Nos fuimos a otro lugar alejado de la aventura peligrosa y llegamos a un camino que conducía a una casona de granjeros viejos. – Estoy segura que encontraremos agua aquí, le dije a Adrián. Me pareció que esa casa estaba habitada porque había animales y unos cuantos perros que nos recibieron saliendo de debajo de las máquinas de trabajo en el campo. Esperamos un momento sin salir del auto y pudimos ver salir del patio a un hombre, vestido de labriego quien se acercó hasta nosotros con algo en su mano. Era una botella con agua que nos alcanzó mientras bajábamos el vidrio de la ventanilla. Como andan mis amigos, dijo, me imagino que tienen sed. Aquí casi nadie viene a menos que este necesitando agua o comida. Al mirar bien al caballero, nos dimos cuenta de que tenía cara conocida. Era pariente de mi esposo, pero adrián no recordaba adonde vivía. Allí comenzó una charla como de una hora. Nos invitó a entrar él y su esposa, a su humilde residencia y allí nos prepararon un exquisito guiso de lentejas, acompañado de pan calentito recién horneado. Tomamos todo el líquido que pudimos, estábamos sedientos, limonada, te frio y un postre de vainillas que le ayude a hacer a Josefina, la señora de la casa. Los invitamos a ir con nosotros algún día a casa y encantados aceptaron ir. Nos despedimos y continuamos nuestra aventura por un parque famoso de Estados Unidos: Yellowstone.
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