Atrapas con tus dedos el cuerpo, lo dibujas y lo arrullas; describes suavemente la figura y calmas la sed del beso con la lengua de miel.
Tus manos, aquellas que rozaron el rocío humedecen lentamente el cenit del cuello al pecho, donde le das vida al cielo, nace con fulgor la luz que se desliza y absorbe cada lugar de las montañas, praderas, valles, cada rincón de tierra húmeda y llena ansiedad por ser acariciada.
Recorres sin temor el valle hasta la copa de vino, redonda perfecta donde bebés el néctar de la uva, juegas en los muslos y retosas un rato tu alma, esperas el crepúsculo para que el alba nazca, escuchas la agitación de la tierra y decides como Gaia florecerla, así con cada convulsión, nace un coloquio sensual, un gemido silenciado por un beso.
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