La sala de geriatría está en silencio. La ronda de medianoche lleva a la enfermera de cabecera en cabecera, controlando equipos, respiraciones, posturas, mantas… la rutina. Retorna a su puesto, iluminado por una tenue luz que no afecta el sueño de los ancianos. Cierra la ventanilla de control pero deja abierta la puerta, por el calor; desliza la cortina oscura, enciende la bombilla del cuarto y abre su novela de amor. Absorta, no ve llegar la mano que, armada de un filoso bisturí, le corta la garganta de oreja a oreja. El viejo, regresando a su lecho en medio de un coro de risitas cómplices, escucha a un compañero: «Falta un detalle». Recuerda, vuelve junto al cadáver y, empapando un índice en la sangre, con mano temblorosa escribe sobre el libro: «Porque sí».

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