la biblioteca de recursos han sido cedidos por Talleres de escritura creativa Fuentetaja, la mayor plataforma de talleres literarios en español.