MANANTIALES DE QUEBRANTO
Sabemos que no es fácil vencer.
¡Qué digo vencer!
¡Sobrevivir!
¿O acaso hay mayor victoria?
No es fácil sobrevivir a los sinvergüenzas cuando se agolpan todos en las trincheras de lo cotidiano.
Catervas de gibosos, marranos y marrulleros construyen templos desde los embarrados surcos de zapadores.
Surgen, resurgen, rebuznan, regurgitan y se zambullen en ese dolor que causa el pulsar la trampilla que nos abre a la muerte desde la caída del cadalso.
Pero nos merecemos su odio. Quisimos saber más de lo que nos tocaba; amasar y amansar la materia de la cual está hecha esa extraña y estoica providencia.
Ahí pacen los Volubles Volátiles. Ahí en los pastos irrigados por manantiales de quebranto.
Los manantiales se abren y alimentan cauces que los puedan abarcar.
No fluyen por aquellos que no se vean capaces de asimilar la erosión de su lecho y la inmundicia del sedimento sobre su bancal.
No todos pueden oír sus angostos cursos subterráneos, no todos perciben el desmoronarse de la arcilla bajo sus pies.
No, por supuesto, aquellos que se sienten tan seguros en su cotidiano transitar sobre la superficie rocosa.
No todos son zahoríes del quebranto.
Y aún si así fuere, no todos los zahoríes perforan la roca madre con la misma intensidad.
Ni tienen todos ellos el valor de revertir la angustia, ni poseen la paciencia de escanciar el trago más amargo.
No os quepa duda, sin ese insano y demente valor no os adentréis en la espeleología de los sentidos sin sentido.
Allí abajo no se halla el manantial seminal, se halla el cancerbero que guarda en una probeta un engendro, gameto inseminado.
Eso sí, al volver a la superficie (porque debéis volver, no os olvidéis de volver) no os valdrá únicamente un cazo, pero poco más os deberíais llevar.
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